martes, 21 de junio de 2016

Las recompensas de un servidor

Por su gracia, Dios da salvación a quienes ponen su fe en Jesús. No podemos ganarnos por nosotros mismos este regalo, ni tampoco lo merecemos, pero nuestro Padre celestial sí ve nuestras buenas obras, y promete recompensarnos según lo que hayamos hecho para Él.
El servicio que presentamos a Dios se produce cuando dejamos que el Señor obre a través de nosotros, para su gloria y honra; cuando los recursos divinos son satisfechos mediante nosotros, como instrumento de su Paz.
Ya sea grande o pequeño, todo servicio hecho en el nombre de Jesús de Nazaret, será recompensado. Pero debemos asegurarnos de que nuestras acciones sean para la gloria de Cristo. Si la motivación es nuestra propia gloria, la única recompensa que recibiremos será la alabanza (si acaso), de quienes nos rodean. Y sabemos que la aprobación de los hombres no satisface plenamente ni es duradera.
Aunque algunas recompensas serán dadas en el cielo, otras pueden recibirse ahora mismo. Por ejemplo, el gozo que sentimos al permitir que Dios bendiga a otros por medio de nosotros, y al agradar a Cristo.
Además, hay un profundo sentido de satisfacción cuando llevamos a una persona a Jesús y le enseñamos a andar por fe. Los discipulamos, invertimos en ellos, y lograremos que el Espíritu Santo forme la imagen de Cristo en ellos.
1) La Corona de Vida: Hay dos pasajes que enfatizan esta recompensa que Dios dará a sus siervos (Santiago 1:12 y Apocalipsis 2:10). Es el premio, la victoria en una carrera, imagen tomada del mundo del deporte que usó el apóstol; según la costumbre, el vencedor de una carrera era premiado con una corona de hojas de laurel (1 Corintios 9:24-25). Esta recompensa es para las personas que vencen tanto los impulsos hacia el pecado que proceden de dentro, del corazón, como los que proceden desde afuera.
Las personas que vencen las pruebas serán recompensadas con esta corona de vida.
Esta corona es para los que son mártires, los que sufren el martirio por causa de su fidelidad a Jesús y su testimonio (Apocalipsis 12:11). Es la corona de Vida eterna para los que lo aman.
2) La Corona de Gloria: (1 Pedro 5:2-4) Esta es una recompensa exclusiva para los que son llamados al ministerio Pastoral.
Pedro es el más idóneo para hablarnos de esta corona incorruptible, ya que el Cristo resucitado lo comisionó para esta tarea y función pastoral descrita en (Juan 21:15-17). El señor le hace recordar, a Pedro, que lo había negado tres veces cuando cantó el gallo.
El Señor lo amonesta por tercera vez para que pastoree a sus ovejas. Aquí el apóstol aconseja a sus colegas pastorear con amor ágape a la Iglesia de Dios. Las ovejas siguen siendo del Señor (Juan 10), lo cual indica la responsabilidad pastoral.
La palabra Gloria, significa el honor, el mérito y el reconocimiento más elevado que se le da a quien ha cumplido su tarea con esmero y fidelidad.
La palabra Incorruptible, está relacionada con las palabras incontaminado e inmarcesible, (1 Pedro 1:4) Esto significa que esta Corona no se marchita, ni se detiene, ni se desvanece, ni se debilita. Bendición, honor, distinción para los siervos que cumplieron sus ministerios de apacentar fielmente la Grey.

¿Por qué Dios permite que sucedan cosas buenas a gente mala?

Esta pregunta es similar a la opuesta: "¿Por qué Dios permite que sucedan cosas malas a gente buena?" Ambas preguntas se refieren a lo que parece ser una injusticia desconcertante que presenciamos todos los días. El Salmo 73 es nuestra respuesta a las mismas preguntas que también afligían al salmista. Encontrándose en terrible sufrimiento y agonía del alma, él escribe, "En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos" (Salmo 73:2-3).

El escritor de este salmo fue un hombre llamado Asaf, un líder de uno de los coros del templo. Obviamente, él no era un hombre rico, sino uno que había dedicado su vida a servir a Dios (ver 1 Crónicas 25). Pero al igual que nosotros, había experimentado ciertas dificultades y cuestionado la injusticia de todo. Él observó a la gente mala a su alrededor viviendo con
 sus propias reglas, disfrutando de todas las riquezas y los placeres del mundo y acumulando riquezas. Él se queja, "Porque no tienen congojas por su muerte, pues su vigor está entero. No pasan trabajos como los otros mortales, ni son azotados como los demás hombres" (Salmo 73:4-5).

