lunes, 7 de agosto de 2017

Mostrar gracia

Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno. Colosenses 4;6
El torneo de golf US Masters empezó en 1934, y desde entonces, solo tres jugadores lo ganaron dos años seguidos. El 10 de abril de 2016, parecía que Jordan Spieth se transformaría en el cuarto. Sin embargo, falló en los últimos nueve hoyos y terminó empatado en segundo lugar. A pesar de esta decepcionante pérdida, Spieth felicitó amablemente al campeón del torneo, Danny Willett, por su victoria y por el nacimiento de su primer hijo, algo «más importante que el golf».
En el periódico The New York Times, Karen Krouse escribió: «Hace falta gracia para poder ver las cosas en perspectiva tan poco tiempo después de haber pasado por una ceremonia de entrega de premios, donde el homenajeado fue otro». Krouse continuó: «La habilidad de Spieth para pegarle a la pelota no estuvo bien durante la semana, pero su carácter salió ileso».
Pablo instó a los seguidores de Jesús en Colosas: «Andad sabiamente para con los de afuera, aprovechando bien el tiempo. Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno» (Colosenses 4:5-6).
Pues como recibimos gratuitamente la gracia de Dios, tenemos el privilegio y el llamado de demostrarla en cada situación de la vida… ganemos o perdamos.
Señor, ayúdame con tu Espíritu a ser bondadoso y amable con los demás, y a representarte bien.
Las palabras dichas con gracia siempre son las correctas.
 

¿Cómo Escuchar la voz de Dios?

La palabra de Dios llega de modos muy variados hasta el hombre: la Creación o la Revelación, en los acontecimien­tos de la historia o en la voz de la conciencia.
No creemos que la voz de Dios sea un sonido miste­rioso, como si se oyera en una película de espanto, tampoco es un murmullo extraño que pueda darse en una casa abandonada o en un túnel oscuro. Es la voz del Padre que de múltiples maneras nos llama a la conversión, a la madurez y al compromiso.
escuchar, Dios, voz, oracion, estudio biblicoEn ocasiones, para escuchar esa voz habrá que sumergirse en el silencio teniendo atentos los sentidos del alma, a se­mejanza de los indígenas que pegan su oído al suelo para saber si alguien se acerca. Otras veces habrá que orar y su­plicar a Dios, pidiéndole una palabra, diciéndole como Samuel, cuando era niño:
“Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Samuel 3:1-21).
En otras ocasiones habrá que mirar a Cristo, en nuestras pruebas y en nuestras alegrías, y descubrir su amor aún en los momentos más difíciles, como el ladrón casi agonizante que comprendió todo al mirar a los ojos de Jesús. Otras veces habrá que prestar atención a quién nos habla del Señor, y decirle como Cornelio a Pedro: “estamos aquí, en la presencia de Dios, para oír todo lo que el Señor te ha mandado” (Hechos 10:3). O quizá sea necesario abrir la Biblia y leer atentamente lo que en ella dice, o sencillamente analizar a la luz de la fe los acontecimientos del mundo o las circunstancias de nuestra vida. Escuchar la Palabra de Dios es captarla más con el corazón y con el espíritu que con los oídos del cuerpo, más con la intuición y con el amor, que con la frialdad de un discurrir racional.
Acoger así la Palabra del Señor ha de volverse una fuente de alegría para los creyentes; por algo el evangelio nos recuerda las palabras de Jesús, que son una verdadera bienaventuranza:
Y él dijo: Antes bien, bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la guardan. Lucas 11:28
 

Íntima Relación

En los comienzos de la era Cristiana, los nuevos creyentes aceptaban el mensaje de la cruz pero, al igual que nosotros, también les era difícil la transición.
Conforme al verso bíblico que está en el libro de los Hechos: pues ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: Hechos 15:28a (VRV’60)
Hay dos voluntades que se ponen de acuerdo conforme a lo que leemos en la porción bíblica. Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros…” Nos deja claro que se trata de personas y no “algo”; esto es importante.
¿Por qué es importante? Porque nos deja ver que el Espíritu Santo ha asumido los atributos de una personalidad humana. Equivale a decir que podemos relacionarnos con Él.
Levítico 23:15-16 o Deuteronomio 16:9 marcan el comienzo en la iglesia primitiva, del cumplimiento de la promesa de que habría de venir otro Consolador (Juan 15:26), narrado también en Hechos 2, la llegada del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo tiene los atributos de una personalidad, y estos atributos son la base para toda comunión y/o relación que busquemos tener con Él. Nos han sido dados los sentidos para tener comunicación con todo lo que es materia, y se nos hace difícil razonar tener relación con algo invisible, intangible, pero si entendemos que toma atributos de personalidad es como relacionarnos con nuestra esposa, esposo; entender esto es tan importante que toma sentido vital. No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu. Efesios 5:18
El apóstol Juan nos revela que Dios es Espíritu y debemos adorarle en espíritu (Juan 4:24) Por tanto todo lo que tiene relación con Dios es en el espíritu. Cuando conocemos bien a nuestra esposa/o, no necesitamos, muchas veces, preguntar lo que piensa; con una simple mirada podemos llegar a saberlo. Hemos recorrido con ella o él bastante tiempo como para aprender su personalidad y respuestas a diferentes situaciones.