viernes, 19 de mayo de 2017

El Almacenista y La Cajera

En un supermercado, Kurtis el almacenista, estaba ocupado trabajando cuando oyó una voz por los altavoces solicitando la asistencia a la caja 4. Kurtis casi había terminado y quería tomar algo de aire fresco, por lo que decidió responder a la llamada. Al acercarse a la caja, una sonrisa distante llamó su atención, la nueva cajera era hermosa.
Era mayor que él (tal vez 26 años, mientras que él solo tenía 22) y se enamoró de ella.  Mas tarde, ese día, tras terminar su turno, esperó cerca del reloj de marcar la entrada y la salida, para averiguar su nombre. Ella llegó a la sala de descanso, le sonrió suavemente, tomó su tarjeta, la marcó, y se fue. Él miró su tarjeta: Brenda. Y salió solo para verla caminar por la calle.
Al día siguiente, esperó fuera mientras ella salía del supermercado, y le ofreció un autostop a casa. Se le veía bastante inofensivo, y ella aceptó. Cuando la dejó, le preguntó si podría verla de nuevo, fuera de horas de trabajo. Ella dijo simplemente que no sería posible, pero tras insistir, ella explicó que tenía dos niños y que no podía pagar una niñera, por lo que él se ofreció a hacerlo. Algo reticente, ella aceptó su oferta para una cita el sábado siguiente.
Ese sábado por la noche, llegó a la casa de ella y se enteró que no podría salir con él porque la niñera la había llamado para avisarle que no podría ir. Ante esto, Kurtis simplemente dijo: “Bueno, llevemos a los niños con nosotros”. Ella intentó explicarle que aquello no era una opción, pero no aceptando un no por respuesta, él insistió. Finalmente, Brenda le llevó dentro para conocer a sus niños. Tenía una hija lindísima, pensó Kurtis. Entonces Brenda le trajo a su hijo... en una silla de ruedas. Había nacido paraplégico y con el Síndrome de Down.
Kurtis le preguntó a Brenda: “Todavía no puedo comprender por qué no pueden venir con nosotros”. Brenda estaba sorprendida. La mayoría de los hombres huirían de una mujer con dos hijos, especialmente si uno de ellos era discapacitado, tal y como lo había hecho su primer marido y padre de los niños. Pero Kurtis no era como los demás… tenía una mentalidad distinta.

El sufrimiento y la gloria

Una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd. Mateo 17:5
Hay dos escenas de los evangelios que presentan a la persona de Jesucristo de manera muy diferente: su transfiguración y su crucifixión.
Jesús tomó a tres de sus discípulos y los llevó aparte a una montaña; allí se transfiguró delante de ellos, “resplandeció su rostro como el sol” (Mateo 17:2). Sin embargo, el profeta Isaías dijo con respecto a Cristo y su sufrimiento: “De tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer y su hermosura, más que la de los hijos de los hombres” (Isaías 52:14).
En el monte de la transfiguración, “sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos” (Marcos 9:3). Pero en la cruz del Gólgota, Jesús, despojado de sus vestiduras, coronado de espinas y clavado en un madero, quedó expuesto a las miradas de todos los que pasaban. “Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes” (Juan 19:24).
En la montaña apareció la nube de la presencia de Dios, pero en la cruz todo eran tinieblas; el Hijo de Dios estaba solo.
En la montaña, la voz del Padre se hizo oír: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mateo 17:5). En la cruz se oyó el insondable clamor de Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46; Salmo 22:1).
¡La felicidad y la libertad de los creyentes costaron un precio muy alto! “¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?” (Lucas 24:26).

Escuchando con el Corazón

“He desperdiciado todo el día”, se lamentó John mientras su padre lo despertaba con delicadeza.
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El tono de su voz, lastimero y angustiado, provocó la reacción instantánea de su padre, y un destello de ira emergió de él. Había sido un largo día de pintar y colocar papel pintado en la nueva oficina de su madre, y su papá estaba extenuado. John había trabajado duro en las primeras horas del día, pero al desaparecer la ilusión de la novedad, se sintió aburrido y finalmente soñoliento, por lo que se acostó en un sofá de una oficina adyacente. Ahora su padre, Richard, lo despertaba para que todos se encaminaran a casa.
Antes que Richard pudiese expresar una repentina retórica formada por su mente, algo lo detuvo. Vislumbró, desde la perspectiva de un niño de ocho años, lo que significaba todo un sábado transcurrido trabajando en la nueva oficina de su madre.
Con renovada compasión, respondió a su hijo: “John, sé que el sábado es, precisamente para vosotros que sois niños, en este caso de ocho años, el día más importante de la semana. Aprecio tu disposición a prescindir de disfrutarlo y ayudarnos a decorar la oficina de mamá. Ha sido un largo día y apuesto a que también estás cansado. Y por eso, me gustaría mostrarte cuánto apreciamos tu apoyo yendo a la tienda de vídeos, camino a casa, y alquilando la película que tú elijas para que nos deleitemos en familia. ¿Qué te parece?”
Como respuesta a la actitud amorosa de su padre, la angustia y desesperanza de John se transformó en euforia, y dijo pausadamente, “¡Gracias papá! ¡Me gustaría hacerlo!
A veces, al escuchar con nuestro corazón y no con los oídos, el amor gana y las relaciones florecen. Por ello, Johann Wolfgang Von Goethe dice: “La corrección consigue mucho, pero la estimulación, mucho más.”
2 Reyes 22:19
Porque se enterneció su corazón.
Proverbios 15:1
La blanda respuesta quita la ira; mas la palabra áspera hace subir el furor.

El remedio de Cristo para las oraciones muertas

Confesaos vuestras ofensas unos a otros y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho.
Santiago 5: 16
Resultado de imagen de El remedio de Cristo para las oraciones muertasComo creyentes en Cristo necesitamos más y más fe. ¡Y como no!, necesitamos ser cada vez más fervientes en la oración. Muchos se preguntan por qué sus oraciones son tan muertas, su fe tan débil y vacilante, y su experiencia cristiana tan sombría e incierta. «¿De qué sirve, dicen ellos, que observemos los mandamientos y que nos humillemos ante el Señor?». En el capítulo 58 de Isaías, Cristo demostró cómo puede revertirse esta situación. Dice: «El ayuno que yo escogí, ¿no es más bien desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, dejar ir libres a los quebrantados y romper todo yugo? ¿No es que compartas tu pan con el hambriento, que a los pobres errantes albergues en casa, que cuando veas al desnudo lo cubras y que no te escondas de tu hermano?» (versos 6-7). Ésta es la receta que Cristo prescribió para el alma que desmaya, que duda y tiembla. Si estás afligido, levántate y socorre a alguien que necesite auxilio.
La iglesia necesita el poder de guía del Espíritu Santo; y éste es el momento de orar por él. Pero como en todo lo que Dios hace por nosotros, espera que cooperemos con Él. Con este objetivo nos invita a tener una mayor piedad, un sentido más objetivo del deber y una comprensión más clara de nuestras obligaciones hacia el Creador. El Señor nos ruega que seamos puros, santos y trabajadores, y la obra de ayudar a otros es un medio para lograrlo, porque el Espíritu Santo se comunica con todos los que prestan servicio a Dios.