miércoles, 26 de abril de 2017

¿Es tu Dios?

“Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios” (Juan 19:7). 

Los judíos rechazaron a Jesús como su Dios y su Rey. Cuando los magos vieron su estrella en el Oriente, vinieron a Jerusalén en búsqueda del nuevo Rey. Entonces Herodes preguntó a los líderes espirituales de Israel dónde había de nacer el Cristo, y ellos contestaron acertadamente que en Belén de Judea. Lo sabían. Pero no se acercaron a Belén a verlo. Este es un dato importante. ¿Por qué no querían conocer a su nuevo Rey, a su Mesías? Porque ya tenían su religión montada a su manera y no querían que Jesús les estorbara. No tenían espacio para Dios en su fe. No tenían ninguna necesidad de Dios en su religión. Dios era un estorbo. Si Él asumiese su legítimo lugar en su práctica religiosa, desmontaría su sistema, y no lo querían. Tenían sus propios dioses y no querían que el verdadero Dios les desbancara.
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Bien, antes de condenarlos, debemos echar un vistazo a nosotros mismos. Las pretensiones de Jesús como nuestro Dios significan que tenemos que abdicar el trono de nuestra vida y dejar que Él reine como Dios. Significa la renuncia de nuestra voluntad y la aceptación de la suya. Significa una obediencia y un sometimiento a su autoridad. Aunque reconocerlo como nuestro Dios es costoso. Para Jesús, reconocer al Padre como su Dios le costó la obediencia hasta la muerte de cruz. Los mismos principales sacerdotes y los escribas del pueblo lo habían dicho cuando citaron la profecía acerca de dónde nacería: “Y tú, Belén, tierra de Judá, de ningún modo eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un gobernante, que pastoreará a mi pueblo Israel” (Mateo 2:6 y Miqueas 5:2, LBLA). Igual que el súbdito del reino tiene que ser gobernado por el gobernador, y la oveja tiene que obedecer al pastor, el creyente tiene que ser gobernado por su Rey y guiado por su Pastor. Busca su guía y la sigue; se somete voluntariamente a su autoridad. Su gobierno no es impositivo, sino un libre rendimiento de mi voluntad a la suya.

Jesús fue crucificado porque los líderes religiosos no lo querían como su Rey, ni su Pastor ni su Dios. Los judíos en su acusación de Jesús ante Pilato dijeron: “Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios” (Juan 19:7). Su divinidad está implícita en este título; le rechazaron como su Dios. Bien dijeron: “nosotros tenemos una ley”, porque era su derivación de la ley de Dios, pero no era ley de Dios. Ellos tenían sus leyes, su sistema, su religión y su dios, pero éste no era el Dios verdadero, sino uno creado a su medida, para sus propósitos. ¡Que Dios nos ayude a no hacer lo mismo! ¡Que dejemos espacio en nuestra religión para Dios! Y que sea su ley la que rija en nuestro corazón y nuestra vida.

¿Qué quiere decir la Biblia con que no le digas necio a tu hermano?

Dentro de las curiosidades bíblicas intentaremos contestar una pregunta que surge de un texto bíblico ubicado en Mateo 5:22 y 1 Corintios 15:36.
El primero dice: Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. 
Ahora bien, 1 Corintios 15:36 dice: Necio, lo que tú siembras no se vivifica, si no muere antes. 
La curiosidad estriba en por qué Pablo le llama necio, si Jesús profirió tal sentencia contra aquel que dijera necio a su hermano. Será que Pablo desconocía esto, o quizás, será que hay contextos diferentes en una y otra declaración.

Peor aún, Jesús también utilizó esta palabra en Lucas 11:39-40, donde dice: Pero el Señor le dijo: Ahora bien, vosotros los fariseos limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de rapacidad y de maldad. Necios, ¿el que hizo lo de fuera, no hizo también lo de adentro? 

Esto, sin duda, ha sido un instrumento para los críticos de la Biblia y de Jesucristo; señalando que Cristo es un hipócrita porque por un lado condena a los que usan palabras duras y despectivas, pero por otro lado, Él mismo no duda en usarlas.

