¿Se considera usted una persona libre? Lo más probable es que sea así. Pero quizás, en lo más recóndito de su pensamiento, se hace esta pregunta: ¿Soy realmente libre?
Vivimos en un mundo que tiene una rica herencia en cuanto a libertad e independencia. Pero muchas personas no están viviendo en libertad; están atadas por cadenas invisibles que les impiden alcanzar su pleno potencial. Estas cadenas están constituidas por ataduras que han sido fundidas y formadas en las llamas del temor.
Una vez que esta devastadora emoción se apodera del corazón de una persona, es difícil romper sus ataduras pero se puede lograr. Aunque las garras del temor son fuertes, no son más poderosas que el poder de Jesucristo. El Salvador dijo a sus discípulos: “Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8.31, 32).
¿Cómo podemos liberarnos de la esclavitud del temor? Sólo hay una manera, y es a través de la fe en Jesucristo. Pero antes de que lo podamos hacer, debemos llegar a un punto en que reconozcamos que estamos luchando contra un enemigo mortal, y que necesitamos la ayuda de Dios.
¡No tengo miedo!
El niñito dirigió su mirada a los ojos de su madre, y le dijo: “No tengo miedo. ¡Quiero acampar esta noche afuera con mis amigos!” Su madre accedió al pensar en la situación. El niño estaría en un patio cercado, y ella podría oír todo lo que él hiciera; lo más probable es que estaría pendiente, para asegurarse de que él y sus amigos estuvieran libres de peligros. Y si llegaban a necesitar algo, podrían fácilmente entrar en casa.
Esto fue exactamente lo que sucedió. Como a las 2 de la madrugada, escuchó que la puerta de atrás se abrió y luego se cerró. Se levantó, tomó su bata de dormir, y bajó de prisa las escaleras para ver cómo estaba su hijo. Cuando encendió las luces de la cocina, vio a su hijo y a dos de sus mejores amigos teniendo en sus manos los sacos de dormir y una bolsa de galletas de chocolate hechas migajas. Al darse cuenta de su nerviosismo, preguntó: “¿Qué pasó, hijo?”
“Hay algo afuera”, respondió su hijo. “No sé qué es, pero nos gruñó. Lo oímos en el patio. ¡Quizá era un perro grande, un zorro furioso, o un oso inmenso!” Tratando de no sonreír al pensar en sus imaginarios enemigos, ella dijo: “¿Por qué, entonces, no se van a dormir al estudio, y ya por la mañana regresan a la carpa? Les prepararé el desayuno cuando se despierten”.
El estado de ánimo del grupo se volvió más alegre de inmediato. Ella no se molestó en mencionar el hecho de que las posibilidades de encontrarse casualmente con un zorro o un oso eran muy pocas, especialmente porque vivían dentro de una ciudad muy poblada.
El temor ataca sin avisar. Nos tienta a creer cosas que no sucederán o que no pueden suceder, y nos deja sintiéndonos inútiles y sin esperanza. Cada día, somos bombardeados con palabras y mensajes que tienen la capacidad de provocar sentimientos de temor y turbación dentro de nosotros. Póngase a oír las noticias, y lo más probable es que escuche un deprimente informe sobre la economía y otros asuntos que generarán pánico en su corazón.
A menudo, las agencias de noticias transmiten informaciones con el fin de crear una respuesta emocional en quienes las ven y las oyen, o que visitan sus sitios web. Para que más personas vean y oigan sus programas, llegan a ellas con mensajes que producen la mayor respuesta. Por lo tanto, piensan y actúan, si el fuego del temor funciona, se prende la llama.