El carpintero contratado, acababa de finalizar su primer día de trabajo. Pero el balance del día no era muy bueno, pues su motosierra se había estropeado, y su viejo coche se había negado a arrancar.
Mientras Luis quien lo había contratado lo llevaba a su casa, el carpintero permaneció en silencio; obviamente se hallaba preocupado. Cuando llegaron, invitó a Luis a bajarse y conocer a su familia. Así lo hicieron, y mientras se dirigían a la puerta, el carpintero se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol, tocando las puntas de las ramas con ambas manos.
Cuando la familia del carpintero abrió la puerta, hubo una sorprendente transformación: su rostro que poco antes reflejaba cansancio y molestia, ahora lucía totalmente sonriente. Y con esa actitud, abrazó y besó a sus dos hijos pequeños y a su esposa que salían a recibirlo.
Minutos más tarde y una vez concluida la corta visita de Luis, el carpintero lo acompañó hasta la salida, y al pasar cerca del árbol, sonrientemente expuso: “Éste es mi árbol; cada noche cuando llego a casa, cuelgo en sus ramas los problemas; y, a la mañana siguiente los recojo otra vez. Lo divertido es que al otro día, no veo tantos problemas como los que recuerdo haber colgado la noche anterior.