Estábamos de campamento con los Conquistadores en la playa, y el plan para la tarde era cavar un túnel en las dunas. Justo cuando comenzamos nuestra obra maestra, antes de mi turno, mi padre puso esta regla absurda: «Tienen que dejar siempre los pies afuera, que se vean». Todo el mundo parecía molesto, porque ¡vaya con la regla de mi padre! No se puede cavar muy hondo si los pies tienen que verse. Convencida de que la idea era absurda y ridícula, me quedé mirando, esperando mi turno.
Cuando finalmente me llegó el turno, me metí dentro del túnel lo más rápidamente que pude, pero las manos de mi padre me agarraron por los tobillos inmediatamente. Seguí haciendo la mayor fuerza posible para avanzar dentro del túnel, enojada porque mi padre me agarraba por los tobillos; cuando, de pronto, ya no pude moverme más y todo se volvió negro. No podía respirar, algo muy pesado me empujó contra el suelo: el túnel se había derrumbado, y yo estaba enterrada viva bajo una montaña de arena.