Muy a menudo, cuando vivimos una situación que no es de nuestro agrado nos hacemos la famosa pregunta ¿por qué? Buscamos una respuesta o un motivo de lo que nos está pasando, pero la mayoría de las veces no la encontramos.
Preguntarnos el porqué de la situación que estamos viviendo no es malo, pero en ocasiones nos causa daño; porque nos entristece no saber cómo nos suceden ciertas cosas o por qué somos nosotros los que tenemos que pasar por ellas; pero en medio de todas las dudas que puedan surgir alrededor de ti, puedes estar seguro de que Dios tiene el control aun de lo que no comprendes.
¿Cuántas veces te has preguntado ¿“por qué a mí”?, y cuántas más le has preguntado a Dios ¿“por qué”? Seguramente en más de una ocasión lo has hecho, todos lo hacemos, y muy posiblemente sin esperar oír la voz de Dios dándote una explicación, (aunque eso sería estupendo). En realidad nos preguntamos eso porque no entendemos el motivo de nuestras pruebas.
A veces la respuesta a nuestro “por qué” llega cuando dejamos de preguntárnoslo, cuando decidimos olvidar preguntarnos “por qué”, para enfocarnos en buscar una solución en lugar de una respuesta que tal vez nunca entenderemos.