Jesús es el amor y la ternura personificados. Pero ten cuidado de no confundir su ternura con las imágenes afeminadas y débiles, que has visto representadas en algunos cuadros tradicionales de Jesús. Él es ternura y fuerza al mismo tiempo. Es mansedumbre y majestad, virilidad y deidad, terciopelo y acero. Como sabes, a veces, cuando tratamos de ser firmes y fuertes, arrasamos con los sentimientos de las personas y terminamos hiriéndolas con nuestras palabras. Y al revés, cuando tratamos de ser tiernos, tenemos una sobredosis de bondad y nos reducimos a felpudos, hasta terminar siendo aprovechados por otros.
Desviémonos de nuestra imágen y miremos a Jesús. Él forzó severamente a un grupo de fariseos intrigantes a dar marcha atrás en una instancia, desafiándolos y diciendo: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7). Al momento siguiente, ese mismo Jesús miró directamente a los ojos a una quebrantada mujer sorprendida en adulterio, y con compasión resonando profundamente su voz, preguntarle: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ni yo te condeno; vete y no peques más” (Juan 8:10-11).
¡Ése es nuestro Dios!