Si no tienes ni idea de las fuerzas espirituales adversas que ejercen presión sobre ti y, sin soltarte, se agarran de ti, como la gravedad que echa hacia abajo el peso de tu estructura física, o si tú inadvertidamente las descartas de la ecuación final de la vida, caerás en una de las varias trampas tendidas para ti por el que odia tu alma.
No encontrarás ni la más mínima respuesta para contrarrestar la auto-condenación, y mucho menos para liberar a otras personas de lo que los tiene devastados. Si, por otro lado, cada adversidad de tu vida la atribuyes a fuerzas que están más allá de tu control, caes en otras redes: auto defensa, inmadurez irresponsable e impotencia espiritual.
Tus propias decisiones son las responsables, en gran parte, de cómo acaban las cosas en tu vida, pero no son las únicas responsables de todas las consecuencias que enfrentas. Más de lo que puedes darte cuenta, estamos atrapados en medio de una gran lucha entre el bien y el mal, entre los caminos de Dios y todos los demás caminos.
Nuestra cultura tiene una definición incompleta e inadecuada de la maldad. Básicamente tendemos a pensar en ella en términos extremos: asesinos en serie, rituales satánicos grotescos o timadores que hacen de los ancianos su presa. Pero la maldad se exhibe de muchas otras formas, sin llamar la atención o inmortalizarse. Por ejemplo, el cáncer es parte de la maldad. También lo es la amargura. Hasta las pequeñas observaciones “chistosas” que critican y son cortantes son parte de la maldad.
La maldad puede ser obvia como un temperamento violento, o invisible como la envidia y la auto-lástima. La Biblia retrata la maldad no como un poder tipo película de horror: espantoso, lleno de imágenes de suspense o terror, de tratos oscuros y de criaturas salvajes escurriendo sangre que acechan a los seres humanos. Así es como Hollywood engaña al mundo.
La maldad real no es tan dramática o cautivadora en su personificación. La maldad en sí rara vez genera horror al estilo Halloween, aunque sí lleva a las personas a hacer cosas espantosas y horrorosas. La maldad, por el contrario, produce miseria, desgracia, desesperación, dolor y pérdida. Lo que la Biblia describe como maldad son los impactos lastimosos y angustiantes sobre los hijos de Dios: todas las desgracias, los afanes, las aflicciones, las penas y los problemas que son traídos a nuestras vidas.
La verdadera naturaleza de la maldad casi nada, o prácticamente nada, tiene que ver con los seres y poderes que según Hollywood la ejercen. Las fuerzas de la maldad no son como los personajes de una novela de ciencia ficción que reciben poder de ciertas energías, dignas de una película con efectos especiales. No tiene características propias, casi sin rasgos distintivos como un virus o algunas bacterias. La maldad en sí, es la injusticia y el vacío traídos por esas criaturas a un anciano solitario y frágil, que está en una casa de asistencia sucia con una máscara de oxígeno atada, mientras espera las semanas que le quedan de vida; vida que ha sido consumida por el cáncer.
Las fuerzas de maldad son como mosquitos. La maldad es lo que sucede cuando la malaria que éstos mosquitos traen consume la vida de una niña, quitándole su sonrisa y sus días. La maldad es algo que trae pérdida, destrucción y muerte; desolación vil y total. Esto es porque la maldad se opone a todo lo que Dios desea para nosotros. La maldad intenta oponerse al crecimiento que Dios anhela darte y protesta por la obra creativa y restauradora del Señor en las vidas de Su pueblo. La maldad es nada más y nada menos que el futuro perdido y la relación perdida que siempre acompaña a la muerte.
Hoy sé que aunque la maldad se levante contra mí, Dios es más fuerte y me sostendrá.
Señor, Gracias por darme la fuerza y la victoria en medio de las pruebas de la Vida. Te sigo fiel a pesar de los ataques. Amén.
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