martes, 31 de mayo de 2016

El naranjero que se volvió millonario

Había una vez un señor sin recursos que se dijo a sí mismo: seré millonario un día, ya estoy harto de tanta pobreza.
Empezó vendiendo naranjas en un lugar público donde solo había personas de igual clase que él. Las naranjas las conseguía a 30 céntimos y las vendía a 1 euro.
No tardó en construirse un imperio, pero había un problema: él quería ser el mismo de siempre, gastar poco y ganar mucho. Pero por abrazar este deseo ocurrió algo. Cuando un indigente le pedía una naranja gratis, él le decía: trabaja y gánate el sustento, y cuando un niño le dijo: señor, fíjese que sólo tengo 1 céntimo ¿cree que puedo comprarle una naranja?, él le contestó: –debes pagar el precio que cuestan las cosas,... ¡no!
El naranjero llegó a superarse tanto en la materia, que cuando compró su primer coche lo guardaba y cuidaba tanto, que prefería mejor usar los autobuses, ponía su coche en punto muerto en las bajadas de las carreteras para ahorrar combustible, y no se compraba nada para no gastar. Llegó el momento en que se enfermó por no comer bien y trabajar mucho, y no quiso ir al médico porque decía que los médicos cobraban mucho, a pesar que podría pagar con facilidad, pero era de dura cerviz para dar.
Estaba dispuesto a curarse por sí mismo solo con el saco de dinero que ahorró. Su deleite era contar su dinero y meterlo cada semana en el banco. Se convirtió en un prestamista muy ambicioso, prestaba con intereses altos y usurpaba las propiedades antes de tiempo; cambiaba con su abogado las escrituras antes que nadie las deshipotecase y amenazaba a los deudores enviando algún sicario.

El Feliz Pescador

Un banquero de inversión estaba en el muelle de un pueblito caribeño, cuando llegó un bote con un solo pescador. Dentro del bote había varios atunes amarillos de buen tamaño.
El banquero elogió al pescador por la calidad del pescado y le preguntó cuánto tiempo le había llevado pescarlos. El pescador respondió que solo un de poco tiempo.
El banquero luego le preguntó por qué no permanecía más tiempo y sacaba más pescado. El pescador dijo que él tenía lo suficiente para satisfacer las necesidades inmediatas de su familia.
El banquero luego le preguntó: ¿pero qué hace usted con el resto de su tiempo?
El pescador dijo: “después de pescar, descanso un poco, juego con mis hijos, tomo la siesta con mi señora María, voy al pueblo por las noches donde tomo vino y toco la guitarra con mis amigos. Tengo una vida “placentera y ocupada”.
El banquero replicó, soy "máster" de Harvard y podría ayudarte. Deberías emplear más tiempo en la pesca y con los ingresos comprar un bote más grande, después con las ganancias podrías comprar varios botes, y eventualmente tendrías una flota de botes pesqueros.

Como las ovejas

Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino… Isaías 53:6.
Una de mis tareas diarias, cuando vivía con mi abuelo en Ghana, era cuidar ovejas. Las llevaba a pastar todas las mañanas y volvía al anochecer. Allí noté por primera vez lo tercas que pueden ser las ovejas. Por ejemplo, cuando veían una granja, el instinto las llevaba hacia allí, lo cual me ocasionó varios problemas con los granjeros.
Inline image 1A veces, mientras descansaba bajo un árbol agotado por el calor, las observaba irse entre los arbustos hacia las colinas. Entonces tenía que perseguirlas, y raspaba mis delgadas piernas en los matorrales. Era difícil alejarlas del peligro; especialmente, cuando aparecían ladrones que querían robarlas.
Por eso entiendo bien cuando Isaías dice: Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino (53:6). Nos descarriamos de muchas maneras: deseando y haciendo lo que a Dios le desagrada, perjudicando a otros con nuestra conducta, y dejando de pasar tiempo con Él y su Palabra porque estamos demasiado ocupados o no nos interesa. Nos comportamos como las ovejas en el campo.
Gracias a Dios que tenemos al buen Pastor que entregó su vida por nosotros (Juan 10:11), llevando nuestros dolores y pecados (Isaías 53:4-5). Además, nos conduce a pastos seguros para que lo sigamos más de cerca.
Pastor de mi alma, gracias por buscarme y acercarme a ti.
Si quieres que Dios te guíe, debes estar dispuesto a seguirlo.

Dardos de fuego

Hace unos días estaba viendo un programa de concursos en el que los participantes exponen sus conocimientos y compiten unos contra otros. Al terminar el juego llamó mucho mi atención que la ganadora dijo a sus oponentes “gané porque ustedes me ayudaron”. Fue lo que dijeron durante todo el programa; las palabras de los demás la llevaron a decidir seguir adelante, y no precisamente por darle ánimo, sino porque todos le decían que se retirara, que no tenía el conocimiento necesario, casi que no sabían lo que estaba haciendo ahí. Pero ella, en cambio, fue más inteligente que todos ellos; mientras todos pensaban, cada vez que terminaba la ronda de preguntas, que ella sería la que se iría, seguía adelante sin oprimir el botón para irse. Ella logró transformar las palabras de desánimo en ánimo.
¿Cuántas veces hemos escuchado comentarios o sufrido por actitudes de personas que nos dicen “No puedes”? ¿Cuántas veces hemos olvidado que no son precisamente las personas las que nos las dicen, sino el mismo enemigo quien las usa para desanimarnos y hacernos sentir mal?
Es cierto que las palabras pesan, y que duele recibir desánimo en  vez de ánimo, pero, ¿qué hacemos con esas palabras? ¿Hasta dónde dejamos que nos dañen? Quédate con ellas para transformarlas en bien para ti, porque mucho pueden decir contra ti, pero ¿qué estás haciendo para esquivar esos dardos? ¿Estás dejando que logren su propósito y te lastimen?