Asaf estaba viendo que estas personas no tenían problemas. Podían pagar sin  problemas sus deudas, tenían bastante para comer y muchos lujos. Pero el pobre de Asaf se quedó estancado dirigiendo el coro y tratando de vivir piadosamente. Y para empeorar las cosas, su elección para servir a Dios parecía que no le ayudaba. Empezó a envidiar a esas personas e incluso a preguntarle a Dios por qué permitía que sucedieran semejantes cosas.

¿Con qué frecuencia nos sentimos identificados con Asaf? Dedicamos nuestras vidas a servir a Dios, y luego somos testigos de que los malvados, la gente impía a nuestro alrededor adquiere nuevas posesiones, lujosas viviendas, consigue ascensos y compra ropa hermosa, mientras nosotros luchamos financieramente. La respuesta está en el resto del salmo. Asaf envidió a estas personas malvadas hasta que se dio cuenta de algo muy importante. Cuando él entró en el santuario de Dios, comprendió plenamente el destino final de ellos: "Cuando pensé para saber esto, fue duro trabajo para mí, hasta que entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos. Ciertamente los has puesto en deslizaderos; en asolamientos los harás caer. ¡Cómo han sido asolados de repente! Perecieron, se consumieron de terrores. Como sueño del que despierta, así, Señor, cuando despertares, menospreciarás su apariencia"(Salmo 73:16-20). Aquellos que tienen riquezas temporales en la tierra, son en realidad mendigos espirituales porque no tienen la verdadera riqueza, la vida eterna.

Así opera la aritmética de Dios

Todo buen administrador desea incrementar su capital, y si se le da la oportunidad de elegir entre añadir (sumar) y multiplicar, antes de decidir, él preguntará cuánto se le ha de sumar y por cuánto se le ha de multiplicar a su capital para tomar entonces su decisión.
Nosotros también somos administradores de la gran cantidad de bienes que el Señor nos ha concedido, y en las finanzas celestiales se nos posibilita elegir entre sumar o multiplicar nuestros bienes. Estudiemos la aritmética de Dios, y tomemos la mejor decisión.

Estudio:
La suma de bienes en las finanzas celestiales es equiparable a todas las sumas. Puede que no tengamos nada y a eso añadir algo, y entonces queda aumentado, o tener algo y añadirle más, aunque sea uno, y entonces queda aumentado en esa cantidad. Por ejemplo, si tienes un don le puedes pedir otro al Señor y Él te lo puede dar; entonces tendrás dos dones (1+1=2).
Si no tienes ningún discípulo y pides al Señor uno, si Él te lo da tendrás uno (0+1=1). Tienes diez mil pesos y pides al Señor cien más, entonces tendrás diez mil cien (10000+100=10100). Este es el método normal de la bendición y la misericordia de Dios para todos los hombres, Él siempre nos da y muchas veces nos añade, el problema es cómo administramos el capital y cuánto nos dura.

El niño que vende rosas junto al semáforo

Pablo vende rosas. Rojas, blancas, amarillas, rosadas. Tiene doce años. Se ubica todas las mañanas junto a los semáforos, en un barrio de cualquier ciudad...
Sus ojos revelan inocencia, ternura e incluso sueño. “Rosas, rosas, baratos los ramos” pregona. “Para la esposa, para la novia, para la amiga…”. La misma rutina todas las mañanas cuando el sol despierta perezoso sobre nuestra ciudad.
Sí, ya lo sé: en su país, ciudad y barrio también venden rosas. Estamos de acuerdo en ese punto, pero sobre lo que deseo llamarle la atención es sobre el drama que hay detrás de Pablo.
Es apenas un adolescente. Lo ideal es que hiciera lo propio de un niño de su edad. Jugar, soñar, disfrutar del calor de su hogar y responder a los compromisos escolares.
Nuestro amado Señor Jesucristo expresó su amor por los niños: “…Mas Jesús, llamándolos, dijo: “Dejad a los niños venir a mí, no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios. De cierto os digo, que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él…” Lucas 18:16-17