martes, 17 de mayo de 2016

De esta obra eres el creador

Cuando miro las estrellas en el vasto firmamento, confirmo tu existencia y con cuánto amor me has amado. Luego observo una luz muy brillante, es la luna cambiando de forma y que cuando se llena, muestra esplendorosa los matices que el gran Diseñador le dibujó. Me abruma ese cielo azul que adorna el suelo donde pisa Dios; suelo que de día se vuelve muy claro, por las tardes medio anaranjado y por las noches muy oscuro pero iluminado por toda clase de astros brillantes y hermosos.

Todo cuanto hay en la creación me evoca y me hace pensar en mi Supremo Creador. Porque Él hizo muchas cosas bellas para que nosotros, que somos su máxima creación, las disfrutáramos junto con Él.

Al mirar al cielo, yo encuentro una comunión y una paz casi inexplicable. Me pongo a meditar y a dialogar con mi Creador, y le pregunto por qué me ama tanto. Siento que soy inmerecedor de tanta gracia y amor, y me pregunto por qué Él es tan paciente y sublime conmigo. 

Hizo magnifica la Creación, pero empleó más tiempo y todo su corazón en crearnos a su imagen y semejanza. Bordó cada tejido y puso cada célula nuestra. A la naturaleza le habló y fue hecha por su palabra, pero al hombre Él mismo lo formó con sus manos amorosas. Organizó y dio buen funcionamiento a cada parte de nuestro cuerpo. Nos puso sentidos para que disfrutáramos y saboreáramos de todo lo bueno. Creó flores primorosas y las vistió con sus mejores galas. Pero aún así, de mí tuvo más cuidado. En el vientre de mi madre me fue formando y soy su estrella, su rosa, su tesoro y su lucero. Él me hace sentir tan especialmente cuidado y amado, que no tengo palabras para describir esta emoción que mi alma aclama.

Dios, de esta bella y perfecta obra Tú eres el máximo Artista y Creador. Gracias por cada detalle y por cada matiz que has puesto en la naturaleza y también, en cada uno de tus hijos. No alcanzan las palabras para expresar perfectamente, la plenitud que siente mi corazón con tan solo mirar el firmamento y todo cuanto me rodea, y saber que Tú eres el responsable aunque muchos renieguen de toda obra maravillosa que existe.


 

¿Por qué nos congregamos en una iglesia?

“…Servid a Jehová con alegría; Venid ante su presencia con regocijo. 3 Reconoced que Jehová es Dios; Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado. 4 Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza; Alabadle, bendecid su nombre. 5 Porque Jehová es bueno; para siempre es su misericordia, Y su verdad por todas las generaciones…” Salmo 100:1-5
Este es un Salmo que nos invita a entrar gozosos ante la presencia de Dios. Su fidelidad se extiende a nuestra Generación y va más allá de ella. También este salmo resalta la naturaleza universal del reinado de Dios, es una bendición para la serie de salmos que se ocupan del gobierno del Señor.
Por otro lado, es un Salmo de Alabanza, y es anónimo, o posiblemente lo escribió David, y nos hace reflexionar que muchas veces, nosotros vamos a la congregación con el objetivo de que Dios nos hable por medio de Su Palabra, que será predicada por el ministro ese día. Pero no pensamos que ese no es el objetivo de asistir al servicio; porque el propio objetivo es ir a rendirle culto a Dios para alabarlo y adorarlo, pues Dios se deleita en la alabanza.
Estamos, pues, haciendo las cosas al revés, pero Dios que es tan fiel y misericordioso nos permite hacerlo; pero si lo hacemos como debería ser, cuando salgamos del culto habremos cumplido dos grandes objetivos, uno es adorarlo, y dos, recibir la bendición de Él y que a través de su Palabra nos dice lo que desea de nosotros.
Este salmo presenta un llamado a toda la tierra para adorar al Señor. Ese llamado va mucho más allá de los estrechos límites de Israel y se extiende hacia los gentiles. La adoración no es exclusiva de una sola nación ni tampoco tiene características de una sola nación o cultura. La adoración no estaba ni está confinada a un solo pueblo. Tres motivaciones nos da el salmista desafiando a nuestro corazón a adorar a Dios.

