Es normal encontrar personas que se encuentran perjudicados, agraviados y no tienen esperanza con respecto a la cruz de Cristo. Quieren un Dios que les resuelva todos sus problemas, que los baje de la cruz del sufrimiento de inmediato y cuestionan a Dios con algunas de estas preguntas:
¿Por qué hay tantas catástrofes?, ¿por qué hay accidentes?, ¿dónde está Dios? ¿por qué el terrorismo?, ¿por qué las guerras y el dolor?, ¿por qué lo permite?, ¿por qué tantos mueren de cáncer o de otras enfermedades?, ¿por qué hay ricos y pobres?, ¿por qué el hambre?, ¿por qué no resuelves esto o aquello?, ¿por qué? y ¿por qué?...
Dios no quiere que lo usemos siempre para resolver todos nuestros problemas. Tampoco Dios ha de querer siempre librarnos de las aflicciones y del dolor que que nos presenta un mundo caído y en caos. ¿Por qué? Porque no tendríamos el sincero deseo de estar en el cielo con Dios, si realmente tuviéramos un paraíso en esta tierra. A veces nos hace falta estar sumergidos en las lágrimas y los sufrimientos para acordarnos y sentir la necesidad de un Salvador.
Graciosamente, ésta no fue la actitud de uno de los malhechores que pudo ver descender la Gracia de Dios en la cruz del Calvario. Y a la misma hora que se enfrentaba al destino eterno de su alma, tomó una actitud de quebranto, reconoció su pecado y la deidad del Hijo de Dios.