martes, 10 de mayo de 2016

Las Tres Mujeres

Una hermosa historia es la de una cristiana que soñó con tres mujeres que estaban en oración.
Mientras permanecían de rodillas el Maestro se les acercó.
Se acercó a la primera, se inclinó hacia ella con gracia y ternura y con una sonrisa llena de radiante amor, y le habló con voz pura, dulce y musical.
Apartándose de ella, se acercó a la segunda, pero solamente le puso la mano sobre la cabeza inclinada, y le dio una mirada de aprobación.
Pasó junto a la tercera de forma casi abrupta; no se detuvo a hablarle, ni siquiera a mirarla.
La mujer, en su sueño, pensó: ¡Qué grande debe ser su amor por la primera! A la segunda le dio su aprobación sin las demostraciones de amor que le hizo a la primera; y la tercera debe haberle ofendido profundamente, porque Él no le dirigió una sola palabra y ni siquiera una mirada al pasar. ¿Qué habrá hecho, y por qué tanta diferencia entre ellas? Mientras trataba de explicarse la acción del Señor, Él mismo se le acercó y le dijo:
- Mujer, ¡qué mal me has interpretado! La primera mujer necesita todo el peso de mi ternura y cuidado, para poder afirmar el pie en el camino angosto. Ella necesita mi amor, mi interés y mi ayuda todo el día. Sin ellos, fallaría y caería.
La segunda tiene una fe más fuerte y un amor más profundo, y puedo estar tranquilo porque confía en mi, no importa lo que haga la gente.
La tercera, que según tú no noté y hasta descuidé, tiene una fe y un amor de la más fina calidad.
A ella la preparo por medio de un proceso rápido y drástico, para un servicio sublime y santo.
Ella me conoce tan íntimamente, y confía en mí hasta tal punto, que no depende de palabras, ni de miradas ni de ninguna demostración externa de mi aprobación.
No desmaya ni se desalienta ante ninguna de las circunstancias por las que la hago pasar. Confía en mí aunque el sentido, la razón y los instintos más finos del corazón natural se rebelen.
Sabe que estoy trabajando en ella para la eternidad, y aunque lo que hago no se lo explica ahora, lo entenderá después.

No hay peor ciego...

Una mañana caminaba apresuradamente de la mano de mi abuela. Yo no sabía hacia dónde nos dirigíamos, simplemente caminaba, bueno, más bien trotaba para mantener el paso al lado de ella.
El rostro de mi abuela parecía angustiado y preocupado. A través de sus gafas se podía ver una mirada perdida y ensimismada en sus pensamientos; por fin hizo un alto sobre la calzada. Carmen Argüello, después de algunos minutos, se animó a preguntar a dos señoras que estaban hablando casi junto a nosotros; no recuerdo bien lo que preguntó, pero una de las señoras le dio la información muy detallada, y mi abuela se lo agradeció y remató con dos dichos populares que se quedaron grabados en mi cabeza.
“En tierra de ciegos, el tuerto es el rey”, y “el que persevera alcanza”. Después oí estos mismos refranes muchas veces, pero nunca alcanzaron tanta importancia como aquel día. Subimos a un autobús y pudimos encontrar sitio para sentarnos, mi abuela me acomodó pegado a la ventana y ella en el pasillo. Después de un rato le pregunté a dónde íbamos, y como respuesta recibí un abrazo y me acurrucó en sus piernas; yo comencé a dormitar pues el calor y el vaivén del autobús se convirtió en un suave arrullo.
Una de las veces que abrí los ojos, pude ver como una lágrima escurría sobre las mejillas de mi abuela. No comenté nada, llegamos a la terminal del recorrido, bajamos del autobús y comenzamos a caminar. Mi abuela parecía muy segura del camino a seguir, y algunas manzanas después llegamos a un edificio. Subimos las escaleras y tocamos a la puerta de un apartamento; al abrirse la puerta apareció mi tía, que con un fuerte grito de MAMÁ abrazó a mi abuela y cerrando la puerta, se dirigieron a una de las habitaciones. Yo no sabía qué sucedía y acercándome al "corralito" de mi prima jugué con ella; no sé cuánto tiempo pasó ni qué fue lo que hablaron mi tía y mi abuela, pero debió haber pasado mucho tiempo porque al salir mi abuela comentó: vámonos porque ya es muy tarde y no he preparado nada para comer. Me levanté rápidamente, abracé a mi tía y salimos del apartamento, pero antes que mi tía cerrara la puerta mi abuela gritó: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”, y apresuró el paso. Al igual que los otros dos refranes, éste también quedó firmemente apegado a mis recuerdos. Pasados algunos meses, mis abuelos recibieron una llamada telefónica y comentaron que se iban. Solo Dios sabe cómo será su vida, solo sé que fue de las pocas veces que vi a mis abuelos abrazarse y darse consuelo el uno al otro. Yo quería saber quién les había hablado, quién se iba, el caso es que el fin de semana siguiente mi tía llegó con unas cajas a la casa de mis abuelos. Muy feliz, les decía que estaría en contacto con ellos, que los visitaría cada vez que tuviera vacaciones y que estaba segura que les iría muy bien en el lugar donde ahora vivirían. Mi abuelo abrazó muy fuerte a mi prima, apretó los cachetes de mi primo que aún era un bebé, se despidió de mi tía al igual que mi abuela, y ésta, con lágrimas escurriendo sobre sus mejillas y quitándose las gafas, abrazó a mi tía y le dijo nuevamente “NO HAY PEOR CIEGO QUE EL QUE NO QUIERE VER”
Este refrán impactó mi vida, venía a mi mente una y otra vez. Junto con los otros dos imaginaba un grupo de personas ciegas dando tumbos, caminando sin rumbo y llenos de desesperación tratando de encontrar algo o a alguien que los pudiera guiar; imaginaba ver aparecer a un hombre con un parche en un ojo tomando el control de ese grupo de ciegos, dictaminando el camino a seguir para poder salir. No sé por qué en mi imaginación, ese grupo de ciegos y su “rey” tuerto estaban buscando una salida hacia un lugar mejor donde ya no sufrieran, pero no podían encontrar ningún camino que los llevara a ser libres.
Pasaron algunos años y pude entender el significado de esos refranes que tanto tiempo estuvieron en mi interior. Cuando estudiaba la secundaria me premiaron con un reconocimiento a la perseverancia, fui llamado a la sala de maestros y allí, tras una breve ceremonia, me entregaron la medalla a la perseverancia.
Recuerdo muy bien las palabras de mi tutor cuando dijo ser el primero en haber recomendado al alumno que tan inquieto, física e intelectualmente, había tenido que supervisar de manera personal. Reconocía mi perseverancia y tenacidad al proponerme algo; el maestro de física y química estrechó mi mano y me dijo con voz fuerte: “demostraste pese a que aseguráramos que tú jamás podrías volar, tu tenacidad y constancia, valores que hicieron de ti un abejorro, un vivo ejemplo para todos”. Al salir de allí, tras los aplausos y felicitaciones de mis directores y maestros, me sentí lleno de orgullo y entendí el significado del dicho de mi abuela. Ella literalmente dijo “El que persevera alcanza”.
Siendo constante, y no escuchando los malos consejos y las opiniones contrarias de los que desean que fracases, permaneciendo firme en tu objetivo, siempre podrás volar. Jesucristo dijo: “…Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pueden pedir lo que quieran, ¡y les será concedido!..” (Juan 15:7 NTV),... eso es perseverar contra viento y marea, permanecer pegado a Él.

