sábado, 10 de junio de 2017

¿Qué son las bienaventuranzas?

Las bienaventuranzas son ocho declaraciones de bendición dichas por Jesús al comienzo del Sermón del Monte (Mateo 5:3-12). Cada una comienza con la frase “Bienaventurados los. . .” 
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«Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
 Bienaventurados los que lloran, porque recibirán consolación.
 Bienaventurados los mansos, porque recibirán la tierra por heredad.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, 
porque serán saciados.
 Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los de limpio corazón, porque verán a Dios.
Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios.
10 Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
11 Bienaventurados seréis cuando por mi causa os insulten, os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.


Está en discusión cuántas bienaventuranzas hay con exactitud. Algunos hablan de siete, nueve o diez bienaventuranzas, pero el número parece ser de ocho. La última se engloba en la anterior.

La ley del amor

«El cumplimiento de la ley es el amor» Romanos 13:10
Fue Dios (a través de  Moisés) quien, en medio de truenos y fuego, proclamó la ley en el monte Sinaí. Como llama consumidora, la gloria de Dios descendió sobre la cumbre y la montaña tembló por la presencia del Señor. El pueblo de Israel, postrado en tierra, había escuchado, presa de pavor, los preceptos sagrados de la ley. ¡Qué contraste con la escena en el monte de las bienaventuranzas! Bajo el cielo estival, cuyo silencio se veía turbado solamente por el gorjear de los pajarillos, presentó Jesús los principios de su reino. Hablando al pueblo ese día con palabras de amor, les explicó los principios de la ley proclamada en el Sinaí. 
Resultado de imagen de la ley del amor de diosLa ley dada en el Sinaí era la expresión del principio del amor, una revelación hecha a la tierra de la Ley de los cielos. Fue decretada por la mano de un Mediador y promulgada por Aquel cuyo poder haría posible que los corazones humanos armonizaran con los principios divinos. El señor había revelado el propósito de la ley al declarar a Israel: «Ustedes serán mi pueblo santo» (Éxodo 22: 31, NVI).
Pero Israel no había comprendido la espiritualidad de la ley, y demasiadas veces su obediencia, en vez de consistir en una entrega del corazón a la soberanía del amor, no era más que una sumisión a ritos y ceremonias externos. Cuando en su carácter y obra, Jesús representó ante la humanidad los atributos santos, benévolos y paternales de Dios, y les hizo ver cuán inútil era la mera obediencia minuciosa a laceremonias, los dirigentes judíos no recibieron ni comprendieron sus palabras. Creyeron que no recalcaba lo suficiente los requerimientos de la ley; y cuando les presentó las mismas verdades que eran la esencia del servicio que Dios les asignaba, ellos, que miraban solamente lo externo, lo acusaron de querer derrocar la ley.
Las palabras de Cristo, aunque pronunciadas sosegadamente, se distinguían por una gravedad y un poder que conmovían los corazones del pueblo. Escuchaban para ver si repetía las tradiciones inertes y las exigencias de los rabinos, pero escuchaban en vano. «Las multitudes se asombraron de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tenía autoridad, y no como los maestros de la ley» (Mateo 7: 28-29, NVI). Los fariseos notaban la gran diferencia entre su propio método de enseñanza y el de Cristo. Percibían que la majestad, la pureza y la belleza de la verdad, con su influencia profunda y suave, echaba hondas raíces en muchas mentes.

El llamado de Dios

En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros: en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por él. (1 Juan 4:9).
Una mañana, mi hija le dio su teléfono móvil un momento a su pequeño de once meses para que se entretuviera. Menos de un minuto después, sonó mi teléfono, y cuando contesté, escuché su vocecita. De algún modo, había apretado el número de marcación rápida para llamarme, y tuvimos una conversación inolvidable. Mi nieto solo dice unas pocas palabras, pero conoce mi voz y responde. Así que hablé con él y le dije cuánto lo amaba.
La alegría que sentí al escuchar la voz de mi nieto me recordó el profundo deseo de Dios de relacionarse con nosotros. Desde el principio, la Biblia muestra cómo Dios nos busca con afán. Cuando Adán y Eva pecaron al desobedecer a Dios y se escondieron de Él en el huerto, «el Señor Dios llamó» a Adán (Génesis 3:9).
Dios siguió buscando a la humanidad a través de Jesús. Como desea relacionarse con nosotros, envió a Jesús a la Tierra para pagar el castigo de nuestro pecado al morir en la cruz. «Dios mostró cuánto nos ama al enviar a su único Hijo como sacrificio para quitar nuestros pecados» (1 Juan 4:9-10 NTV).

Qué bueno es saber que Dios nos ama y que quiere que respondamos a su amor a través de Jesús. Incluso cuando no sabemos bien qué decir, ¡nuestro Padre anhela escucharnos! 

Padre, gracias por amarme y querer relacionarte conmigo.
El amor de Dios por nosotros se revela a través de Jesús.