lunes, 11 de abril de 2016

El dinero no hace feliz a nadie, pero da paz

Al leer el título de esta reflexión seguro que la primera impresión que le causará, es creer que quien lo escribe está atravesando un serio problema de trastorno mental. Yo mismo sería el primero en aprobar su calificativo, porque solo un enajenado mental podría pensar así.
Pero lo cierto es que estamos asistiendo a una era en la que los enajenados mentales con sus mensajes subliminales, están atrayendo tras de sí a un gran número de personas incautas, que corren tras todo tipo de prédica que aliente sus deseos malsanos; lo que unido a las ansias de posesiones que preconiza esta sociedad hasta el límite del aburrimiento, convierte a muchos en zombis con los brazos extendidos tratando de alcanzar todas esas promesas.
El mundo tiene distorsionado por completo el concepto de paz, de forma que para él este concepto está estrechamente ligado a la felicidad que le proporciona la adquisición de cosas, sin darse cuenta de que cuando la felicidad es buscada como meta, a lo más que podemos aspirar es a verla como un espejismo.

Nuestra victoria en la lucha espiritual


Mientras más conocemos las Escrituras, y cuanto más observamos los acontecimientos que suceden tanto fuera como en el mismo seno de la Iglesia, más conscientes somos de que la lucha espiritual es una realidad. El criado de Eliseo vio un gran ejército de seres espirituales que protegían al profeta, cuando le fueron abiertos los ojos. Si nuestros ojos se abren hoy, podremos ver que “más son los que están con nosotros que los que están con ellos” 2 Reyes 6;16.
I. El Señor nos Ordena Atacar
a) Sed sobrios y velad (I Pedro 5:8)
b) Resistidlo y huirá ( I Pedro 5:9; Stg. 4:7)
II. El Señor nos ha dado las Armas de la Victoria
Recordemos que “Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (II Corintios 10:4). Las armas con las que obtenemos la victoria en la lucha espiritual son:

Señor, Enséñame a Orar

“Señor, enséñanos a orar lo mismo que Juan enseñó  a sus discípulos”  Lucas 11:1
En materia de oración, todavía no se orar. Lo sé. Yo no puedo considerarme un experto en la oración ni un profundo intercesor, porque sé que mientras más aprendo en el mundo de la oración, más convencido estoy de que aún necesito ser enseñado. Recuerdo hoy la paráfrasis que San Francisco de Asís hizo del Padre Nuestro, y quiero aprender de ella.
San Francisco oró así: “Padre Nuestro, el más Santo, nuestro Creador y Redentor, Nuestro Salvador y Consolador, que estás en los cielos con todos los ángeles y los santos dándoles a ellos luz y dándote a conocer, ya que Tú eres luz, y declarándoles que los amas. Ya que Tú eres amor:  habitando en ellos y dándoles la plenitud de gozo. Ya que Tú eres el Señor, Supremo, eterno y bueno y todo lo bueno viene de ti.
Santificado sea tu nombre, para que nosotros podamos crecer y conocerte más y más, y así apreciar la extensión de tus favores y la magnitud de tus promesas, la sublimidad de tu majestad, así como la profundidad de tus juicios. Que tu Reino venga para que Tú reines en nosotros por tu gracia y nos atraigas a tu Reino, donde nosotros te veremos claramente, te amemos completamente y estemos felices en tu compañía, y nos gocemos en ti por siempre. 

El Hachero

Érase una vez un hachero que se presentó a trabajar en una maderera. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún; así que el hachero se decidió a hacer un buen papel.
El primer día se presentó al capataz, quien le dio un hacha y le asignó una zona. El hombre, entusiasmado, salió al bosque a talar. En un solo día cortó 18 árboles.
-Te felicito, dijo el capataz, sigue así.
Animado por las palabras del capataz , el hachero se decidió a mejorar su propio desempeño al día siguiente; así que esa noche se acostó bien temprano.
A la mañana siguiente, se levantó antes que nadie y se fue al bosque. A pesar de todo su empeño, no consiguió cortar más que 15 árboles.
-Me debo haber cansado, pensó, y decidió acostarse con la puesta del sol. Al amanecer, se levantó y decidió batir su marca de 18 árboles.
Sin embargo, ese día no llegó ni a la mitad. Al día siguiente fueron 7, luego 5 y el último día estuvo toda la tarde tratando de terminar de cortar su segundo árbol.