miércoles, 10 de mayo de 2017

¿De qué está llena tu red?

En nuestro caminar por la vida la gran mayoría de las veces llevamos cargas demasiado pesadas e infructuosas, que lo único que nos producen son dolores y frustraciones, y que a la larga nos van minando tanto en lo físico como en lo moral, así como en lo espiritual; y esto es debido a que aún nuestra mente nos evoca los eventos del pasado, lo que no nos permite disfrutar de lo que actualmente poseemos o somos. 
Al igual que los pescadores, nos adentramos en el mar de la vida para ir de pesca, siempre con la ilusión de obtener muy buena ganancia; nunca pasa por la mente de nadie el fracasar, porque solo la palabra produce en el hombre cierta incomodidad. Pero en un sinnúmero de veces nuestra pesca es raquítica, o bien es abundante pero al seleccionar el producto resulta que la gran mayoría de cosas no nos sirven o son de muy poco valor... ¿Revisaste ya de que está llena tu red?, o mejor aún, ¿vale la pena lo que pescaste? Como buenos pescadores, diestros en la materia, Pedro y su hermano Andrés sabían que no todo lo que traía la red de las profundidades del mar era de gran cuantía; en muchas ocasiones resultaba frustrante la jornada, fracasaban, pero no por eso desistían… Por el contrario, siempre ardía en sus corazones la llama de la esperanza, la cual jamás se apagaba porque sabían que no todo estaba perdido, que aunque todo se veía como un fracaso, para ellos era una experiencia de la cual aprenderían y posteriormente, se levantarían en victoria. Cuando el Señor Jesús los llamó a ambos y a Pedro le hizo la promesa al decirle que lo haría pescador de hombres, estaba parafraseando; estos dos rudos trabajadores no entendían en ese momento a qué se refería el Maestro, y sin embargo no dudaron en seguirlo, porque sabían que Él les enseñaría una nueva forma de vivir la vida.

¿A mí no me hablas?

(Pilato dijo a Jesús): ¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte? Respondió Jesús: Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba. Juan 19:10-11
Esta fue la pregunta hecha por un juez a un acusado que comparecía ante su tribunal. El juez era Pilato, gobernador romano de Jerusalén que tenía autoridad para decidir si el acusado debía vivir o morir. El acusado era Jesús, detenido como malhechor. A Pilato le sorprendió que Jesús no respondiese a todas sus preguntas y que no hablase para defenderse, e insistió: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte?” Entonces Jesús le respondió que no tendría ningún poder si Dios no se lo hubiese dado.
La actitud de Jesús nos muestra en qué casos hay que callar o responder cuando alguien nos interroga. Jesús no habló para defenderse, sino más bien para llevar a su juez a reconocer la verdad. Cumplió la profecía que dice: “Como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció” (Isaías 53:7), y al mismo tiempo “dio testimonio de la buena profesión” (1 Timoteo 6:13).
Nos inquietamos fácilmente cuando somos interrogados sobre nuestra fe. Jesús lo sabe muy bien, por eso nos dice: “No os preocupéis por lo que habéis de decir, ni lo penséis, sino lo que os fuere dado en aquella hora, eso hablad; porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo” (Marcos 13:11). Hablemos de nuestra fe en el momento adecuado, y experimentaremos la ayuda del Señor en las situaciones difíciles.
“Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Pedro 3:15).

¿Cómo actúa Dios?

Dios, con su omnipotencia y con su plan perfecto sobre todos los eventos de su creación, tiene en su voluntad hacer las cosas como a Él le place. Nosotros debemos tratar de pensar siempre en función de Dios, para que Él nos muestre cuál es su propósito en todo lo que hace. Pero no importando lo que haga, debemos aprender a confiar plenamente en Él, pues solo a Él le compete tomar la decisión de cómo nos resolverá nuestros problemas, cómo lo hará. El es el Dios soberano.
Vino luego a Betsaida; y le trajeron un ciego, y le rogaron que lo tocase. Entonces, tomando la mano del ciego, lo sacó fuera de la aldea; y escupiendo en sus ojos, le puso las manos encima, y le preguntó si veía algo. Él, mirando, dijo: Veo los hombres como árboles, pero los veo que andan. Luego le puso otra vez las manos sobre los ojos, y le hizo que mirase; y fue restablecido, y vio de lejos y claramente a todos. Y lo envió a su casa, diciendo: No entres en la aldea, ni lo digas a nadie en la aldea. Marcos 8:22-26
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Esta es una historia ficticia de lo que pudieron pensar diferentes ciegos con el milagro realizado por Jesús en Mateo 9:27-31
Uno pudo pensar que no había que hacer nada.
Otro pudo pensar que podía ser solo cuestión de fe en Jesús para que se diera el milagro, así como se secó la higuera con solo la palabra del Señor. Mateo 20:29-34
Otro más pudo decir: No solo es cuestión de fe y de tocarme. También se necesita que te escupa y que de nuevo te imponga las manos. Marcos 8:22-26
Un cuarto pudiera haber dicho: Nada de lo que dicen es verdad; lo que se necesita es que Dios escupa en la tierra, que haga una especie de barro (lodo) y te lo unte, y después de eso debes de ir a un estanque. Juan 9:1-12
Pero realmente, ¿cómo actúa Dios? La respuesta es: sólo Él lo sabe. Dios puede hacer lo que le de la gana, cuando quiera y como quiera. Porque es Dios y no tiene que rendirle cuentas a nadie de lo que hace; solo Él sabe por qué lo está haciendo, es su soberana voluntad; nunca cambia, permanece inmutable, y no tiene que explicarlo tampoco. Pero una cosa sí es cierta, que Él siempre es el mismo,  “…en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17c); debido a este atributo de Dios, nosotros podemos confiar siempre en Él y en su soberana voluntad.

Alabanza en la oscuridad

Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. Hebreos 13:15
Aunque mi amigo Mickey estaba perdiendo la vista, me dijo: «Seguiré alabando a Dios cada día, porque ha hecho mucho por mí».
Jesús le dio a mi amigo, y a nosotros, la mejor razón para una alabanza constante. Mateo 26 muestra que Jesús compartió la cena de Pascua con sus discípulos la noche antes de ir a la cruz. El versículo 30 revela cómo concluyó la comida: «Y cuando hubieron cantado el himno, salieron al monte de los Olivos».
No se trataba de cualquier himno; era una alabanza. Durante miles de años, los judíos han cantado un grupo de salmos llamado «el Halel» en Pascua (halel es la palabra judía para «alabanza»). La última de estas oraciones y cantos de alabanza, que se encuentra en los Salmos 113–118, honra al Dios que se ha transformado en nuestra salvación (Salmos 118:21). Se refiere a una piedra rechazada que se volvió la piedra del ángulo (verso 22) y a uno que viene en el nombre del Señor (verso 26). Es posible que hubieran cantado: «Este es el día que hizo el Señor; nos gozaremos y alegraremos en él» (verso 24).
Al cantar con sus discípulos, Jesús nos dio la mejor razón para levantar la mirada por encima de nuestras circunstancias. Nos guió para alabar el amor y la fidelidad eternos de Dios.


Siempre eres digno de alabanza, Señor, ¡incluso cuando no siento deseos de alabarte!
Alabar a Dios nos ayuda a recordar su bondad que nunca acaba.