Un día un muchachito estaba caminando, cuando descubrió un centavo de cobre brillando en el polvo. Lo recogió y lo sostuvo con entusiasmo. ¡El centavo era suyo y no le había costado nada!
Desde ese día, dondequiera que caminaba, mantenía gacha la cabeza, sus ojos inspeccionando atentamente el suelo en busca de más centavos, y quizá otros tesoros aun mayores. Durante su vida, por supuesto, encontró más dinero.
En realidad, recogió 302 centavos, 24 monedas de cinco centavos, 41 de diez centavos, 8 de veinticinco centavos, 3 monedas de medio dólar y un gastado dólar de papel… un total de $12.82. Mantuvo en lugar seguro su tesoro, protegiéndolo como una “herencia gratis” de riqueza. Se gozaba con el hecho de que ese dinero no le había costado nada.
¿O sí le había costado?
Durante la búsqueda de su tesoro perdió de ver la plena belleza de 35.127 puestas de sol, el esplendor de 327 arco iris, la hermosura de blancas nubes flotando por encima de su cabeza en un cielo de cristal azul, pájaros volando a gran altura, ardillas saltando en los árboles de rama en rama por encima de los senderos que transitaba y el brillo de las hojas de otoño danzando contra un fondo de sol otoñal.
Lo que obtuvo, $12.82, no fue con seguridad igual a lo que perdió.
Los hombres, mientras buscan su sustento, se olvidan de vivir.
Salmo 127:2 Es en vano que os levantéis de madrugada, que os acostéis tarde, que comáis el pan de afanosa labor, pues Él da a su amado aún mientras duerme.
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