jueves, 10 de noviembre de 2016

Un lugar seguro

Y esto erais algunos de vosotros, pero ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús y por el Espíritu de nuestro Dios. 1 Corintios 6:11
Aquel joven japonés tenía miedo de salir de su casa. Para evitar a la gente, dormía de día y pasaba toda la noche viendo la televisión. Era una especie de ermitaño moderno. El problema empezó cuando dejó de ir a la escuela por sus malas calificaciones. Cuanto más apartado estaba de la sociedad, más inadaptado socialmente se sentía. Al final, dejó de comunicarse por completo con sus amigos y parientes. No obstante, para recuperarse, lo ayudó ir a un club juvenil llamado "Ibasho", un lugar seguro donde personas quebrantadas comenzaban a reinsertarse en la sociedad.
¿Podríamos pensar en la iglesia como un ibasho… y como mucho más? Sin duda, pues somos una comunidad de personas quebrantadas. Cuando Pablo les escribió a los corintios, describió su antiguo estilo de vida como antisocial, perjudicial y peligroso para ellos mismos y los demás (1 Corintios 6:9-10). Sin embargo, en Jesús, fueron transformados y sanados. Entonces instó a estas personas rescatadas a amarse mutuamente, a ser pacientes y amables, y a no tener celos, soberbia ni rudeza (1 Corintios 13:4-7).
La iglesia debe ser un ibasho donde todos, independientemente de las luchas o las angustias que enfrentemos, conozcamos y experimentemos el amor de Dios.

Señor, ayúdame a honrar tu santo nombre y a amar a los demás como Tú me amas.
Solo Dios puede transformar un alma manchada por el pecado en una obra maestra de su gracia.

El Evangelista

La humanidad ha visto a grandes hombres y mujeres que, gracias a sus cualidades, han prestado un gran servicio a la sociedad. Muchas de sus experiencias han servido para reconocerlos y a la vez servir de ejemplo, como es el caso del Ministro de Dios, Pedro Cartwright, poderoso y valiente evangelista.
evangelistaEn sus comienzos pastorales, fue invitado a predicar en una de las iglesias de la ciudad de Nashville, capital del Estado de Tennessee, en la región sur de Estados Unidos de Norteamérica. Cuando iba a comenzar su sermón, el pastor de aquella iglesia le habló al oído y en voz muy baja, le dijo: “Acaba de entrar el señor Andrés Jackson: Tenga cuidado de no decir algo que lo ofenda”. En aquel tiempo el señor Jackson era el Presidente de ese país. Se dice que el señor Cartwright comenzó su sermón más o menos de esta manera: “Me acaba de decir vuestro pastor, que el Presidente señor Andrés Jackson, está en la congregación y que debo tener cuidado con lo que yo diga para no ofenderlo; pero digo esto: Si Andrés Jackson no se arrepiente de sus pecados y no cree en el Señor Jesucristo, Dios condenará su alma de la misma manera que condenará la de un negro de Guinea”. Se cuenta que desde aquel día, el señor Jackson fue un buen amigo del evangelista.

Escuchar con amor

Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro, porque cualquiera que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido. Lucas 18:14
Inline image 1Una noche, un joven misionero habló en nuestra pequeña iglesia. El país donde él y su esposa servían atravesaba una gran agitación religiosa, y se consideraba demasiado peligroso para los niños. En uno de sus relatos, contó un episodio desgarrador cuando su hija le pidió que no la dejara en un internado.
En ese entonces, yo acababa de recibir la bendición de ser padre de una niña, y la historia me turbó. ¿Cómo pueden padres amorosos dejar así sola a su hija?, me pregunté. Cuando la charla terminó, estaba tan nervioso que pasé por alto la invitación de ir a ver al misionero. Salí apurado de la iglesia, exclamando mientras me iba: «Cuánto me alegro de no ser como…».
En ese instante, el Espíritu Santo hizo que me detuviera. Ni siquiera pude terminar la frase. Allí estaba yo, repitiendo casi literalmente lo que el fariseo le dijo a Dios: «Gracias, porque no soy como los otros hombres» (Lucas 18:11). ¡Qué disgustado estaba conmigo mismo! ¡Sumamente decepcionado habrá estado el Señor! Desde aquella noche, le he pedido a Dios que me ayude a escuchar a los demás con humildad y control, mientras ellos derraman su corazón mediante una confesión, un sentimiento o un dolor.

