jueves, 27 de abril de 2017

Los más buscados

Se buscan personas con integridad. Seres con verdadera orientación, firmes en ella, con tenacidad y entrega. Comprometidas con la verdad, apasionadas por la libertad. Defensores de la felicidad, constructores de fe y esperanza. Guardias y vigilantes de la justicia. Que sean embajadores de la paz y forjadores de buenas nuevas.
Son necesarios los pacificadores y benevolentes, los que antes de emplear la ira utilizan con inteligencia la mansedumbre. 
Es de vital importancia contar con aquellos que, cuando las cosas parecen ir mal, no abandonan, ni dejan las cosas a medias.
Se buscan seres humanos que sean cándidos, amables, pero que tengan dominio propio. Que con humildad reconozcan que el principio de toda fuente de amor y sabiduría está en la búsqueda y el reconocimiento de Dios.

Personas que puedan tener la certeza de que la luz siempre sobresale y prevalece aún en medio de la penumbra más grande. Seres humanos que ante la indiferencia, incomprensión y el desamor, sigan creyendo que el amor es el antídoto para cualquier mal que aqueja a esta sociedad y que Cristo es la solución para cualquier problema.

El poder del perdón de Cristo

Vuélvete… dice el Señor; no haré caer mi ira sobre ti, porque misericordioso soy yo, dice el Señor, no guardaré para siempre el enojo. Jeremías 3:12
Vuélvase al Señor, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. Isaías 55:7

Pedro, discípulo de Jesús, pensaba que amaba a su Maestro más que los demás. Sin embargo lo negó tres veces consecutivas (Lucas 22:54-62). Luego, unos días después de la muerte y resurrección del Señor, Pedro y otros discípulos fueron al lago a pescar. De repente, Jesús se acercó. Juan fue el primero en reconocerlo y dijo a Pedro: “¡Es el Señor!” Juan 21; 7. E inmediatamente Pedro se echó al agua para ir al encuentro de Jesús lo más rápido posible.
¿Había olvidado que acababa de negar a su Maestro? ¿No tenía vergüenza? ¿No hubiese hecho mejor manteniéndose alejado y presentarse en último lugar? No, al contrario, Pedro se apresuró a reunirse con Él, porque Jesús ya había tenido un encuentro con él en privado (Lucas 24:34) y le había asegurado su total perdón. Su actitud no fue inoportuna, pues dio testimonio de la confianza que tenía en el amor de su Maestro.

Creyentes, esto puede darnos ánimo si nos hemos comportado mal, si hemos pecado. Es triste deshonrar al Señor cuando conocemos su amor. Pero si después de haberle confesado nuestro pecado, nos mantenemos alejados so pretexto de que somos indignos de acercarnos, dudamos de Él. Es como escuchar la voz de Satanás, quien trata de mantenernos lejos de Aquel que perdona y quiere restaurarnos.
¡Acerquémonos a nuestro Salvador con confianza y humildad, con la valentía de la fe, pues Él nos ama!

Compartir lo que hemos recibido

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. 2 Corintios 1: 3-4
Resultado de imagen de Compartir lo que hemos recibidoEl señor está siempre dispuesto a mostrar a los pecadores arrepentidos su gracia y su verdad; está listo para concederles perdón y amor; y demanda que los que han sido bendecidos por su compasión revelen esta misma misericordia y amor hacia los demás; pues ello equivale a hacer «las obras de Cristo», a «guardar los mandamientos de Dios» 1 Corintios 7: 19). Aquellos que muestran verdadera gratitud, glorifican a Dios cuando lo aman sobre todas las cosas y aman a su prójimo como a sí mismos. Manifiestan el hecho de haber recibido, no el espíritu del mundo, sino el Espíritu de Dios. A través del conocimiento adquirido por la experiencia, saben cuán bueno es lo que Dios gratuitamente les ha dado, pues han sido iluminados por el Espíritu Santo. Se ocupan de su «salvación con temor y temblor», conscientes de que es Dios el que obra en ellos tanto «el querer como el hacer por su buena voluntad» (Filipenses 2: 12, 13, RVC). Cristo mora en el alma del creyente como un pozo del que mana vida eterna.

¿Está todo bien?

Él comenzó a garabatear algunas palabras en un papel. De repente, desvió su mirada hacia un lado y vio una pequeña nota escrita por su esposa. Cerró los ojos y lo visitaron imágenes de su memoria: vio a su hijo, de apenas cuatro años, que estaba acostado en la cama a causa de una fiebre fatal. Las imágenes lo transportaron a su ciudad, arrasada por un gran incendio. En un abrir y cerrar de ojos, vio que todos sus negocios e inversiones, fruto de mucho trabajo, desaparecían.
Resultado de imagen de Horatio G. SpaffordObservó también la imagen de su esposa junto a él, proyectando un largo viaje en barco. Ella iría antes con las cuatro hijas y él lo haría después de cerrar un negocio importante. Aún podía sentir aquellos abrazos tan amorosos que intercambiaron cuando se despidieron. Miró de nuevo y leyó detenidamente aquella nota, que decía: «Estoy a salvo, pero sola». Las lágrimas surcaron su rostro mientras pensaba en aquellas palabras.
El barco que llevaba a su familia colisionó con otro en alta mar y 226 pasajeros perdieron la vida; entre ellos, sus cuatro hijas. Solo su esposa había sobrevivido. Él enjugó sus lágrimas, continuó escribiendo y, así, Horatio G. Spafford, un abogado cristiano de Chicago, escribió en noviembre de 1873 uno de los himnos más bellos del cristianismo: Estoy bien con mi Dios. Sumido en un profundo dolor, compuso estos versos:
De paz inundada mi senda ya esté, o cubierta en un mar de aflicción, cualquiera que sea mi suerte, diré: ¡Estoy bien, tengo paz, gloria a Dios!
Puede que hayamos conocido personas que pasaron por situaciones parecidas. ¿Cómo ofrecer refugio y ánimo a aquellos que sufren? ¿Cómo ayudar a alguien que perdió su empleo o a un familiar, o que hoy enfrenta una grave enfermedad? Mientras sufría, el autor del Salmo 77 cuestionó: «¿Desechará el Señor para siempre, y no volverá más a sernos propicio? ¿Ha cesado para siempre su misericordia? ¿Se ha acabado perpetuamente su promesa?» (versos 7-8).
El motivo de la pregunta del poeta era descubrir por qué estaba siendo probado. Es una reacción natural de los que están pasando por pruebas.