«¿No deberían vivir ustedes como Dios manda, siguiendo una conducta intachable y esperando ansiosamente la venida del día de Dios?» 2 Pedro 3: 11-12, NVI
Cristo dio a la iglesia un encargo sagrado. Cada miembro debe ser un medio por el cual Dios pueda comunicar al mundo los tesoros de su gracia, las inescrutables riquezas de Cristo. No hay nada que el Salvador desee tanto como tener agentes que quieran representar al mundo su Espíritu y su carácter. Y no hay nada que el mundo necesite tanto como la manifestación del amor del Salvador por medio de los seres humanos. Todo el cielo está esperando a los hombres y a las mujeres por medio de los cuales Dios revele el poder del cristianismo.
Y la iglesia es la agencia de Dios para la proclamación de la verdad, facultada por Él para hacer una obra especial; y si le es leal y obediente a todos sus mandamientos, habitará en ella la excelencia de la gracia divina. Si manifiesta verdadera fidelidad, si honra al Señor Dios de Israel, no habrá poder capaz de resistirse.
El celo por Dios y su causa indujo a los discípulos a ser testigos del evangelio con gran poder. ¿No debería semejante celo encender en nuestros corazones la determinación de contar la historia del amor redentor, del Cristo crucificado? Es privilegio de cada cristiano, no solo esperar, sino apresurar la venida del Salvador.