jueves, 19 de mayo de 2016

Disco Rayado

Cuando tenía nueve años y estaba en primaria, tenía una amiga que siempre decía: ¡ay no!, otra vez mi mamá, parece un disco rayado. Cuando le preguntaba el porqué de su queja, ella me contaba que su mami siempre le ponía para beber agua de gelatina y del mismo sabor, fresa.
Yo escuchaba, por lo tanto, todos los días a la hora del recreo la misma expresión de mi amiga, y veía cómo tomaba la misma agua de gelatina. Más tarde llegué a la conclusión, que las dos, mi amiga y su mami eran un disco rayado.
En ocasiones, no, más bien a menudo, solemos quejarnos por muchísimos motivos y no nos damos cuenta que parecemos un disco rayado.
¿Cómo suena un disco rayado? Emite el mismo sonido, una y otra vez, y lo peor de todo es que no es agradable escucharlo, ya que cualquier cosa que se repita una y otra vez es definitivamente molesto.
Todos tenemos problemas, circunstancias que afrontar y vivir con ellas aunque quizá sea un proceso costoso resolverlas; sin embargo, recordar, nosotros mismos, lo difícil que estamos viviendo es como tener una radio con la misma canción dentro de nosotros, no es nada bueno ni edificante, y no ayudará ni mucho ni poco, más bien nada a que ese problema se resuelva.
Por otra parte, decir cómo nos sentimos a nuestros amigos es bueno, pero no a cada momento, no porqué él o ella se pueda cansar de escucharnos, sino porque necesitamos madurar y darnos cuenta que ser discos rayados lejos de ayudarnos nos ahoga más.
Cambiar un hábito no es fácil pero si tenemos la voluntad y buscamos las herramientas correctas lo lograremos.

Sé tú mi roca fuerte

En ti, oh Señor, he confiado; no sea yo confundido jamás; líbrame en tu justicia. Inclina a mí tu oído, líbrame pronto; sé tú mi roca fuerte, y fortaleza para salvarme. Salmo 31:1-2
Ciertas regiones de nuestro planeta se ven afectadas de forma endémica por graves terremotos. Todos recordamos el terrible seísmo de marzo del 2011 en Japón y sus consecuencias catastróficas. Hace algunos años, los científicos publicaron el "Mapa Mundial de Estrés". Esta obra, regularmente actualizada, informa sobre las fuerzas que están detrás de los movimientos de la corteza terrestre, en más de 14.000 lugares del planeta. ¿Qué revela este estudio? En muchas partes del mundo, los riesgos de terremotos son previsibles, y ciudades de varios millones de habitantes están en zonas muy críticas.
Esto nos asusta, y frases como "no hay riesgo de que eso nos suceda", son cada vez menos realistas. En esta situación, los cristianos no ocupan un lugar privilegiado. Dios no les garantiza que serán guardados de las calamidades. Sin embargo, la promesa de su Señor tiene más valor que la seguridad circundante. Jesús afirma: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20).

Invisible, pero amado

A quien amáis sin haberle visto… 1 Pedro 1:8.
No conocía a Bruce C, como muchos otros del grupo, pero cuando su esposa publicó una nota en el grupo informándonos que su esposo había fallecido, un torrente de respuestas de lugares diferentes reveló que todos sabíamos que habíamos perdido a un amigo.
Inline image 1A menudo, Bruce C nos había abierto su corazón, contándonos sobre las cosas que le importaban y su interés por los demás. Muchos creíamos que lo conocíamos, pero íbamos a extrañar la delicada sabiduría que había obtenido tras años siendo agente de policía y de confiar en Cristo.
Recordar nuestras conversaciones, me hizo renovar mi aprecio por las palabras de un testigo de Jesús en el siglo I. En su primera carta del Nuevo Testamento, el apóstol Pedro escribió refiriéndose a Jesús: a quien amáis sin haberle visto (1 Pedro 1:8).
Pedro, como amigo personal de Jesús, les escribía a personas que habían escuchado sobre Aquel que les había dado tanta esperanza, en medio de sus dificultades. Estos, como miembros de una comunidad mayor de creyentes, lo amaban. Sabían que, con su propia vida, había pagado el precio para incorporarlos a la familia eterna de Dios.
Señor, aunque nunca te vimos, creemos en ti. Haznos pertenecer a una comunidad de amor entre hermanos en Cristo.
Nuestro amor al prójimo es la medida de nuestro amor a Dios.

