martes, 29 de noviembre de 2016

¡La mejor oferta!

 Cuando aumentan los bienes, también aumentan los que los consumen. ¿Qué bien, pues, tendrá su dueño, aparte de verlos con sus propios ojos? Eclesiastés 5:11
¿Cuánto es suficiente? Esta pregunta podría hacerse en una época en la cual la gente en muchos países desarrollados se dedican, cada vez más, a comprar cosas. Es concretamente el Viernes Negro, en la semana siguiente a la fiesta de Acción de Gracias en Estados Unidos, cuando las tiendas abren temprano con grandes ofertas; costumbre que se ha extendido a otros países. Algunos compran porque tienen recursos limitados y tratan de aprovechar los precios bajos, pero, lamentablemente, a otros los motiva la codicia, y las peleas por las ofertas se vuelven violentas.
La sabiduría del escritor de Eclesiastés, en el Antiguo Testamento, conocido como «el Predicador» (1:1), ofrece un antídoto para el frenesí del consumismo que enfrentamos en las tiendas… y en nuestro corazón. Señala que quienes aman el dinero nunca tendrán suficiente y que sus posesiones los dominarán. Sin embargo, morirán sin nada: «Como salió del vientre de su madre, desnudo, así vuelve» (Eclesiastés 5:15).
En su carta a Timoteo, el apóstol Pablo se hace eco del Predicador, cuando afirma que el amor al dinero es la raíz de todos los males, y que debemos procurar «la piedad acompañada de contentamiento» (1 Timoteo 6:6).
No busquemos llenar el vacío de nuestro corazón con métodos perjudiciales, sino miremos al Señor para tener paz y bienestar.

Señor, tenerte a ti es suficiente.
La satisfacción verdadera no depende de nada que este mundo ofrezca.

Agua para el corazón

“Cualquiera que beba del agua de este pozo volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo doy nunca más tendrá sed. Porque esa agua es como un manantial del que brota vida eterna”
(Juan 4:13, 14, TLA).
David sabía muy bien la importancia del agua para calmar la sed, tanto por fuera como por dentro.
El agua potable es vital para saciar nuestro cuerpo que, por cierto, está constituido básicamente de agua; y también para limpiarlo, tanto exterior como interiormente, de elementos contaminantes y nocivos para nuestra salud.
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Mas El Agua de vida, para saciar nuestra necesidad de Dios, es insustituible, por más que intentemos buscarle sustitutivos que no hacen sino agrandar nuestro vacío interno (y también el externo de una conducta superficial). Dios nos prometió a través del profeta: “Haré brotar ríos en áridas cumbres” (Isaías 41:18), y así lo hace en nuestra vida espiritual, dándonos esperanza cuando estamos desesperanzados.
¿Y qué podemos decir del agua física, que sustenta nuestro organismo? Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que es imprescindible para nuestro corazón.
El doctor Chan, de la Universidad de Loma Linda, California, llevó a cabo un estudio en el que hizo un seguimiento a 8.280 hombres y 12.017 mujeres durante seis años. Como resultado descubrió que los que bebían la mayor cantidad de agua diaria, en comparación con los que bebían mayormente otras bebidas como jugos, gaseosas, té o café, reducían considerablemente su riesgo de padecer un ataque cardíaco mortal. Es decir, que el agua es vital para el corazón.
Además de sus beneficios sobre nuestro metabolismo, para la elasticidad de la piel, el buen funcionamiento del cerebro, la presión arterial o para aliviar el dolor de cabeza, el agua nos ayuda a disfrutar de un corazón sano.

La obra de la cruz

¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. “
(Isaías 53:4-5 versión en español de la Biblia de Jerusalén)
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Jesucristo hizo la obra completa, la cruz pagó el precio para la paz de toda la tierra; este sacrificio es suficiente, no obstante hay que creerlo. La cruz fue más allá que simplemente limpiar el pecado de todos los que creyeran en Él y de hacerlos justos ante el Padre. La obra de Jesús implica recibir su paz, la paz de Dios. Esta palabra va más allá del concepto de paz, que es la ausencia de conflictos o tranquilidad. En hebreo, que es el idioma en que se escribió el libro del profeta Isaías, esta palabra (Shalom) significa: plenitud, tranquilidad, prosperidad económica, salud y bienestar. Por lo que todo el que acepta a Jesús como Señor y Salvador se hace acreedor de su paz por medio de la fe. La voluntad de Dios es que todos acepten el regalo de Su Hijo, y con él la paz que pagó para ellos.
En la obra de la cruz existe poder suficiente para sanar todas las enfermedades del mundo. Sin importar lo terribles que sean Jesús pagó el precio, y solo hay que creerlo de todo corazón. Lamentablemente, los golpes de la vida pueden hacer que los corazones se endurezcan para creer posible lo que Jesús ya hizo. Pero en el momento en que alguien está dispuesto a creer que Jesús pagó el precio de la paz de Dios, ésta es manifestada.
La obra de la cruz también fue el pago para hacer justos ante Dios a todo el que crea en Jesús, no con valores propios sino con los de Jesús. Solo hace falta creer que Jesús es el Hijo de Dios, que pagó por nuestros pecados y que está vivo, para recibir Su salvación y entrar al cielo. No son necesarias penitencias, ni sacrificios ni cualquier tipo de obra. Jesús ya hizo todo, solo hay que creerlo.
“Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.” Romanos 10:9.  
Hace más de 2000 años en Jerusalén, fue levantada una cruz para abolir la esclavitud de todo aquel que estaba bajo el yugo del pecado o la muerte. En esa cruz fue derramada la sangre del Hijo de Dios para hacer añicos al diablo y las obras de las tinieblas.

Hoy solo tienes que creer en Jesús y el poder de la obra de Su cruz para tener Su paz, ¡hazlo!

¿Cómo sé cuál es mi don espiritual?

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No existe una fórmula mágica o examen espiritual que pueda decirnos exactamente cuáles son nuestros dones espirituales. El Espíritu Santo distribuye Sus dones de acuerdo a Su voluntad (1 Corintios 12:7-11). Al mismo tiempo, Dios no quiere que ignoremos la manera en que desea que le sirvamos. El problema es que es muy fácil quedarnos atrapados en aquellos dones con los que buscamos servir a Dios, solo en el/las áreas en las que sentimos que tenemos el don espiritual. Y no es así como funcionan los dones del Espíritu. Dios nos llama a servirle con obediencia, y Él nos equiparará con cualquier don o dones que necesitemos para llevar a cabo la o las tareas a las que Él nos ha llamado.

La identificación de nuestros dones espirituales puede llevarse a cabo de varias maneras. Las pruebas o análisis para detectarlos, aunque no son totalmente fiables, sí, pueden ayudarnos a entender dónde podrían estar nuestras dotes espirituales. La confirmación por parte de otros, también nos puede dar luz sobre nuestros dones espirituales. Con frecuencia otras personas que ven nuestro servicio al Señor, pueden identificar el uso de nuestro don espiritual, que tal vez nosotros no hayamos identificado o reconocido. La oración también es importante. Pero la persona que sabe exactamente cómo hemos sido dotados espiritualmente es El Dador mismo – el Espíritu Santo. Podemos pedirle a Dios que nos muestre en qué área nos ha capacitado para hacer un mejor uso de nuestros dones espirituales para Su gloria.