La fortuna personal de dar a quien lo necesita

El primer golpe que recibió en un cuadrilátero no solo le llevó a la lona sino que le hizo pensar, apenas tuvo la fuerza suficiente para levantarse, que esa no sería su profesión. Aquél día fue uno de los más difíciles porque cayeron por tierra sus sueños y proyectos, y entendió que una idea no sirve de nada a menos que demos los pasos necesarios para materializarla.
Mario Moreno Reyes (1911-1993), a quien el mundo conocería como “Cantinflas”, emprendió desde entonces una carrera maratoniana que lo llevó a desempeñarse como limpiabotas, aprendiz de torero, mensajero, taxista, y también bailarín. Como la noche en que improvisó un espectáculo sin igual ante decenas de curiosos que lo aplaudieron, gritaron y rieron a más no poder, en tanto él parodiaba a su manera las tonadas del momento.
No se dejó vencer por la adversidad. Y aunque siempre soñó con ejercer la medicina, el gran sueño de su padre, entendió que desde las tribunas y las pantallas de cine también podía hacer mucho por quienes lo rodeaban. Por eso transmitía alegría. Era su sino personal, un entusiasmo desbordante que se contagiaba entre quienes estaban cerca.
Y algo que nunca olvidaremos: su generosidad. La plasmó en hechos. Sabía que quien mucho habla, a veces hace poco. Esa vocación de servicio lo llevó a unirse a grandes causas y a oficializar su ayuda a los más necesitados.

¿Cómo servir a Dios?

Cuando se nos presentan oportunidades de servir a Dios, no siempre reaccionamos de la manera que Él merece. Quizás por pensar que nuestra agenda está muy saturada o por sentirnos poco capaces.
Estas respuestas cierran la puerta antes de que sepamos si el Señor quiere o no que la atravesemos. Quizá nunca ha pensado que negarse a servir a Dios es una forma de idolatría, pero eso es precisamente, doblegarse a sí mismo en vez de someterse a Él.
flores rojasEl Señor quiere que sus siervos estén dispuestos, primero, a hacer lo que sea; y después, a buscar conocer su plan específico para ellos. Dios dota de manera especial a sus seguidores para que le sirvan conforme a su voluntad. Pero cuando ya hemos decidido que no podemos hacerlo, que no lo haremos, o que no estamos bien preparados, estamos actuando entonces de acuerdo con nuestra voluntad, y eso no está bien.
Usted puede servir al Señor como buen padre, o como quien habla del evangelio a sus compañeros de trabajo, o como amigo que escucha a quienes estén sufriendo. No hay ninguna restricción en lo que Dios puede hacer con un ayudador dispuesto. El poder de su Espíritu supera las limitaciones humanas. ¿No se siente usted lo suficientemente valiente? Dios puede cambiar eso. ¿No tiene las aptitudes adecuadas? Dios puede cambiarlo.
Abandonar las excusas es lo más sabio que podemos hacer para servir a Dios. Confíe en que el Señor le capacitará para hacer lo que Él le pida, y que se ocupará de dotarle y prepararle debidamente (Efesios 2.10; 2 Timoteo 3.16, 17). Lo único que Él le pide es que diga “sí”.