martes, 25 de diciembre de 2012

La Ultima Lágrima - Reflexión

Allí estaba, sentado en una banqueta, con los pies descalzos sobre las baldosas rotas de la vereda; gorra marrón, manos arrugadas sosteniendo un viejo bastón de madera, pantalones remangados que dejaban ver sus pantorrillas y una camisa blanca, gastada, con un chaleco de lana tejido a mano.

El anciano tenía la mirada perdida. Y el viejo lloró, y con su única lágrima expresó tanto, que me fue muy difícil acercarme a preguntarle, siquiera a consolarle.

Pasé por el frente de su casa mirándole; al volver su mirada la fijó en mí, le sonreí. Le saludé con un gesto aunque no crucé la calle, no me animé, no le conocía y, si bien entendí que en su mirada con aquella lágrima se mostraba una gran necesidad, seguí mi camino sin estar seguro de estar haciendo lo correcto.

En mi camino guardé la imagen, la de su mirada encontrándose con la mía. Traté de olvidarme. Caminé rápido como escapándome. Compré un libro y, tan pronto llegué a mi casa, comencé a leerlo esperando que el tiempo borrara esa presencia…, pero esa lágrima no se borraba. Los viejos no lloran así por nada, me dije.

Esa noche me costó dormir; la conciencia no entiende de horarios y decidí que por la mañana volvería a su casa y conversaría con él, tal como entendí que me lo había pedido. Luego de vencer mi pena, logré dormir. Recuerdo haber tomado un poco de café, comido unas galletas, y muy deprisa fui a su casa convencido de tener mucho que conversar.

Llamé a la puerta, cedieron las rechinantes bisagras y salió otro hombre. ¿Qué desea? preguntó, mirándome con gesto adusto.

Busco al anciano que vive en esta casa, contesté.

Mi padre murió ayer por la tarde, dijo entre lágrimas.

¡Murió! dije decepcionado. Las piernas se me aflojaron, la mente se me nubló y los ojos se me humedecieron.

¿Usted quien es? volvió a preguntar.

En realidad, nadie, contesté y agregué. Ayer pasé por la puerta de su casa, y estaba su padre sentado, vi que lloraba y a pesar de que lo saludé no me detuve a preguntarle que le sucedía, pero hoy volví para hablar con él aunque veo que es tarde.

No me lo va a creer, pero usted es la persona de quien hablaba en su diario.

Extrañado por lo que me decía, le miré pidiéndole más explicación.

Por favor, pase. Me dijo aún sin contestarme.

Después de servir un poco de café, me llevó hasta donde estaba su diario y la última hoja decía: Hoy me regalaron una sonrisa grata y un saludo amable… hoy es un día bello.

Tuve que sentarme, me dolió el alma de sólo pensar lo importante que hubiera sido para ese hombre que yo cruzara aquella calle.

Me levanté lentamente y al mirar al hombre le dije: Si hubiera cruzado la vereda y hubiera conversado unos instantes con su padre…

Pero me interrumpió y con los ojos humedecidos de llanto dijo: Si yo hubiera venido a visitarle al menos una vez este último año, quizás su saludo y su sonrisa no hubieran significado tanto.



Si hubiera….si hubiera…si hubiera….
¿Cuántas veces esas dos palabras han estado en nuestros labios?
Tomemos la decisión de aprovechar cada oportunidad para amar, compartir y edificar a otros...
¡Hoy!… porque mañana puede ser tarde
.
¡Dios te bendiga!

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