domingo, 6 de enero de 2013

Un cuenta historias de Jesús - Devocional

“Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes”
(Deuteronomio 6:6,7)
Todo padre ha de ser un narrador de historias consagrado. Sus hijos llevarán consigo esos relatos para siempre. Sé por qué lo digo. Mi madre solía pasar muchas horas contándome las más emocionantes semblanzas. Recuerdo nítidamente aquellos relatos narrados en el lenguaje de una picaresca de ama de casa. Oí los cuentos de Andersen, las fábulas de Esopo, las aventuras de Salgari, las exóticas peripecias de los personajes de Kipling, y los fantásticos episodios de los héroes bíblicos.
La imagen de aquellas recurrentes charlas con mi madre ha moldeado mi paternidad y me ha convertido en un cuenta cuentos para mis hijas. Sin la destreza de los hermanos Green ni la perspicacia de un Mark Twain, pero con la más tierna complicidad, les narro a mis hijas aquellas historias que me son más gratas y que pienso les serán más aleccionadoras. Antoine de Saint Exupery, Edmundo de Amicis, Édouard René Lefebvre de Laboulaye, Washington Irving  y otros grandes escritores de la historia, han adornado nuestras noches antes de ir a la cama y las tardes de sano ocio familiar. Sin embargo, ninguna historia nos fascina tanto como las bíblicas. Sucesos reales llenos de lo extraordinario y lo maravilloso. Las cuento una y otra vez, y en cada ocasión me sumerjo en un feliz éxtasis ante la grandeza de mi Señor y Dios.
Charles Chaplin recuerda en su autobiografía cómo su madre le escenificaba las historias bíblicas. De pequeño lloró cuando su madre les contó, a su hermano Sidney y a él, la escena de la crucifixión. Siendo un anciano, llevaba todavía aquellas historias en su cabeza. Tal fuerza tiene una historia, tal poder sobre una conciencia. Esa efecto lo quiero sobre los míos con la certeza de que se cumplirá el aforismo bíblico: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6).
El Señor mismo contó muchas parábolas llenas de significado y doctrina a sus discípulos. Algunas de ellas les vinieron a la mente tiempo después de que Jesús muriera. Remembranzas que les hicieron creer en la divinidad del Mesías (Juan 2:22). Evocaciones que les hicieron mejores discípulos y formidables mártires.
Quiero seguir contando esas historias bíblicas a la cabecera de unas camitas rosas y, sobre todo, representarlas con mi vida, pues que creo en la fuerza de cada acento y de cada coma que hay en ellas. También quiero contar cada relato que se haya en el Libro y hacerlo dignamente en cada plaza, por los barrios, en la fila del mercado, en mi bella congregación, o en la compañía de un completo extraño. No hay misión más digna ni privilegio menos merecido, pero Dios se complace en ilustrar en su comisión a narradores inexpertos para contar Sus hazañas.

Cuenta tú también los relatos de gracia de la Biblia, y sé un cuenta historias de Jesús. No te extrañes si algunos intentan acallarte y silenciar en ti la historia de la virtud encarnada. No cejes en el noble empeño de referir aquello que te hizo libre y que te dio la luz. Cuenta a otros lo que alguien, evidentemente, te contó primero. Continúa la buena obra, repite los buenos ejemplos y actúa en obediencia a Dios y a tu conciencia. No serás un experto narrador, ni presumirás de dotes oratorias, pero serás efectivo y agudo porque la fuerza de tu historia está en la historia misma: la historia de Dios, la historia de Jesús.

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