martes, 1 de noviembre de 2016

El paciente que oraba

… Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros (Juan 17;11).
El anuncio fúnebre de Alan Nanninga, un hombre de donde yo vivo, lo identificaba como "sobre todo, un testigo fiel de Cristo". Después de describir su vida familiar y su carrera profesional, el artículo hablaba sobre casi una década de problemas de salud progresivos. Concluía diciendo: "sus estancias en el hospital le confirieron el título honorario de “El paciente de la oración”, por su ministerio hacia los demás enfermos. Aquí tenemos a un hombre que, en sus períodos de aflicción, se dedicaba a orar por y con las personas necesitadas que lo rodeaban.
Horas antes de que Judas lo traicionara, Jesús oró por sus discípulos: «Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros» (Juan 17:11). Como sabía lo que iba a suceder, Jesús dejó de pensar en sí mismo y centró su atención en sus seguidores y sus amigos.
Durante nuestros períodos de enfermedad y angustia, anhelamos y necesitamos las oraciones de los demás. ¡Cuánto nos ayudan y animan esas oraciones! Que nosotros, como nuestro Señor, elevemos nuestros ojos para orar por aquellos que nos rodean y enfrentan una gran necesidad.

Señor, pongo hoy ante ti en oración a los enfermos y necesitados.
Nuestros problemas pueden llenar nuestras oraciones.

Oasis de Paz

Los seis pasos de la oración meditativa:
1er paso:
Busca un rincón tranquilo.
A casi todo el mundo le resulta mejor meditar en lugares apacibles y despejados. Lo ideal es no hacerlo en el lugar habitual de trabajo ni en el ambiente en el que pasas la mayor parte de las horas del día. Un espacio apartado al aire libre es estupendo. El aire puro no solo nos renueva físicamente, sino que representa el Espíritu de Dios que nos despeja la mente y el espíritu.
Resultado de imagen de Oasis de Paz2º paso:
Tómate un rato para relajarte.

En un chispazo, un instante, no se puede pasar del ritmo ajetreado que llevamos en un día cualquiera a un estado profundo de oración meditativa.
Tiene que haber unos minutos de transición para ir dejando atrás el mundo material. A veces viene bien pasar unos minutos realizando una actividad que sirva de enlace, por ejemplo escuchar música suave, dar una breve caminata o respirar profundamente. Prueba diversas tácticas hasta descubrir la que mejor te resulta.
3er paso:
Abstráete de tus preocupaciones.
Cuando los problemas te agobian es difícil alcanzar la paz que aporta la meditación. Tómate unos minutos o el tiempo que necesites, para encomendarle a Jesús en oración todo lo que te genera inquietud en ese momento. Descríbele detalladamente lo que te angustia y pídele que te libre de esas cargas. Recuerda que Dios es capaz de darte las soluciones. Concéntrate en la grandeza de Dios y no en la magnitud de los problemas. «Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Filipenses 4:6-7).

Guiados por Dios

Los seres humanos llegamos a ser caprichosos, orgullosos, tercos, etc.; son formas de describir el comportamiento personal ante muchas situaciones, y que se presentan frecuentemente en la relación con los demás; también estos comportamientos se reflejan en tu relación con Dios; por eso ahí te van unos cuantos consejos para aprender a “ser guiados por el Señor”.
Resultado de imagen de Guiados por DiosPrimero, es necesario tener una actitud humilde para dejarse guiar, lo que significa vencer el orgullo propio para poder recibir de Dios; porque es posible que lo que Él nos pida no sea lo que nos gusta o lo que deseamos hacer, sino más bien, lo contrario, y para recibirlo o hacerlo es necesaria la humildad, así aprenderemos.
Segundo, la lectura de la Palabra. La Biblia es la mejor guía para el creyente, porque allí está escrita la voluntad de Dios para todos los creyentes.
Tercero, oración y obediencia. ¿Orar, pero no se obedece? ¿Para qué sirve la guía de Dios si no estás dispuesto(a) a seguirla? ¿Y qué pasa con la guía que ya has recibido de las Escrituras pero que no has puesto en práctica? En realidad nunca vamos a vivir de verdad hasta que, de corazón, de manera decidida y sincera, nos propongamos saber la voluntad de Dios todos los días, cumplirla y vencer en la batalla de la mente que se opone y a veces rechaza la voluntad divina.
Cuarto, con fe, porque las pruebas y el “silencio de Dios” pueden menguar tu capacidad para creer que Dios está contigo.

Aprender a contar

¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos!… Salmo 139;17)
Mi hijo está aprendiendo a contar hasta diez. Cuenta todo, desde juguetes hasta árboles. Incluso cosas que yo tiendo a pasar por alto, como las flores silvestres camino a la escuela o los dedos de mis pies.
Así me está enseñando a mí a volver a contar. A veces estoy tan inmersa en cosas que no he terminado o que no tengo, que dejo de ver todo lo bueno que me rodea. Olvido contar las nuevas amistades que hice este año o las respuestas de oración que he recibido, las lágrimas de gozo derramadas y los momentos de risa con los amigos.
Mis diez dedos no son suficientes para contar todo lo que Dios me da cada día. «Has aumentado, Señor, Dios mío, tus maravillas; y tus pensamientos para con nosotros, no es posible contarlos ante ti. Si yo anunciare y hablare de ellos, no pueden ser enumerados» (Salmo 40:5). ¡Ni siquiera podríamos llegar a contar todas las bendiciones de la salvación, la reconciliación y la vida eterna!
Junto con David, alabemos a Dios por todos sus preciosos pensamientos sobre nosotros y lo que ha hecho a nuestro favor: «¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos! Si los enumero, se multiplican más que la arena» (Salmo 139:17-18). ¡Aprendamos a contar!

Señor, aunque no puedo contar todas las cosas buenas que haces, te doy gracias por cada una.
Demos gracias a Dios por sus innumerables bendiciones.