Una vez escuché que nuestras lágrimas eran el lenguaje del amor, con el que lográbamos comunicarnos con Dios; esto me alentó lo suficiente como para entender que es Él quien enjuaga mi rostro y seca mis lagrimones. Entendí, que a través de este “lenguaje”, me conectaba en lo más profundo con quien me había regalado la posibilidad de expresar mis penas, mis alegrías, mis triunfos y mis derrotas. Era mi forma de conversar con Cristo y mostrarle cómo me sentía.
A esta idea ahora se suma aquella que, comentaba antes, descubrí en un libro: las lágrimas son el cristal de la esperanza. Si eres llorón o llorona como yo, te darás cuenta que después del llanto viene una sensación liberadora incomparable. Es como si a través de cada lágrima que cayó, se fuera un poco de la pena o angustia que la produjo ¡Es una sensación liberadora! Y además de ser una experiencia liberadora, también es esperanzadora. Siempre que acabamos de llorar, el problema o lo que causó ese llanto es muy probable que continúe allí, mas diferente es la visión que le damos. Es muy probable que el mismo hecho de exteriorizarlo, a través del llanto, haga que se sienta que “ya no está tan dentro”, sino que está empezando a “asomarse”, como la punta de un iceberg en medio del océano.
Por otra parte, las lágrimas también traen esperanza; la esperanza de que ese llanto liberador pueda traer algo mejor cuando nos sequemos el rostro, la esperanza de que será la última vez que lloraremos por eso, la esperanza de que no se puede llorar toda la vida. En parte, las lágrimas también son un camino hacia la felicidad, todo depende del cristal con que las miremos y el valor que le demos.
Perder la esperanza es una de las razones por las que la gente tiene cuadros depresivos, por ejemplo, pierde la esperanza en la “vida”, en que algún momento será mejor, en las personas, en que alguna vez cambiarán, en la justicia y en tantas otras cosas más, que tal pareciesen ser de una manera, pero resultan ser de otra. Es el “duelo (pena) del mundo justo”, o lo que es lo mismo, darse cuenta de que las cosas no necesariamente son como las esperamos o deseamos, pero tenemos que entender que en medio de esa pena hay un cristal, el cristal de la esperanza que nos regala Jesús. Él dice que nos da un futuro y una esperanza, lo dice en Su Palabra y nos lo recuerda todos los días, a cada instante de nuestros días. Cristo es nuestra esperanza en el día malo, en el día triste y en el día agotador. Él es nuestro cristal, nuestro cristal de la esperanza.
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