Sin embargo, estas acusaciones se desmoronan cuando examinamos profundamente los términos en el idioma original, y a quiénes fueron dirigidas estas palabras. Hagamos una exégesis de ello.

¿Cuál debe ser la bandera del cristiano?

La bandera del cristiano es algo mucho más profundo que un diseño sobre tela, es un símbolo santo que tiene un sello eterno en nuestro corazón.
La bandera cristiana es utilizada para representar a todas las denominaciones cristianas y no está restringida por ninguna nación. Fue concebida el Domingo 26 de septiembre de 1897 en la capilla Brighton, Coney Island en Nueva York.

La bandera cristiana fue diseñada por Charles Overton en 1897. La cruz roja significa la fe cristiana, el amor de Dios al hombre y la promesa de la vida eterna. El azul representa el cielo y el blanco significa la pureza, la inocencia y la paz.

Recuerdo de las Escuelas Bíblicas de verano y también en los campamentos a los cuales asistía fielmente durante los años más tiernos de mi vida. Allí hacíamos juramentos a coro a la bandera cristiana diciendo un estribillo así: "Rindo lealtad a la bandera cristiana y al Reino de Dios que ella representa. Una hermandad de los nacidos de nuevo, salvados por la Sangre de Jesús".

Este estribillo toma formas diferentes en distintos países del mundo; pero siempre tiende a significar lo mismo, y a veces se entona con diferentes palabras.

Estos párrafos anteriores dan una perspectiva histórica y tradicional de lo que han tomado muchas denominaciones evangélicas como La Bandera Cristiana.

Aunque la realidad bíblica y teológica es que la verdadera bandera de los cristianos debería ser la cruz de Cristo, y no hay otro símbolo más excelso que éste.

Un himno tradicional apunta a la única bandera que debe tener todo cristiano. Y es el Santo sacrificio de Cristo, quien toma el lugar de todos nosotros, los pecadores, y muriendo en la cruz por nuestros pecados y por nuestras faltas el que debe ser el único estandarte más elocuente, maravilloso y digno que debe izar como bandera todo creyente.

Dureza de corazón

La dureza de corazón nunca trae buenas consecuencias, y aunque temporalmente parece que hemos conseguido nuestro propósito, con el paso del tiempo la razón nos conduce a lo contrario. Nos deja ver que no obtuvimos, en aquel momento, una victoria, sino que hemos fertilizado una raíz de amargura que no nos permite vivir con alegría.
Efectivamente, la dureza de corazón, en el mejor de los casos, nos hace vivir con tristeza por algo que no hemos disuelto con justicia. Pero en los peores casos, nos convierte en un individuo violento y malvado; en una persona que su dureza es tan grande, que le lleva a castigar despiadadamente o, incluso, a cometer un crimen contra alguien inocente.
Resultado de imagen de La dureza de corazónYo pude ver esa dureza de corazón con violencia en el año 1980, en Cuba. En aquel entonces, los cubanos que decidían abandonar el país, por la razón que fuera, eran perseguidos y golpeados salvajemente por una turba fanática y endemoniada que lo hacía caminar delante de ella por toda la ciudad, ofendiéndolo de palabra y castigándolo duramente hasta dejarlo sin fuerzas y, en ocasiones, seriamente herido.
Aquellos circos romanos, de entonces, en las afueras de los coliseos, me impresionaron grandemente y durante varios años tuve sueños que se convertían en pesadillas, donde yo me veía azotado por esa enardecida y despiadada multitud que tenía un corazón tan duro, que no permitía la entrada de Dios. Cuando llegué a Miami y acepté a Jesucristo como mi Señor, volví a soñar con aquella turba y una vez más me veía acosado por ella. Su corazón estaba tan endurecido que no escuchaban mis explicaciones.
Cuanto más les explicaba que era inocente y que yo no planeaba abandonar el país, menos escuchaban los enloquecidos de la pandilla, y más me acechaban para cumplir con lo que su corazón les dictaba: un castigo, sí, pero injusto hasta la saciedad.