Proverbios 1:7 declara, “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová...” Hasta que no comprendamos quién es Dios y desarrollemos, por tanto, un temor reverencial hacia Él, no podremos adquirir la verdadera sabiduría. La verdadera sabiduría sólo procede del entendimiento de quién es Dios, de que Él es santo, justo y soberano. Deuteronomio 10:12,20,21 dice, “Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma.” – “A Jehová tu Dios temerás, a Él solo servirás, a Él seguirás, y por su nombre jurarás. Él es el objeto de tu alabanza, y Él es tu Dios, que ha hecho contigo estas cosas grandes y terribles que tus ojos han visto.” El temor de Dios es la base para nuestro andar en Sus caminos; servirle y amarle.
Muchos tienen la tendencia de minimizar el temor de Dios de los creyentes, interpretándolo como “respetarle”. Indiscutiblemente, el respeto está incluido en el concepto del temor de Dios, pero este último es mucho más que eso. El temor bíblico de Dios, para un creyente, incluye también entender lo mucho que Dios aborrece el pecado y temer Su juicio sobre éste, incluso en la vida de un creyente. Hebreos 12:5-11 describe la disciplina de Dios hacia el creyente. Aunque es hecha en amor (Hebreos 12:6), aún así es algo para temerse. Como hijos, esperamos que el temor a la disciplina de nuestros padres prevenga nuestras malas acciones. Pues lo mismo debemos sentir en nuestra relación con Dios. Debemos temer Su disciplina, y por lo tanto, buscar el vivir nuestras vidas de manera que le agrademos.
Los creyentes no deben “tener miedo” de Dios. No tenemos razón para tenerle miedo. Tenemos Su promesa de que nada podrá separarnos de Su amor (Romanos 8:38-39). Tenemos Su promesa de que nunca nos dejará o desamparará (Hebreos 13:5). El temer a Dios significa tener tal reverencia por Él, que tenga un gran impacto en la manera en que vivimos nuestras vidas. El temor de Dios es reverenciarle, someternos a Su disciplina, y adorarle con admiración.
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