“Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14).
Durante mis estudios de la carrera de medicina, gané 5 Kg. en 4 meses y me prometí a mí misma hacer ejercicios cuando todo esto pasara. Pasé los exámenes de medicina con la ayuda del Señor, la juramentación pasó y ahora tengo que enfrentar la música (como mi amiga Joni suele decir).
Temprano una mañana me levanté y decidí ir al parque Philam a caminar y comenzar mis ejercicios. Bajé de la cama y me puse mi atuendo de ejercicio, me lavé el rostro y los dientes y me até los cordones de las zapatillas. Subí al coche y conduje hasta el parque; mientras me dirigía hacia allá, decidí fijarme la meta de que terminaría diez vueltas antes de regresar a casa.
Al llegar al parque, salí del coche y comencé mi ejercicio uniéndome a la gente allí. Así que allí estaba disfrutando cada paso, inhalando y exhalando aire fresco, apreciando la hierba verde y mirando las hojas secas cayendo de los árboles mientras escuchaba mi “ipod”. Al continuar mi caminata por el parque, elevé una oración a Dios agradeciéndole por la maravillosa mañana y pidiéndole su mensaje para mí ese día.
En mi quinta vuelta sentí que se apoderaban de mí la fatiga, el hambre y la sed; pensé rendirme e irme a casa a seguir durmiendo. Mientras luchaba con esa idea en mi mente, recordé la meta que me había trazado poco antes.
Seguí caminando, y al mirar alrededor, me vi a mí misma en medio de hombres y mujeres bastante mayores que yo que seguían adelante. Unos parecían haber sufrido un derrame que les dificultaba caminar, otros daban cortos pasos con un bastón en la mano, y otros tomaban descansitos entre trechos, pero todos seguían caminando.
Dios me hizo darme cuenta de que cada uno se ha trazado metas en la vida, ya sea para iniciar una familia, seguir una carrera, corregir un error del pasado, alcanzar un sueño, pasar un examen profesional, poner en marcha un negocio o dejar atrás una mala relación.
El proceso no será fácil; podemos toparnos con muchas piedras de tropiezo, obstáculos y vallas que nos tienten a rendirnos, a lamentarnos y sentir lástima de nosotros mismos.
Detengámonos y miremos alrededor. Recordemos que Dios siempre está allí en el momento en que abrimos nuestros ojos en la mañana, acompañándonos en cada paso del camino hasta que alcancemos nuestras metas. Consultemos y confiemos al Señor todos nuestros planes porque Él es el creador de todas las cosas y sabe lo que es mejor para nosotros.
Finalmente, inspirémonos con la gente a nuestro alrededor que ya han experimentado dificultad, ya sea el mismo o mayor nivel, pero que no se rindieron y continuaron hasta alcanzar sus metas, y ahora saborean su éxito con la ayuda de nuestro Señor. Supongo que ya sabe cuál es su secreto.
Asombrada por los hombres y mujeres con quienes caminé esa mañana, completé mi meta, recibí el mensaje del Señor en mi corazón y me fui a casa tras la caminata de diez vueltas; me sentí bien. ¡Misión cumplida! Espero que podamos aplicar lo que Dios me hizo ver esta mañana.
“Confía en Jehová con todo tu corazón y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos y él hará derechas tus veredas” (Proverbios 3:5-6).
La hermosa narración y reflexión que acabamos de leer nos anima a considerar que no estamos solos en el camino de la vida siguiendo fielmente al Señor. Que son muchos los que nos han precedido y que han sabido enfrentarse y vencer las dificultades y obstáculos que les han salido al paso. Es más, estamos rodeados de gente que, al igual que nosotros, pelean la batalla espiritual diariamente para mantenerse fieles a Quien les salvó y a Quien sirven.
Sí, tal vez cada uno de nosotros le toque desenvolverse en una arena diferente, pero nuestro Dios sigue siendo el mismo que envió a Jesucristo para darnos vida y ésta en abundancia. Adelante, abracemos las metas que Dios ha puesto en nuestro corazón y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante…para bendición nuestra y de aquellos que nos rodean.
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