El resto de nuestra vida

Para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios. 1 Pedro 4:2
Todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos. Efesios 2:3
En su poema "Feliz aquel que, como Ulises, hizo un hermoso viaje", Joachim du Bellay (1522-1560) expresa el apego a su tierra natal, ese país a donde el viajero nostálgico puede volver a "vivir con sus padres el resto de su vida". Algunos entre nosotros, compartimos esta aspiración, en cambio otros la consideran anticuada. Pero ante cada uno de nosotros está ese resto de la vida terrenal y la manera en que lo vamos a vivir. ¿Lo haremos según la codicia de los hombres o según “la voluntad de Dios”?
El apóstol Pablo dice: “Todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos” (Efesios 2:3). Esta es la manera de vivir de los hombres sin Dios. Cada uno hace lo que le place de forma más o menos egoísta. Uno vive para sí, y la muerte pone fin a todo esto.
Pero el cristiano está invitado a vivir de otra forma. Mediante el arrepentimiento y la fe en Jesucristo, recibió una vida nueva y tiene aspiraciones de otro tipo. Dios le da la capacidad de discernir y cumplir Su voluntad. Solo el cristiano, identificado con Cristo en su muerte y su resurrección, reconoce que la voluntad de Dios es “buena… agradable y perfecta” (Romanos 12:2). ¿Nos sometemos a ella?
¿Consagraremos a Dios el resto de nuestra vida terrenal?

Sordera voluntaria

“En ellos se cumple la profecía de Isaías: Por mucho que oigan, no entenderán; por mucho que vean, no percibirán. Porque el corazón de este pueblo se ha vuelto insensible; se les han embotado los oídos, y se les han cerrado los ojos. De lo contrario, verían con los ojos, oirían con los oídos, entenderían con el corazón y se convertirían, y yo los sanaría.” (Mateo 13: 14-15 NVI)
sordera voluntariaEn un día poco soleado, me encontraba viajando rumbo a mi trabajo en un autobús de servicio público, algo apretada por la cantidad de gente que se hallaba junto a mí, cuando de repente, se subió un hombre con voz fuerte y tono retador, acompañado de un megáfono. Mi reacción inmediata fue de rechazo, había interrumpido mis perdidos pensamientos entre mis obligaciones, responsabilidades, cosas pendientes por hacer y afanes diarios. Me molestó su actitud de regaño al predicar la palabra de Dios, y no pude evitar pensar en que a "bibliazos" no iba a convertir a nadie esa mañana.
“Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia”. (Proverbios 3:5 NVI)
Luego el Espíritu Santo me confrontó; como si tuviera el poder de detener el tiempo, pude observar la gente a mi alrededor; unos charlaban, otros se burlaban, otros lo ignoraban, puedo contar con los dedos de mi mano derecha los que le escuchaban atentamente y les aseguro que yo no era uno de ellos.
Decidí cambiar mi actitud y escuché cada palabra que dijo. ¡No estaba equivocada!, el regaño era con argumentos, dijo que necesitábamos de Dios, que nuestra rebeldía y disposición a la maldad nos estaba condenando a una vida sin propósito, que las enfermedades, los terremotos y tantas calamidades que estábamos enfrentando alrededor del mundo, eran la consecuencia directa de nuestro caminar en contra de la voluntad del Señor.
En mi corazón había una mezcla de indignación, culpa y vergüenza, ya que mi hermano en la fe, hacía lo que a mí me daba oprobio hacer. Mientras él se esforzaba por honrar a Dios, yo me ocupaba de juzgarlo y acusarlo mentalmente.