Un hombre, su caballo y su perro caminaban por un sendero. Al pasar cerca de un árbol gigantesco, cayó un rayo, y los tres murieron fulminados. Pero el hombre no se dio cuenta de que ya había dejado este mundo, y siguió caminando con sus dos animales (a veces a los muertos les lleva un tiempo ser conscientes de su nueva condición…)
La caminata se hacía muy larga, colina arriba, el sol era de justicia, y todos estaban sudados y sedientos. Necesitaban desesperadamente agua, cuando en una curva del camino avistaron una puerta magnífica, toda de mármol, que conducía a una plaza adoquinada con bloques de oro, en cuyo centro había una fuente de donde manaba un agua cristalina.
El caminante se dirigió al hombre que guardaba la entrada:
– Buenos días. ¿Qué lugar es éste, tan bonito?
– Esto es el cielo.
– Pues qué bien que hemos llegado al cielo, porque nos estamos muriendo de sed.
– Usted puede entrar y beber todo el agua que quiera.
– Mi caballo y mi perro también tienen sed.
– Lo siento mucho, pero aquí no se permite la entrada de animales.