domingo, 11 de diciembre de 2016

Karla desafinaba

En cuanto a Dios, perfecto es su camino, y acrisolada la palabra (2 Samuel 22:31)

Karla y sus tres amigas iban a cantar en la iglesia por primera vez. Habían estado practicando durante semanas. La señora Bradley, su maestra de música de la escuela, las había ayudado a escoger una canción y aprenderla, y la había repasado con ellas una y otra vez.
Las cuatro jovencitas se reunieron en la sala de la Escuela Sabática de Jóvenes para practicarla por última vez entre la Escuela Sabática y el sermón. Habían trabajado muy duro en esa canción. Simplemente, tenía que ser perfecta.
Resultado de imagen de canto desafinadoPor fin se encontraban detrás del púlpito, y la señora Bradley tocó los primeros acordes. Las cuatro muchachitas empezaron a cantar. Casi inmediatamente, Karla supo que algo no iba bien, pero no supo qué era. Luego se dio cuenta de que Jenni la estaba mirando de reojo. Entonces se percató: ¡estaba cantando en un tono diferente del de las otras chicas!
Karla dejó de cantar, esperó un minuto y se les unió de nuevo; esta vez en el tono correcto. Pero cuando llegó la nota alta en el coro, su voz se quebró y volvió a desafinar. Mirando hacia abajo, a la congregación, vio a un par de chicos que se cubrían la boca para ocultar su sonrisa.
-¡Es todo! ¡Nunca voy a volver a cantar en público! –anunció en el momento en que terminó el culto.
Su mamá le ofreció un abrazo.
-Ya sabes: cometer errores puede ser embarazoso, pero no es lo peor de la vida –dijo ella-. Lo peor es que abandones. ¡Sigue!
Nadie es perfecto. Todos cometemos errores. Lo que realmente importa es lo que haces después.

La diferencia entre Dios y el César

“No hay otro Dios como tú. Porque tú perdonas la maldad y olvidas las rebeliones”. Miqueas 7:18

Resultado de imagen de La diferencia entre Dios y el CésarAl pobre Publio Ovidio no pudo pasarle nada peor: tener problemas con el César. Por haber escrito algunas cosas que no cayeron bien a oídos del emperador Octavio Augusto, Ovidio fue exiliado a la ciudad de Tomis, en la remota Rumanía. Desde allí escribió a varios amigos para que intercedieran por él ante el emperador. Finalmente, escribió su obra "Las tristezas", que no es más que un canto a la nostalgia, al dolor, al fracaso que le proporcionó el exilio. En Las tristezas, Ovidio le pide perdón a Octavio. Éstas son las palabras que le escribió al emperador:
“Te suplico, ¡oh clementísimo César!, que leyendo mis versos depongas tu rencor. Confieso que es legítimo; no niego que lo merecí; el pudor no huyó hasta ese punto de mis labios; pero sin mi falta, ¿qué merced podrías otorgarme? Mi culpa te ha dado motivo para el perdón”.
¿Sabes qué hizo el César? No lo perdonó, y Ovidio pasó el resto de su vida en el destierro.

Humillarse es la clave del exito

1 PEDRO 5:6 “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere el tiempo;”
Hay personas que intentan por todos los medios avanzar y ser los mejores en la vida. Desean alcanzar la cúspide, sea en el plano laboral, personal, familiar, etc. Nuestra sociedad nos empuja una y otra vez a hacer lo que sea, inclusive a utilizar artimañas, artes no muy buenas, a fin de llegar a la cima.

Como cristianos, también tenemos ciertos anhelos y buenos deseos de escalar en la vida, en la profesión o en el ministerio. Mas la manera de llegar a lo más alto debe ser usando las armas de la verdad, siempre por delante, y la que tenemos primero a nuestra disposición es la de poder humillarnos ante el Rey de Reyes y Señor de Señores.
Cuando descubrimos la importancia de humillarnos bajo la poderosa mano de Dios, y lo hacemos sostenidos en la fe, Él nos exaltará a su debido tiempo. En la vida cristiana, para ir hacia arriba (ser exaltado), el camino correcto es ir primero hacia abajo (humillarse ante Dios). Ésta es la clave del éxito en la vida
Señor, quiebra mi orgullo, pues muchas veces he pretendido ir hacia arriba sin humillarme primero ante tu poderosa presencia. Me humillo ante ti para que me moldees y me prepares para el tiempo en el cual has de exaltarme y poder servirte mejor. Gracias Jesús. En tu Nombre. Amén.
 

El sentido de la justicia

“El Señor ya te ha dicho qué es lo que él espera de ti: que hagas justicia, que seas fiel y leal y que obedezcas humildemente a tu Dios” (Miqueas 6:8).

Cuando Japón declaró la guerra a los aliados, envió a campos de concentración a muchos extranjeros occidentales que vivían dentro de su territorio. En el campo de Shantung, por ejemplo, encerraron a un total de dos mil prisioneros: hombres de negocios, abogados, misioneros, doctores y maestros, entre otros. En aquel lugar no había ley ni orden, únicamente la necesidad de entenderse para no generar problemas y poder así sobrevivir. Pero los problemas llegaron, y sobre cosas tan insignificantes como la siguiente:
Resultado de imagen de El sentido de la justiciaEn uno de los cuartos tenían que dormir once hombres en el suelo. El espacio era tan reducido que, para caber todos y que nadie se quedara de pie sin dormir, se colocaban en posición fetal, y pasaban la noche sin moverse. Justo frente a su cuarto había otro, de las mismas dimensiones, en el que dormían nueve hombres. Creyendo que aquello era injusto, los prisioneros del cuarto de once fueron a hablar con los del cuarto de nueve: “¿Podríamos enviar a uno de nuestros hombres con ustedes, para que así seamos diez en ambos lados? De este modo todos tendríamos las mismas condiciones”. Desde luego, el planteamiento parecía justo.
Langdon Gilkey, escritor y teólogo norteamericano, que presenció la escena y la narró en su libro El campo de Shantung, cuenta lo que sucedió tras la petición: “Yo estaba seguro de que los nueve estarían de acuerdo, pero enseguida comenzaron las hostilidades". "Lo sentimos por ustedes, dijo el portavoz del grupo, pero su problema no tiene nada que ver con nosotros. Aquí ya somos muchos, y no vamos a permitir que entre ninguno más. Si alguno se atreve a cruzar ese pasillo, lo echaremos sin miramientos ”.