miércoles, 30 de noviembre de 2016

Con amor

La caridad (amor) es sufrida, es benigna; la caridad no tiene envidia, la caridad no es jactanciosa, no se envanece. (1 Corintios 13:4)
Resultado de imagen de Con amorLos que abren su corazón y su hogar para invitar a Jesús a morar con ellos, deben mantener su ambiente limpio de rencillas y amargura, de ira y malicia, y hasta de palabras rudas. Jesús no morará en un hogar donde reinen las disputas, la envidia y la amargura…
Pablo disfrutaba de una sólida experiencia religiosa. El amor de Cristo era su tema y la fuerza propulsora que lo regía.
Cuando se encontraba en circunstancias deprimentes que hubieran desanimado a cualquier cristiano, él se mantenía firme, lleno de valor, esperanza y ánimo, y exclamaba: “Gozaos en el Señor siempre, otra vez digo: que os gocéis".
Se advierte en él la misma esperanza y ánimo cuando se encuentra sobre la cubierta del barco, azotado por la tormenta, viendo como la nave se iba destrozando. Entonces imparte órdenes al capitán del barco, y salva la vida de los que van a bordo. Aunque es un prisionero, se siente, y realmente lo es, el amo de la nave y el pasajero más libre y feliz.

Ejemplo

Un capellán, cuentan, se aproximó a un herido en medio del fragor de la batalla y le preguntó:
– ¿Quieres que te lea la Biblia?
– Primero dame agua que tengo sed, dijo el herido.
El capellán le dio el último trago de su cantimplora, aunque sabía que no había más agua en kilómetros a la redonda.
– ¿Ahora?, preguntó de nuevo.
– Primero dame de comer, suplicó el herido.
El capellán le dio el último mendrugo de pan que atesoraba en su mochila.
– Tengo frío, fue el siguiente clamor, y el hombre de Dios se despojó de su abrigo de campaña pese al frío que calaba y cubrió al lesionado.
– Ahora sí, le dijo al capellán. Háblame de ese Dios que te hizo darme tu última agua, tu último mendrugo, y tu único abrigo. Quiero conocerlo en su bondad.
1 Timoteo 4:12
Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza.
Efesios 5:15,16
“Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios, sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos”.

Viento, Fuego y Poder del cielo

Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo. Hechos 2:38
Cuando los discípulos regresaron del Monte de los Olivos, el pueblo los miraba fijamente, esperando ver caras largas y expresiones tristes. En lugar de ello, sus rostros brillaban de felicidad. Sabían que ahora Jesús estaba en el cielo como su Representante, y el gozo de esa verdad no podía esconderse.
Resultado de imagen de Viento, Fuego y Poder del cieloSiguiendo las instrucciones de Jesús, regresaron a Jerusalén para esperar la promesa del Espíritu Santo. Otros que amaban a Jesús se les unieron, hasta que eran unas 120 personas reunidas en el aposento alto. Mientras hablaban de la maravillosa vida que Jesús había vivido y las muchas lecciones que había enseñado, deseaban, más que cualquier cosa, una oportunidad para mostrar al mundo entero, por medio de sus vidas, su mismo carácter amoroso.
Durante los diez días que los discípulos estuvieron orando, estudiando y vinculándose mutuamente, Jesús estuvo recibiendo la adoración y la alabanza de los ángeles y los líderes de los mundos no caídos. Tan pronto como se completó la ceremonia, el Espíritu Santo descendió sobre los creyentes que lo estaban esperando.
Fue justo en la época del festival de la cosecha del trigo, la Fiesta de las Semanas o Pentecostés. Había más judíos en Jerusalén en esta época que en cualquier otra fiesta judía. El Espíritu Santo no podría haber elegido un mejor momento para demostrar su poder.
De pronto, un sonido recio, como una poderosa ráfaga de viento, llenó el lugar donde los creyentes estaban reunidos. Una luz brillante, que parecía una lengua de centelleante fuego, estaba suspendida sobre cada cabeza. El Espíritu anunció su llegada tanto con sonidos como por medio de la vista.

Verdadera adoración

“...Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que lo adoren…” Juan 4:21-24
Resultado de imagen de Verdadera adoraciónCuando leemos el pasaje de Jesús y la mujer samaritana, nos percatamos de cómo en aquel tiempo habían proliferado los falsos adoradores. Tanto el culto que rinde esta mujer al pozo de Jacob (Juan 4:12), como su condición moral (Juan 4:18), y su apego a una localización específica como lugar de adoración (Deuteronomio 11:29), que responde a la vieja disputa entre judíos y samaritanos acerca de en qué lugar se debía rendir adoración, son muestra de patrones errados de adoración en el tiempo que acontece este encuentro.
En Su vida ministerial Jesús tuvo que tratar con muchos falsos adoradores, los cuales formaban parte de la jefatura religiosa de aquel entonces. Fariseos, saduceos, escribas y toda una pléyade desenfocada, se presentaban como el modelo de adoradores que cumplía las exigencias de Dios.
Desafortunadamente, la iglesia de hoy suele confundir el modelo del verdadero adorador con la pasión que muchos muestran en su quehacer para Dios.
Muchos somos dados a valorar las cosas por su manifestación externa; muy frecuentemente oímos comentarios como éste: “¡qué tremendo adorador es fulano!”, únicamente porque nos impacta la forma en que exterioriza su adoración.
Levantar las manos, cerrar los ojos, postrarnos en medio de la alabanza, hacer cosas para Dios y otras actitudes por el estilo, constituyen muchas veces el termómetro que utilizamos para medir la espiritualidad del cristiano, pero ya es hora de que, como pueblo de Dios, entendamos que la verdadera adoración guarda relación con lo que somos y no con lo que muchas veces hacemos.
Es bueno postrarnos, levantar las manos, cerrar los ojos, gritar de júbilo y otras tantas manifestaciones de adoración, pero ninguna de ellas puede ser la norma para determinar si estamos en presencia de un verdadero adorador.
Se puede estar postrado pero con el corazón erguido, levantar las manos pero de manera mecánica, saltar de júbilo pero solo por repetir lo que otros hacen o emprender proyectos para Dios buscando el aplauso humano. Pero la verdadera adoración no se centra en lo que hacemos sino en lo que somos; lo que hacemos es relativo, pero lo que somos tiene que ver con nuestra identidad espiritual.