En nuestro caminar por la vida la gran mayoría de las veces llevamos cargas demasiado pesadas e infructuosas, que lo único que nos producen son dolores y frustraciones, y que a la larga nos van minando tanto en lo físico como en lo moral, así como en lo espiritual; y esto es debido a que aún nuestra mente nos evoca los eventos del pasado, lo que no nos permite disfrutar de lo que actualmente poseemos o somos.
Al igual que los pescadores, nos adentramos en el mar de la vida para ir de pesca, siempre con la ilusión de obtener muy buena ganancia; nunca pasa por la mente de nadie el fracasar, porque solo la palabra produce en el hombre cierta incomodidad. Pero en un sinnúmero de veces nuestra pesca es raquítica, o bien es abundante pero al seleccionar el producto resulta que la gran mayoría de cosas no nos sirven o son de muy poco valor... ¿Revisaste ya de que está llena tu red?, o mejor aún, ¿vale la pena lo que pescaste? Como buenos pescadores, diestros en la materia, Pedro y su hermano Andrés sabían que no todo lo que traía la red de las profundidades del mar era de gran cuantía; en muchas ocasiones resultaba frustrante la jornada, fracasaban, pero no por eso desistían… Por el contrario, siempre ardía en sus corazones la llama de la esperanza, la cual jamás se apagaba porque sabían que no todo estaba perdido, que aunque todo se veía como un fracaso, para ellos era una experiencia de la cual aprenderían y posteriormente, se levantarían en victoria. Cuando el Señor Jesús los llamó a ambos y a Pedro le hizo la promesa al decirle que lo haría pescador de hombres, estaba parafraseando; estos dos rudos trabajadores no entendían en ese momento a qué se refería el Maestro, y sin embargo no dudaron en seguirlo, porque sabían que Él les enseñaría una nueva forma de vivir la vida.