Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él. (Colosenses 3:17).
¡Qué fácil es acostumbrarse a lo bueno! Hasta tal punto nos habituamos a una buena casa, un buen automóvil, un buen trabajo o una familia sana que los damos por supuestos. En otras palabras, perdemos la perspectiva de que, en realidad, nada es nuestro, y dejamos de ser agradecidos con Dios. Esta es nuestra tendencia natural, pero ha de ser revertida en Cristo. En Cristo aprendemos a dar gracias a Dios siempre por todo, porque todo lo hemos recibido de Él como un préstamo temporal inmerecido que hemos de gestionar para su gloria.
Solemos dar gracias a Dios por aquellas cosas verdaderamente sorprendentes, por las cosas que nos “quitan la respiración”, pero ¿y por la respiración misma, que no nos la ha quitado sino que nos la ha seguido manteniendo a cada instante? No creas que eso es algo fútil; para que te hagas una idea, una persona respira aproximadamente 23.000 veces al día (por 364 días que hemos vivido ya de este año pasado, estamos hablando de que Dios nos ha concedido 8.372.000 milagros solo en 2016). Vamos a ver: ¿cuándo fue la última vez que le diste gracias por el complejo y maravilloso proceso de tu respiración?