Cada vez que leo el Salmo 51 veo, en esa confesión solemne, cómo David nombra su pecado sin ponerle ninguna agradable etiqueta. Él lo llama homicidio, él no habla de imprudencia, de fallo humano o de trampa del diablo. David lo señala como homicidio. Aunque él no mató por su propia mano al esposo de Betsabé, sin embargo si lo planificó, él organizó todo para que el esposo de ella muriera.
Hoy aprendo de David que lo que necesito para ser victorioso es llamar a mis propios pecados por su nombre. Aprendo a no darle nombres justos a los pecados sucios; porque aunque les ponga etiquetas agradables, estos pecados no cambiarán su olor, seguirán emanando nauseabundos olores. Dios ve mis pecados tal como son y qué es lo que Él espera de mí. Él espera de mí que también los vea como son.
En el salmo 51 yo encuentro que David se oprimió realmente con la oscuridad de su pecado. Es fácil usar palabras, pero es difícil sentir su significado. El Salmo 51 es la fotografía de un espíritu contrito y humillado. Allí vemos a David con el espíritu quebrantado. Yo puedo decir palabras como las de David y no sentir el dolor dentro de mí. No es asunto de palabras buenas sino de espíritu correcto detrás de las palabras. ¿De qué sirven las palabras correctas, si mi corazón no es consciente del infierno que existe detrás de esas palabras? Si es así jamás podré esperar recibir el perdón tan necesitado.
El Salmo 51 es la oración sincera de un pecador arrepentido y hoy quiero tener ese mismo espíritu. Esa oración se dirige al Dios de la salvación, porque su prerrogativa es perdonar. El verso 14 le llama Dios de mi Salvación, porque cuando camino por el sendero de la cruz yo me puedo regocijar en que aún Él es Dios de mi salvación. Y finalmente hoy quiero terminar como el salmista con un voto meritorio. Cantará mi lengua tu justicia, sí, porque nosotros debemos cantar al trabajo terminado de un Salvador precioso y quienes somos perdonados por Él terminamos cantando a la justicia de Él.
Señor, Gracias por enseñarme a ser honesto. Gracias por enseñarme a llamar a mi pecado por su verdadero nombre. Hoy quiero ser honesto y pedirte que me libres de mis maldades y de mis homicidios. Sí Señor, yo no puedo seguir llamando el pecado como si fuera algo simple. Ayúdame a mirar el pecado como pecado y llamarlo como debe ser llamado, porque sólo así podré ser libre de todo lo que quiere encerrarme y alejarme de ti. Gracias por tu amor oh Jesús. Amén.
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