“Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén. Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar a Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo a tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él dijo: ¿QUIÉN ERES SEÑOR?”
Pablo estaba convencido de que conocía al Señor porque creía que persiguiendo a los cristianos y consintiendo en la muerte de ellos “servía al Señor”; él mismo dijo: “circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo, en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia, que es en la ley, irreprensible”. Era un legalista hecho y derecho, pero un día TUVO EL GRAN ENCUENTRO DE SU VIDA en “pleno servicio a Dios”.
Pero cuando Pablo iba por el camino, Jesús le preguntó: “¿POR QUÉ ME PERSIGUES?”, porque al perseguir a su Iglesia, a su novia, era lo mismo que perseguirlo a él. Pablo le contesta con otra pregunta: “¿QUIÉN ERES SEÑOR?” ¿Es que acaso todavía no lo sabía? ¿No era un fariseo de fariseos? Ellos SABIAN TODO acerca de Dios, pero sólo intelectualmente, ellos amaban la letra pero no el espíritu de la letra. Pablo era un hombre irreprensible en cuanto a guardar todos los preceptos y mandamientos de Dios, o sea un hombre a quien nadie podía señalar de negligente o descuidado de sus deberes religiosos; Pablo en ese sentido era digno de elogiar, pues era fiel en todas sus actividades eclesiásticas.
Este hombre inteligentísimo, de un conocimiento bíblico extraordinario, que había estudiado a los pies del maestro Gamaliel, estaba haciendo una pregunta insólita: ¿”QUIÉN ERES SEÑOR?”. A lo que el Señor, sin tardar, le contesta: “YO SOY JESÚS”: “Yo Soy el Admirable, el Consejero, el Padre Eterno, el Príncipe de Paz. Yo soy el Gran Pastor de las ovejas, el Deseado de las naciones. Yo soy aquél que cuando moría en la cruz lo estaba haciendo por ti también, Saulo, porque yo estaba viendo ESTE MOMENTO. Yo soy Jesús a quien tú persigues, dura cosa te es dar coces contra el aguijón”; porque cuanto más le perseguía, más se encontraba con Jesús.
Pablo comprendió, e inmediatamente hizo la segunda pregunta: “SEÑOR, ¿QUÉ QUIERES QUE YO HAGA?”
Hasta que no conocemos realmente a Jesús no podemos pretender servirle; Él no acepta nada que venga de un corazón que aún no se ha rendido a Él. Por eso dice esta historia que repentinamente Pablo quedó rodeado de un resplandor, de una luz del cielo, la gloria de Dios se manifestó para que comprendiera quién era el que le estaba hablando.
Por un lado Pablo le llama Señor, se da cuenta que alguien sobrenatural le estaba hablando y supo que ese alguien era Dios; sin embargo aunque reconoció la deidad, aún NO LE CONOCÍA. Podemos SABER mucho acerca de Dios, en cuanto a datos, referencias históricas, lugares geográficos por dónde el Señor anduvo, e incluso tener las pruebas científicas de todo esto, sin embargo, con eso y todo, podría ser que TODAVÍA NO HAYAMOS TENIDO UN VERDADERO ENCUENTRO CON ÉL.
“Y cayendo a tierra, oyó una voz….” Pablo se cayó del caballo, porque no pudo resistir la presencia De Dios. Ahí está el secreto; sólo ante Su Presencia reconocemos quienes somos, tenemos que “bajarnos del caballo” y recibir su fresca unción; todo lo que antes nos parecía oscuro, de repente se hace claro a nuestro entendimiento. En ese momento PABLO ENTENDIÓ EL SENTIDO DE SU EXISTENCIA; entonces pudo decir: ¿SEÑOR, QUÉ QUIERES QUE YO HAGA? En la vida hicimos tantas cosas sin la guía del Espíritu Santo que por eso tenemos tantas preguntas que no tienen respuesta, otras nos serán respondidas en el cielo; pero mientras caminamos por este mundo, al igual que Pablo, tenemos que reconocer nuestras limitaciones y empezar a preguntarle a Dios, dejar de caminar en nuestros propios pensamientos para dejar que entren los de Él en nuestra mente y en nuestro espíritu. El sólo hecho de ir a la iglesia “cumpliendo con todas las tareas” no nos va a cambiar la situación que estamos viviendo, debe haber una verdadera transformación de adentro hacia afuera.
Pablo tenía un “currículum” intachable –según él- sin embargo no era eso lo que le iba a avalar para servir a Dios en libertad.
Por eso, no es necesario que vivas haciendote preguntas de las cuales quizás nunca encuentres la respuesta; o quizás tengas que reconocer que cometiste un error, por haber elegido mal, por adelantarte al tomar decisiones. Sin embargo ninguna de las respuestas a cada pregunta que te hagas podrá traerte una verdadera paz a tu corazón. Excepto la que Pablo se hizo aquel gran día en que tuvo el encuentro con Jesús.
Esa es la única pregunta que vale la pena que te hagas, porque cuando te des cuenta QUIÉN ES JESÚS vas a descubrir un mundo nuevo de posibilidades para tu vida. Vas a disfrutar, entonces, de una vida plena en Él; con aciertos y desaciertos, pero en su compañía. Él va a acomodar cada situación de tu vida y la va a encauzar para que no te desvíes más. Él te va a dar una tarea para hacer de la cual te vas a sentir orgulloso por el resto de tu vida; porque cuanto más te involucres con Él, más vas a encontrarle propósito a tu vida. Y todo el pasado quedará atrás, porque TODO SERÁ NUEVO PARA TI.
Y al igual que Pablo un día podrás decir:
“No que lo haya alcanzado ya, ni que sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús; por eso una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.
Autora: Silvia Truffa
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