sábado, 29 de julio de 2017

¡Perdonado!

Yo anduve errante como una oveja extraviada;¡busca a tu siervo, porque no me he olvidado de tus mandamientos! (Salmo 119:176).
Cuando regresaba a casa del trabajo, a veces, mi amigo Norm gritaba: «¡Están perdonados!». No era que sus familiares le hubieran hecho daño y necesitaran su perdón. Simplemente, les recordaba que, aunque habían pecado durante el día, la gracia de Dios les garantizaba su perdón.
El apóstol Juan señaló lo siguiente respecto a la gracia: «pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado (inclinación a pecar), nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:7-9).
La frase «andamos en luz» es una metáfora de seguir a Jesús. Juan insiste en que imitar al Señor con la ayuda del Espíritu, es señal de que nos hemos unido a los apóstoles en la comunión de la fe; de que somos cristianos auténticos. Sin embargo, no debemos engañarnos. A veces, tomaremos malas decisiones. No obstante, recibimos abundante gracia y todo el perdón que necesitemos.
No somos perfectos, ¡pero sí perdonados por Jesús! Esta es la buena noticia para hoy. 
Señor, sé que estoy lejos de ser perfecto. Por eso, te necesito y preciso que me limpies. Sin ti, estoy perdido.
Examina tu corazón diariamente para mantenerte cerca de la sabiduría de Dios.

Mi alma tiene sed de Dios

Necesitamos tener sed por la presencia de Dios. Hay muchas ocasiones en nuestras vidas en que empezamos a ceder, en las que nos empezamos a desanimar, en que la llama de la pasión que ardía en nosotros parece apagarse más y más; ya no oramos con frecuencia, alegamos constantemente como excusa “es que no tengo tiempo”, dejamos relegado el servicio a Dios y nos ocupamos de cosas vanas, olvidando quién es el que nos ha salvado y nos ha guiado por el camino de bendición y de vida.
Resultado de imagen de Mi alma tiene sed de DiosSomos muy dados a juzgar a los israelitas por su ingratitud frente a Dios, pero no nos damos cuenta que no somos tan diferentes a ellos. Se dice que aquél que no conozca la historia está condenado a repetirla; no repitamos la historia de un pueblo que, teniendo la maravillosa oportunidad de tener la palabra de Dios por profetas que pudieron ver la grandeza de Dios, que eran escuchados por Dios cuando necesitaban libertad y salvación, decidieron olvidarse de Él y sufrieron consecuencias nefastas por su decisión.
La gratitud hace referencia a recordar. En el Salmo 42 se ven referencias a esto en los versículos 4 y 6. Es necesario recordar y tener presente en nuestras mentes las obras que Dios ha hecho en nosotros, para alabarlo y tener fortaleza y seguridad en todo momento; el día que lo olvidemos, estaremos renunciando a vivir.
No podemos olvidar todas las cosas maravillosas que hemos visto, que hemos oído, que hemos vivido; no podemos olvidar la magnífica salvación que tenemos ni la esperanza que nos da aliento para levantarnos cada mañana.
No puedes desanimarte, no puedes darte por vencido, no cuando hay algo tan grande adelante. De acuerdo, hay muchas cosas que nos quieren alejar de la verdad: los pensamientos, palabras hirientes de alguna persona, percatarse de que una persona no es quien dice ser, etc. Ten presente que nuestra lucha no es contra personas sino contra entes espirituales que buscan desanimarnos y apagar el fuego que hay en nosotros.
En el Antiguo Testamento se explica que era una orden de Dios que la lámpara del Templo no se podía apagar y que tenía que ser avivada por el sacerdote constantemente. Nosotros somos el templo de Dios y no podemos dejar que la lámpara del Espíritu Santo se apague. En Apocalipsis Jesús le dice a una de las iglesias “He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona.” Apocalipsis 3:11. Retengamos la fe, retengamos el primer amor, retengamos la esperanza a la cual fuimos llamados, que NADIE robe nuestra corona.

De lo profundo de las aguas

Envió desde lo alto y me tomó; me sacó de las caudalosas aguas. 2 Samuel 17
Examiné el agua con atención en busca de señales de alarma. Durante mis turnos como salvavidas, observaba junto a la piscina para garantizar la seguridad de los que nadaban. Abandonar mi puesto o no prestar atención podía tener consecuencias graves para los que estaban en el agua. Si un nadador se encontraba en peligro de ahogarse debido a una herida o impericia, mi responsabilidad era sacarlo del agua y ponerlo a salvo en el borde de la piscina.
Después de experimentar la ayuda de Dios en su batalla contra los filisteos (2 Samuel 21:15-22), David compara su rescate con haber sido sacado «de las muchas aguas» (22:17). Las vidas de David y sus hombres estaban en peligro a causa de sus enemigos, pero Dios mantuvo a flote a David cuando este se ahogaba en el desastre. Mientras que a los salvavidas les pagan para garantizar la seguridad de los nadadores, Dios salvó a David porque se deleitaba en él (v. 20). Mi corazón salta de gozo al entender que Dios no me cuida y me protege porque esté obligado a hacerlo, sino porque quiere.
Cuando los problemas de la vida parecen superarnos, podemos descansar al saber que Dios, nuestro Salvavidas, ve lo que nos sucede y, porque se deleita en nosotros, nos cuida y nos protege.
Gracias, Señor, por ver mis luchas y estar siempre listo para salvarme.
Dios se deleita en salvar a sus hijos.