sábado, 9 de abril de 2016

Acuérdate de su Obra

Se ha establecido en todo el quehacer humano lo que bien podría llamarse “la cultura del compra de todo", no importando el precio, ni si ya lo poseemos o no. Lo importante es gastar, consumir y acumular cosas a cualquier precio, a tal punto que esto se ha convertido en una obsesión.
Claro está que todos los que vivimos prácticamente al día, no podemos entrar en el selecto club de los compradores obsesivos; simplemente, que muchas veces nos alcance para llegar con comida a fin de mes, es ya un milagro que celebramos con un culto de acción de gracias.
La iglesia enseña en materia de mayordomía, que todo aquello que poseemos pertenece a Dios, pero qué difícil nos resulta preguntarle al que es dueño de todo, si aprueba o no todo lo que compramos para dar satisfacción a nuestro afán de tener cosas. