sábado, 23 de abril de 2016

No a la venganza

Es evidente que en nuestro transitar por esta vida, vamos a atravesar por todo un sin fin de experiencias, unas agradables y sin ningún vestigio de pesimismo, y otras desagradables que pueden exceder en su cuantía a las que se pueden denominar como “buenas”.
Generalmente, de todos los acontecimientos que se mueven alrededor de nuestra vida, los que resultan más lacerantes, dolorosos y frustrantes son aquellos que tienen que ver con la traición, el relativismo y la marginación.
La manera común de enfrentarse a estos acontecimientos es vengándose de aquellos que nos hacen mal, pero está comprobado que la venganza se convierte en un mal que nos corroe el alma. Los cristianos no somos inmunes a este flagelo y también seremos traicionados.
Para los demás, posiblemente lo que hacemos será malo, y lo de ellos será bueno aunque sean los mismos hechos, lo que es conocido como relativismo. Y en otras ocasiones seremos marginados de tal manera, que nos parecerá estar en un desierto aunque estemos rodeados de personas; por la sencilla razón de que solo seremos importantes para ellos mientras les podamos ser útiles. Pero ni el odio ni la venganza deberán ser armas que usemos para pagar a los que nos hacen mal.

La promesa se recibe por fe

biblia-antiqueEn Romanos 4:13 se evidencia que la promesa que Dios le hizo a Abraham de que sería heredero del mundo, no fue mediante la ley sino por la justicia de la fe. 
Hoy, dado que pertenecemos a Jesús, somos semilla de Abraham y herederos de acuerdo a la promesa. Cuanto más creamos que somos justos en Cristo, más experimentaremos su provisión. Amigo, ser un heredero del mundo y caminar con las bendiciones de Abraham de salud, protección y provisión abundante vienen por fe. Esto significa creer que aunque no merecemos ninguna bendición de Dios, hemos sido hechos justos por el sacrificio y la obra consumada de su Hijo, ¡y estamos cualificados para recibir todas sus bendiciones! 

Seré Consolado

Como aquél a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros. Isaías 66:13.
¡El consuelo de una madre! Es la ternura misma. ¡Cuán perfectamente comprende la pena de su hijo! ¡Cómo le estrecha contra sí misma y procura meter todas sus amarguras en su corazón! El hijo puede comunicárselo todo a su madre, seguro de que nadie como ella simpatizará con él. Entre todos los consoladores, el niño siempre preferirá a su madre; esto mismo experimentan los mayores.
¿Y consiente Dios en cuidar a su pueblo como una madre? Esto demuestra una bondad exquisita. Fácilmente podemos comprender qué es un padre, pero... ¿será también para nosotros, una madre? ¿No nos invita con esto, a una santa familiaridad con Él, a entregarnos sin reserva, a descansar en su regazo? 
Cuando Dios mismo se hace nuestro Consolador, la prueba no puede durar mucho. Confiémosle nuestra pena, aunque solo sea suspirando y sollozando en su presencia. A buen seguro que no nos menospreciará a causa de nuestras lágrimas. Nuestra madre no nos menospreciaría. Y Él verá nuestra flaqueza como lo haría ella y perdonará nuestras faltas con mayor ternura de lo que podía hacer nuestra propia madre.

El Encerrado

Mis días son largos en esta vieja mecedora…
Ya no puedo aventurarme fuera, no me atrevo. Y mi corazón está triste, mi cuerpo desgastado…
Ellos dicen que les importo, pero lo dudo. Nadie me visita, nadie me llama…
Así que todo lo que puedo hacer es permanecer sentado, mirando las paredes.
Espero y me pregunto si sonará el teléfono… Cuánto deseo que lo hiciera, o, cuánto cantaría mi corazón.
Nada más que un golpe en la puerta, alguien que diga hola… Me daría tanta felicidad…
¿Pasará? ¿Antes de que muera yo?
Solía ir a la iglesia cuando podía estar de pie…, y la gente me sonreía y estrechaba mi mano.
Ellos profesaban amar y vivir por “El Libro”…
Ahora, miren cómo me tratan, solamente echen una mirada.
Espero que nunca lleguen a la situación en la que estoy… 
Es terrible que uno esté forzado a estar encerrado. Los días son largos y a veces, también las noches…
Oro a mi Hacedor porque sé que su amor es real.
Inclino mi cabeza y levanto mi mano. 
Sé que pronto dejaré este mundo.
Yo espero mi solitario tiempo aquí en la tierra, porque contigo, Jesús, he nacido de nuevo.
Intento recordar, Jesús, por lo que atravesaste y no guardar resentimiento, pero aún me entristece recordar lo que hiciste por mí en el Calvario…
Y prometo, Señor, honrarte siempre a Ti.
Tal y como oraste Tú una vez, así también lo haré yo… 
Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen.
Cuántos son los que por ser ancianos, estar enfermos o presos, se sienten solos. Nadie los visita, ni siquiera los llaman. Este es un buen día para acordarnos de aquellos que están encerrados.
Por causa de la pobreza y del hambre andaban solos; huían a la soledad, a lugares tenebrosos, desolados y desiertos. Job 30:3
Para oír el gemido de los presos, Para soltar a los sentenciados a muerte. Salmo 102.20