miércoles, 25 de mayo de 2016

¿Por qué existe el mal?

Si queremos luchar contra el mal y desterrarlo del mundo, debemos comenzar por nosotros mismos.
¿Desearíamos que no existiese el mal? Esto podría ser factible, sí, pero no depende de Dios. Dios es bueno, y perfecto, y lo hace todo así. Estas son las palabras del Génesis: “Y vio Dios que todo era bueno”. Dios creó al hombre libre, es decir, con el poder de decidir lo que hacemos, con el poder de hacer el bien o el mal. Porque nos creó con un alma, nos da la libertad de hacer el bien o el mal, y no interrumpe nuestra libertad. Eso sí, quiere que nuestras buenas acciones y nuestro amor sean puros, auténticos y reales, y que vengan de nosotros mismos libremente.
Hay que distinguir entre el mal físico y el mal moral. El primero se origina cuando se cruzan y "chocan" fuerzas físicas o químicas, que existen independientemente de nuestra voluntad. Si conociésemos todas esas leyes se podrían evitar muchas catástrofes, pero es evidente que no siempre controlamos todo lo que va a ocurrir (el rayo que caerá cerca de casa, la bacteria que se extiende por todos lados, el mosquito que transmite la malaria, el terremoto que derrumba cientos de casas)...

¿Cómo es el Cielo?

Si usted preguntara a varias personas si creen que hay un lugar llamado cielo, la mayoría probablemente le diría que sí. Pero si les pregunta cómo es o cómo se puede llegar allí, es congruente sospechar que recibiría diversas respuestas. Aunque muchas personas se aferran a la creencia del cielo y esperan ir allí cuando mueran, muy pocas tienen una idea precisa del mismo.
Ya que los seres humanos estamos atados a la tierra hasta la muerte, son frecuentes los conceptos equívocos acerca del cielo. Algunas personas lo imaginan como un lugar donde flotan espíritus amorfos, o donde hay ángeles sentados en las nubes tocando arpas. Y las películas representan su propia versión de lo que nos espera.
En medio de todas las opiniones confusas y contradictorias, debemos recordar que la única fuente segura de información precisa sobre el cielo es la Biblia. Dios nos da en sus páginas destellos de escenas celestiales. Aunque podamos anhelar tener más detalles y descripciones, el Señor ha revelado solo lo que Él quiere que sepamos y, muy probablemente, lo que podemos entender. Nuestras limitaciones humanas nos impiden comprender adecuadamente la gloria inimaginable que hay allí arriba. No tenemos ningún marco de referencia para entender todo lo que Dios ha preparado para nosotros (1 Corintios 2. 9). Muchas veces tenemos más preguntas que respuestas.
¿CÓMO PUEDO LLEGAR AL CIELO?
La Biblia dice claramente que después de la muerte solo hay dos posibles destinos para la humanidad: el cielo o el infierno. En una historia que contrasta níti
damente el bienestar del paraíso con el tormento del infierno, Cristo dijo que cambiar "a posteriori" de lugar es imposible (Lucas 16.19-31). Sabiendo esto, sería una insensatez ignorar la Palabra de Dios, y arriesgarse a confiar en nuestras propias ideas acerca de cómo llegar al cielo.
Muchas personas piensan que su destino eterno depende de la manera en que se comporten. Si son más las buenas obras que las malas, creen que Dios los aceptará. Pero el Señor dice que todas nuestras buenas obras son “como trapo de inmundicia” ante Él (Isaías 64.6). Ya que todos somos pecadores por naturaleza, no estamos cualificados para entrar en la santa morada de Dios.
Nuestra entrada en el cielo no depende de lo buenos que seamos; lo que importa es lo bueno que es Cristo, y lo que Él hizo por nosotros. El Señor vivió una vida absolutamente perfecta y pagó el castigo por nuestros pecados al morir en nuestro lugar. Quienes creen esto y aceptan el pago que Él hizo a su favor, reciben un billete al cielo que jamás podrá ser invalidado.
¿POR QUÉ DEBERÍA ESTAR INTERESADO EN EL CIELO?
Algunos cristianos se contentan simplemente con saber que estarán seguros eternamente. Por supuesto, quieren experimentar las glorias de arriba, pero no ven ninguna conexión inmediata entre sus vidas cotidianas y su destino futuro. Por tanto, no sienten el deseo de saber más sobre el cielo. Pero Cristo quiere que los creyentes sepan cuál es “la esperanza a que él nos ha llamado, y… la gloria de su herencia en los santos” (Efesios 1.18).
El cielo es nuestro hogar futuro. Allí es donde está nuestra ciudadanía; somos solo transeúntes en la tierra. Toda una vida aquí parecerá un simple soplo en comparación con la eternidad. Siempre que usted lea un pasaje bíblico que describa una escena o actividad celestial, inclúyase en ellas, porque ésa será su realidad. Las puertas del cielo y las calles de oro no son un cuento de hadas, y algún día usted pasará por esas puertas, caminará por esas calles, y verá cara a cara al Señor.
Esta morada eterna será el hogar de todos los hijos de Dios. Nos encontraremos con los santos de todos los siglos, y nos reuniremos con nuestros seres queridos que fueron salvos. Y esta reunión será mucho mejor que cualquier otra que hayamos experimentado antes. No habrá conflictos ni malentendidos; solo la comunión ideal y el amor perfecto que todos anhelamos.
Pero la razón más importante para saber más acerca del cielo, es porque es la morada de Dios. Finalmente estaremos en presencia de Aquel que murió por nosotros. Durante todos nuestros años terrenales lo hemos amado y servido, pero en la eternidad nuestra fe se convertirá en visión. El pecado que nos impedía tener una comunión perfecta con el Señor, nunca más nos volverá a estorbar.

