jueves, 7 de julio de 2016

Poder En Tus Manos

Tenemos poder y autoridad para tocar, para acariciar, para trabajar, para levantar al caído, para sanar, para corregir, para guiar.
Jesús nos dejó el ejemplo usando sus manos para sanar a los ciegos, a los sordos, a los leprosos, a los endemoniados, a los que habían perdido la esperanza de sanidad, a los que estaban tristes. Con sus manos tocó a los niños y los bendijo, con sus manos extendidas en el Calvario, nos dio la mejor prueba de Su Poder para sanar, salvar y liberar a los cautivos.
Muchas veces usamos las manos para cosas indebidas, como castigos a los hijos de manera indebida o injusta. Tomamos lo que no es nuestro, señalamos los defectos de otros, acariciamos a quien no es debido, hacemos cosas para que no nos vean, etc., pero Dios quiere que esas manos con el potencial que tenemos sean usadas para su Gloria, y como dice Mateo 5:16: Así alumbre vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.

En la Vida Nada Sucede porque Sí

Un día, un muchacho pobre que vendía mercancía de puerta en puerta para pagar sus estudios, vio que solo le quedaba una simple moneda de diez céntimos y tenía hambre.
Decidió que pediría comida en la próxima casa. Sin embargo, los nervios lo traicionaron cuando una encantadora joven le abrió la puerta.
En vez de comida le pidió un vaso de agua. Ella pensó que el joven tendría hambre y le dio un gran vaso de leche. Él bebió despacito y después le preguntó: -Cuánto le debo? -No me debes nada, – respondió ella.
Y continuó: – Mi madre nos enseñó a no aceptar ningún pago por una caridad. Él dijo: -Pues te lo agradezco de todo corazón.
Cuando Howard Kelly salió de aquella casa, no sólo se sintió más fuerte físicamente, sino que también su fe en Dios y en los hombres fue más fuerte. Ya estaba resignado a rendirse y dejar todo.
Años después, esa joven mujer se enfermó gravemente. Los médicos de su pueblo estaban confundidos.
Finalmente la enviaron a la ciudad más cercana, donde llamaron a un especialista para estudiar su extraña enfermedad. Y llamaron al Dr.Howard Kelly.
Cuando escuchó el nombre del pueblo de donde era ella, una extraña luz llenó sus ojos.
Inmediatamente, vestido con su bata de médico, fue a ver a la paciente. Reconoció inmediatamente a aquella mujer, y determinó hacer lo mejor para salvar su vida. Dedicó una especial atención a aquella paciente, y después de una gran lucha por la vida de la enferma, ganó la batalla.

¿Quién es el mayor?

“De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, es mayor que él.” Mateo 11:11
Al acercarse Jesús al Jordán para que Juan lo bautizara, éste le señaló: “Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? (Mateo 3:14) 
Juan el bautista envió a dos (2) de sus discípulos a preguntarle a Jesús: “¿Eres tú aquel que había de venir o esperamos a otro?” (Mateo 11:3) 
Después de un (1) año de encarcelamiento en la mazmorra de Maqueronte, en las montañas cerca del Mar Muerto, la duda se había apoderado de Juan. 
Me llamo "duda". Ando por la tierra con pasos silenciosos. 
Me introduzco inadvertidamente. Hablo en secreto. Vuelvo cobardes a los hombres. Paralizo el brazo pujante de los negocios y opaco la visión nítida del valiente.
Hago que los amigos se miren de reojo y escuchen detrás de la puerta.
Me insinúo como la compañera de la tristeza y el dolor, persuadiendo al alma a desconfiar de su mejor ancla de seguridad.
Obligo al cansado peregrino a arrojar su cayado. Me sitúo al lado del moribundo, y envolviéndome en negras sombras, las hago pasar por encima de su cabeza.
Imprimo a la voz de la verdad un sonido incierto y obligo a quienes moran en el templo de la fe a desconfiar de sus fundamentos.
Visito las tumbas recién abiertas, persuadiendo a aquellos que han dado su último adiós a sus amados a creer que nunca más se volverán a ver.
Tengo dos hermanas que andan bien vestidas: la desesperación y la incredulidad.
Jamás sonríen, voy siempre delante de ellas. Nunca avanzan sin que yo se lo indique.
Me alimento de lo más exquisito de la vida. Soy la suprema destructora de las cosas. 
Pedro, al estar caminando sobre las aguas, comenzó a hundirse y Jesús le dijo: “¿Por qué dudaste?” (Mateo 14:31). 
Los mismos discípulos al despedirse Jesús de ellos para ascender al cielo, señala Mateo: “Cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban” (Mateo 28:17) 
Hay que recordar que Elías, aunque La Biblia no señala que dudó, después de haber hecho descender fuego en el Monte Carmelo, se atemorizó al recibir de Jezabel el mensaje de que le iba a cortar la cabeza. Elías se fue al desierto a dejarse morir, (1 Reyes 19:1–4) 

Del yo al nosotros

En el mundo existe una tendencia (carnal, por supuesto), de extender la mano en señal de ayuda, a aquellas personas que pueden pagarnos nuestras acciones en un momento de necesidad cualquiera.
De esta forma, resulta muy frecuente que aquellos que ostentan algún poder (que solo Dios da), se vean rodeados de un grupo de personas que parecen amarlos mucho, y que en ocasiones hasta sean considerados como “Mesías personales”.
Las personas que actúan de este modo tienen la tendencia de eludir relacionarse con aquellos que no tienen recursos, propiedades, cargos de importancia o ningún estatus del cual se puedan servir. Este es tristemente el panorama que nos presenta la sociedad con su estela de tendencias, entre las cuales una de las más representativas es el individualismo narcisista.
En el individualismo narcisista lo que ocurre es que el "yo" va al encuentro del "tú" para volver al "yo", o sea, todo se convierte en un intercambio en el cual lo más importante para estos especímenes, es aprovecharse como sea de la relación personal y presumir.
¡Que repugnante actitud!, que se convierte en mucho más digna de repudiar cuando se trata de llamados cristianos, que han olvidado que la esencia del evangelio consiste en que el "yo" vaya al encuentro del "tú", pero para volver al "nosotros". Sabemos de antemano, que en este mundo resulta imposible encontrar un paradigma que cumpla fielmente con estos atributos.
Pero hubo uno que abandonó su trono y vino a este mundo, no para acercarse a los que le podían dar, sino a darse Él mismo en rescate por aquellos cuya única posesión que habían ganado era el infierno, por haber dado la espalda a la santidad, entregándose sus miembros todos, a la epidemia más grande de este mundo conocida como pecado.