Las vidas de los líderes son visibles para todos. Por lo tanto, quienes están en el liderazgo tienen que ser ejemplo en todo, tener vidas ejemplares. De hecho, los líderes necesitan ser ejemplos de piedad y santidad, ya que Jesús hizo lo mismo con sus discípulos. Todo líder debería vivir, de forma transparente y sincera, una vida de franqueza, de manera que no tenga pecados escondidos, ya que un líder no puede guiar a otros eficazmente de una forma oculta. De hecho, aquellos a quienes guiamos necesitan ver que lo que enseñamos funciona en nosotros y también en ellos. Necesitamos estar siempre listos.
Esto significa que nuestras vidas deben ser algo así como una pecera, donde los peces sean constantemente observados por la gente. Esto es parte del coste de ser un líder. Necesitamos decidir si estamos realmente dispuestos a esto, antes de aceptar esta responsabilidad.
Sentir la experiencia por primera vez, de ser el centro de atención, es especialmente importante; y en medio del éxito, cuando todo parece marchar bien, debemos mantener nuestros ojos en el Señor y no en la gente. Necesitamos aprender esta lección rápidamente, porque si no lo hacemos, la soberbia ganará terreno en nosotros, y esto está entre las cosas que el Señor realmente detesta.
Desde el momento en que nosotros cedemos a la soberbia, desde ese mismo instante, es cuando empezamos a caer. Necesitamos permitir que Dios nos prepare para que esta prueba, tan severa y difícil de manejar, no provoque nuestra caída (Proverbios 11:2; 16:18).
El éxito parece que nos hace olvidar la necesidad de obedecer a Dios y de depender de Él. Pero pensemos que los tiempos de bendición y de plenitud cuando todo marcha bien, son realmente tiempos de tentación al dejar al Señor y bajar la guardia.
Muchos cristianos, con un liderazgo exitoso, quedan tan atrapados en su vanidad que tristemente terminan anhelando pasiones que ya habían dejado mucho tiempo atrás; es porque ellos bajaron la guardia y cayeron en pecado.
En consecuencia, los líderes de Dios deben asegurarse de que nunca caerán en la trampa de pensar que ellos se las pueden arreglar sin Dios, especialmente cuando las cosas les salen bien. El éxito es una prueba realmente difícil de tratar. Dios quiere que seamos capaces de manejar tanto el éxito y la bendición, como también el fracaso. Todo esto es parte de nuestra preparación para Cristo. Continuamente debemos mirar hacia Dios y darle a Él toda la gloria, cualesquiera que sean las circunstancias que atravesamos.