Te amo, estoy a tu lado, jamás te dejaré solo


Hola, disculpa que interrumpa lo que estás haciendo, pero es necesario que escuches algo muy importante que voy a decirte. Sé que hay días que te sientes triste, pues piensas que estoy lejos y que mi cariño por ti ha disminuido. Quiero que sepas que esto no es así, en todo momento te llevo en mis brazos, en todo tiempo te estoy acariciando y diciendo lo hermoso que eres.
Si pudieras ver mis ojos y escuchar el sonido de mi voz, podrías entender mejor el gran amor que siento por ti. Yo soy tu padre, nunca te abandonaré ni te desampararé. Ahora estoy junto a ti, no allá lejos en las estrellas, sino junto a ti.


Si pudieras ver cómo me siento a tu lado, quedarías atónito. Te sorprendería lo cariñoso que soy, me verías muy grande y hermoso, mucho más de lo que tú creías. No, no estoy exagerando, es la verdad. Si pudieras ver como te miro, te sentirías verdaderamente protegido y amado.

¿Puedes verme?
Si pudieras verme experimentarías tal alegría que no habría lugar en tu mente para miedos o dudas, ni tendría tu corazón motivo alguno para tristezas. Pero, aunque no me puedes ver con tus ojos físicos, lo puedes hacer con los espirituales, y estoy aquí ahora, hablando contigo. 

¿Qué diferencia hay entre misericordia y gracia?

La misericordia y la gracia son confundidas con frecuencia. Aunque los términos tienen significados similares, no son lo mismo. La diferencia estriba en que, misericordia es que Dios no nos castigue como lo merecen nuestros pecados, y gracia es que Dios nos bendiga a pesar de que no lo merezcamos. La misericordia es la liberación del juicio. La gracia es la bondad extendida a quienes no la merecen.

De acuerdo a la Biblia, todos hemos pecado (Eclesiastés 7:20; Romanos 3:23 y 1 Juan 1:8). Como resultado de ese pecado todos merecemos la muerte (Romanos 6:23) y la condenación eterna en el lago de fuego (Apocalipsis 20:12-15). Considerando esto, cada día que vivimos es un acto de la misericordia de Dios. Si Dios nos diera lo que merecemos, todos estaríamos, ahora mismo, condenados por la 
eternidad. En Salmo 51:1-2, David clama, “Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad y límpiame de mi pecado.” Una súplica a Dios por misericordia es pedirle que detenga el juicio que merecemos, y en vez de ello nos conceda el perdón que de ninguna manera nos hemos ganado. 
No merecemos nada de Dios. Dios no nos debe nada. Todo el bien que experimentamos es el resultado de la gracia de Dios (Efesios 2:5), y la gracia es simplemente, un favor inmerecido. Dios nos da cosas buenas que no merecemos y que nunca podríamos ganar. Rescatados del juicio por la misericordia de Dios, la gracia es cualquier cosa y todo lo que recibimos, más allá de esa misericordia (Romanos 3:24). La gracia común se refiere a la gracia soberana que Dios otorga a toda la humanidad, independientemente de su condición espiritual ante Él, mientras que la gracia salvadora es esa dispensación especial de gracia, por la que Dios extiende soberanamente la inmerecida asistencia divina sobre Sus elegidos para su regeneración y santificación.