El hijo pródigo en la actualidad

Don Abimael era un señor con mucho dinero que, junto a su piadosa esposa, tenía una gran reputación en el pueblo donde vivía. Incluso algunas aldeas vecinas sabían de la importancia de este hombre. Tenía dos hijos Juan y Carlos. Juan tenía 25 años y Carlos 17. El menor decidió, por influencia de sus compañeros de universidad en su primer año, decirle a su padre que quería que le diera su parte en la herencia.
Y llegó el día en que su padre lo confrontó: hijo, es una locura lo que me pides, las herencias son entregadas al morir el dueño, y en este caso tú no necesitas una herencia, me tienes a mí. Disfruta de mi presencia, o mejor dicho, disfrutémonos como familia. Sin embargo, Carlos le dijo: papá, solo quiero la parte que me corresponde, no me importa compartir con vosotros pero quiero vivir mi vida, tengo derecho a hacerlo.
Don Abimael, muy triste le dijo: – Está bien hijo, no te preocupes, te daré la parte que tenía designada para ti.
Se hicieron las cosas legalmente, el abogado hizo su trabajo, y su hermano mayor le dijo al menor: – ¿qué es lo que haces Carlos? Estás renegando de tu propia familia, ¿por qué haces esto? No seas tonto, reconsidera lo que estás a punto de hacer, nuestros padres nos han dado todo, solo nos queda servirles y cuidar de ellos en su vejez. Carlos le interrumpió y dijo: Tú lo haces porque eres un interesado, por eso quieres estar aquí. Eres el primero que debió salir de casa y aprender más de la vida, y yo quiero saber lo que es la vida y así poder valerme por mí mismo.
Juan le dijo: -pero hermano, para salir de casa debes hacerlo bien preparado, ¿no ves que aquí tienes todos los recursos para hacer lo que quieras? Debes aprender a vivir con los recursos propios, hacer que esto continúe adelante y no tomar tu parte egoístamente.
Carlos dijo enfáticamente: -mi decisión está tomada, ni tú, ni mis padres me harán retroceder de mi pensar, déjame vivir mi vida.
Fue así como Carlos vendió los terrenos que le tocaban, y sus tractores fueron vendidos también. Vendió sus vacas y sus parcelas de tierra. Juntó mucho dinero y lo depositó en el banco, y el banco lo persuadió para que retuviera sus tarjetas de crédito, y así no gastara su dinero tan fácilmente si lo hacía con inteligencia, y no tenía que andar con dinero en efectivo. Esta idea le pareció fascinante a Carlos. Fue así como adquirió un vehículo último modelo de la agencia, y sus nuevos amigos hasta le hacían coro en la universidad. Todos los días los invitaba a comer deliciosos y caros platos, y además todos ellos iban a las discotecas, contrataban a mujeres a las que pagaban servicios sexuales a domicilio... En fin, todo con esa facilidad que sus amigos le indujeron, y le dijeron que el dinero era para disfrutarlo.
La vida licenciosa de Carlos fue creciendo en gran manera, pasaba de sus clases ya que tenía amigos que le conseguían los exámenes con el dinero pagado por Carlos, y así fue pasando sus clases. Cuando Carlos fue al banco para resolver un problema de su tarjeta que no le daba ya más dinero, y fue a reclamar, le dijeron: disculpe joven, pero más bien Ud. nos debe a nosotros. El dinero que usted ha gastado en todo este tiempo es enorme, y el banco le ha ido debitando en sus cuentas, así como usted firmó en el contrato, pues usted mismo dijo que no quería venir a estar pagando, que todo lo debitáramos en su cuenta ¿lo recuerda?
Bueno, ahora ya no tiene crédito, y usted debe pagar ciertos intereses de la última cuenta que tuvo. Carlos cayó en la cruda realidad, y de esa forma sus “amigos” no querían estar más con él. Fue a buscar empleo a la hacienda de un ganadero que tenía también porquerizas, y éste le dijo: mire joven, aquí es necesario que me cuiden a mis cerdos, y los quiero lo más limpios posibles, aunque yo sepa de sobra que los cerdos son sucios, pero ese será su nuevo trabajo.
Carlos, se vio sin estudios, y ahora no podía hacer más fraude en ellos, pagaría cada mal proceder de aquel gran despilfarro y desagradecimiento que había hecho. Mientras, andaba por las porquerizas con sus sandalias, pues no tenía para poder comprar botas de hule, ya que su nuevo patrón no miraba las necesidades de sus empleados, solo veía lo que podían darle en su hacienda.
Un día Carlos tenía tanta hambre que sentía que se desmayaba, y quiso comer de la comida de los cerdos. Cuando se iba a comer el primer bocado, el capataz de dicho lugar lo encontró y le dijo: – ni lo pienses jovencito, esa es la comida de los cerdos, ellos deben engordar aunque tú te pongas flaco, pero no puedes mezclar las cosas. Lo que es de los animalitos es de ellos, para eso estoy aquí, para velar que todo esté en orden.