Durante su juventud, Sparky fue socialmente torpe. No es que los demás estudiantes no gustasen de él, sino que a nadie le importaba mucho. De hecho, Sparky se sorprendía si un compañero le saludaba fuera de horas de clase. No hay manera de saber cómo le habría ido en una cita. Nunca invitó a una chica a salir en la secundaria; temía mucho ser rechazado o quizá que se rieran de él. Sparky era un perdedor; él, sus compañeros… todos lo sabían. Así que aprendió a vivir con ello. Pronto se convenció de que si las cosas iban a funcionar algún día para él, lo harían. De otra manera, tendría que contentarse con lo que parecía ser su inevitable mediocridad.
Sin embargo, había una cosa importante para Sparky: el dibujo. Estaba orgulloso de su trabajo; nadie más lo apreciaba. Pero aquello no pareció importarle. En su último año en la secundaria, presentó unas caricaturas a la revista del anuario escolar pero los editores rechazaron el concepto. A pesar de este rechazo, Sparky siguió convencido de su habilidad; de hecho, decidió convertirse en artista. Así que al terminar la secundaria, Sparky escribió a los Estudios Walt Disney que le pidieron muestras de su trabajo. A pesar de la cuidadosa preparación que hizo, fue rechazado también… ¡Otra confirmación de que era un perdedor!
Pero Sparky no se rindió. En vez de eso, decidió contar la historia de su vida en caricaturas. El principal personaje sería un niñito que simbolizaría al eterno perdedor y poco rendidor. Todos le conocen bien porque el personaje cómico de Sparky llegó a ser un fenómeno cultural. La gente se identificó rápidamente con este “adorable perdedor”. Les recordaba los momentos dolorosos y vergonzosos de su propio pasado, de su dolor y de su humanidad compartida.
El personaje pronto se hizo famoso a nivel mundial: “Charlie Brown”.
Y Sparky, el muchacho cuyos muchos fracasos nunca le impidieron seguir intentándolo, cuyo trabajo fue rechazado una y otra vez… fue el exitoso caricaturista Charles Schultz. Su tira cómica, “Rabanitos”, sigue inspirando libros, camisetas y especiales de Navidad, recordándonos, como alguien comentó alguna vez, que la vida nos da oportunidades a todos, también a los perdedores.
La historia de Sparky nos recuerda un principio muy importante en la vida. Todos afrontamos dificultades y sus consecuentes desánimos de vez en cuando; también podemos decidir cómo manejarlos. Si perseveramos, si mantenemos la fe, si seguimos desarrollando los talentos únicos que Dios nos ha dado, nadie sabe qué puede pasar. Podemos acabar con una perspectiva y habilidad negativa para inspirar lo positivo, conseguido sólo a través de la dificultad. En última instancia, no hay “perdedores” con Dios; ¡es sólo que a algunos ganadores les toma más tiempo desarrollarse!
Esta historia que probablemente algunos hayan leído alguna vez o tal vez conocieron, por primera vez, en el momento de la muerte del famoso caricaturista en el año 2000, no deja de inspirarnos a todos. Totalmente de acuerdo con la última frase del autor de este pensamiento, parafraseada: con Dios no hay perdedores, tan sólo ganadores en vías de desarrollo… aunque algunos a una velocidad más lenta de lo que todos quisiéramos, pero, de todas maneras, en camino al éxito.
¡No permita que nadie a su alrededor, y mucho menos al enemigo de nuestras almas, hacerle creer que Ud. es un fracasado tan sólo porque no le ha ido bien en alguna iniciativa.
Siga intentándolo y, ¿quién sabe? tal vez estemos hablando o escribiendo de Ud. en unos pocos años. Adelante y que el Señor les continúe bendiciendo.
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