viernes, 15 de junio de 2012

Tesoros escondidos- Reflexión

La palabra “naufragio” tiene gusto a fracaso y olor a misterio. Las historias que rodean la historia de un barco hundido suelen ser tenebrosas y tapizadas de leyendas y coincidencias que desafían la imaginación. Simplemente no hay mares sin sal, ni naufragios sin misterios.


Corría el siglo XVII y América sangraba oro, plata y joyas preciosas que abultaban las repletas arcas de los reyes de España. Las siluetas de los galeones se recortaban amenazantes en los atardeceres del Mar Caribe. Su misión era transportar el producto por aguas colmadas de peligrosos y desconocidos escollos.
Los tripulantes se debatían entre la ambición y la carga máxima que un barco de la época podía transportar. La ambición solía ganar.
El 4 septiembre de 1622 una flota de 28 embarcaciones partían desde La Habana hacia España. En sus bodegas rebosantes se apiñaba plata de Perú y México, oro y esmeraldas de Colombia, perlas de Venezuela, los tesoros de un imperio que se hundía con la conquista. Pero no todos los barcos llegarían a destino.
El 6 de septiembre la flota sería alcanzada por un feroz huracán que hundiría a ocho de sus embarcaciones, entre ellas Nuestra Señora de Atocha que se fue al fondo llevando consigo 265 almas. Sólo lograron salvarse del violento naufragio tres marineros y dos esclavos.
Un segundo huracán ocurrido un mes después esparciría aún más los restos de la nave y su preciosa carga. Pese a los esfuerzos españoles por recuperar el botín, parecía que el Atocha había sido definitivamente tragado por el mar y había desaparecido para siempre.
Mel Fisher no era sólo un buscador de tesoros, ni un buzo avezado, era además un hombre obsesivo y persistente. Decidido a encontrar los restos del Atocha, empleó 16 años de su vida en los que formó un equipo de buzos para completar la historia. La férrea voluntad de Fisher finalmente dio sus frutos.
El 20 de julio 1985 el detector de metales del barco de Fisher enloqueció. Dos buzos bajaron a investigar y sólo se encontraron con un arrecife en forma de pirámide alargada, rasparon una de las “piedras” y descubrieron que se trataba de barras de plata apiladas.
El galeón de madera había desaparecido por completo y el tesoro quedaba expuesto a pocos metros por debajo de las transparentes aguas. El Atocha había sido encontrado después de permanecer cautivo del mar por 363 años.
Lo que siguió fue el rescate de un fantástico tesoro conformado por 1.041 barras de plata, 77 lingotes y discos de oro, varias cajas con 3.000 monedas de oro cada una, 3.000 esmeraldas colombianas y 85.000 objetos preciosos como cadenas y crucifijos de oro. Se trataba, nada menos, que del tesoro rescatado más grande de la historia después del descubrimiento de la tumba de Tutankamon.
Impresionante si se tiene en cuenta que el Atocha era apenas una de las 28 naves de la flota…
Entre los objetos había una copa hecha en oro contra conjuros, a la que se le atribuía el poder de absorber los venenos que tuviera cualquier bebida ingerida. Sin duda cada uno de los artículos rescatados tenía su propia historia de misterio y leyenda, y no sólo habían tomado la vida de los 265 marineros, sino la de miles de nativos que se emplearon para su extracción y fabricación. Ni siquiera Mel Fisher quedó fuera de la carga de misterios y coincidencias, ya que su nacimiento se produjo el 21 de agosto de 1922, apenas 16 días antes de cumplirse exactamente 300 años del naufragio.
Curiosamente, un día por cada año que le demandó la búsqueda.
Hay quienes aseguran que aún quedan riquezas del Atocha esparcidas en el fondo y quienes aún están buscando los restos de las otras siete naves hundidas. Pero hay más, muchas más.
El mar, ambicioso al fin, esconde los tesoros más fantásticos en la colección naval más grande con la que se pueda soñar. Entre sus aguas duerme pacientemente la historia de la humanidad, esperando por siglos en el fondo de coral a aquel que se anime a arrebatársela, y la regrese a la superficie rodeada de leyendas y misterios.
Tito Rodríguez
Director
Instituto Argentino de Buceo
Pero no solo el mar esconde tesoros que pueden ser rescatados. Nuestro Salvador Jesús y su bendita Palabra también tiene tesoros que pueden ser hallados por aquellos que se deciden a ir desde la superficie a las profundidades divinas. Todo puede cambiar en tu vida con esos tesoros.
¿No tengo yo esto guardado conmigo, sellado en mis tesoros?. Deuteronomio 32:34.
Llamarán a los pueblos al monte; allí ofrecerán sacrificios de justicia, pues disfrutarán de la abundancia de los mares, y de los tesoros escondidos en la arena. Deuteronomio 33:19.
¡Con tu mano, Señor, sálvame de estos *mortales que no tienen más herencia que esta vida! Con tus tesoros les has llenado el vientre, sus hijos han tenido abundancia, y hasta ha sobrado para sus descendientes. Salmo 17:14.

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