Cómo vencer los temores

¿Se considera usted una persona libre? Lo más probable es que sea así. Pero quizás, en lo más recóndito de su pensamiento, se hace esta pregunta: ¿Soy realmente libre?
Vivimos en un mundo que tiene una rica herencia en cuanto a libertad e independencia. Pero muchas personas no están viviendo en libertad; están atadas por cadenas invisibles que les impiden alcanzar su pleno potencial. Estas cadenas están constituidas por ataduras que han sido fundidas y formadas en las llamas del temor.
Una vez que esta devastadora emoción se apodera del corazón de una persona, es difícil romper sus ataduras pero se puede lograr. Aunque las garras del temor son fuertes, no son más poderosas que el poder de Jesucristo. El Salvador dijo a sus discípulos: “Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8.31, 32).
¿Cómo podemos liberarnos de la esclavitud del temor? Sólo hay una manera, y es a través de la fe en Jesucristo. Pero antes de que lo podamos hacer, debemos llegar a un punto en que reconozcamos que estamos luchando contra un enemigo mortal, y que necesitamos la ayuda de Dios.
¡No tengo miedo!
El niñito dirigió su mirada a los ojos de su madre, y le dijo: “No tengo miedo. ¡Quiero acampar esta noche afuera con mis amigos!” Su madre accedió al pensar en la situación. El niño estaría en un patio cercado, y ella podría oír todo lo que él hiciera; lo más probable es que estaría pendiente, para asegurarse de que él y sus amigos estuvieran libres de peligros. Y si llegaban a necesitar algo, podrían fácilmente entrar en casa.
Esto fue exactamente lo que sucedió. Como a las 2 de la madrugada, escuchó que la puerta de atrás se abrió y luego se cerró. Se levantó, tomó su bata de dormir, y bajó de prisa las escaleras para ver cómo estaba su hijo. Cuando encendió las luces de la cocina, vio a su hijo y a dos de sus mejores amigos teniendo en sus manos los sacos de dormir y una bolsa de galletas de chocolate hechas migajas. Al darse cuenta de su nerviosismo, preguntó: “¿Qué pasó, hijo?”
“Hay algo afuera”, respondió su hijo. “No sé qué es, pero nos gruñó. Lo oímos en el patio. ¡Quizá era un perro grande, un zorro furioso, o un oso inmenso!” Tratando de no sonreír al pensar en sus imaginarios enemigos, ella dijo: “¿Por qué, entonces, no se van a dormir al estudio, y ya por la mañana regresan a la carpa? Les prepararé el desayuno cuando se despierten”.
El estado de ánimo del grupo se volvió más alegre de inmediato. Ella no se molestó en mencionar el hecho de que las posibilidades de encontrarse casualmente con un zorro o un oso eran muy pocas, especialmente porque vivían dentro de una ciudad muy poblada.
El temor ataca sin avisar. Nos tienta a creer cosas que no sucederán o que no pueden suceder, y nos deja sintiéndonos inútiles y sin esperanza. Cada día, somos bombardeados con palabras y mensajes que tienen la capacidad de provocar sentimientos de temor y turbación dentro de nosotros. Póngase a oír las noticias, y lo más probable es que escuche un deprimente informe sobre la economía y otros asuntos que generarán pánico en su corazón.
A menudo, las agencias de noticias transmiten informaciones con el fin de crear una respuesta emocional en quienes las ven y las oyen, o que visitan sus sitios web. Para que más personas vean y oigan sus programas, llegan a ellas con mensajes que producen la mayor respuesta. Por lo tanto, piensan y actúan, si el fuego del temor funciona, se prende la llama.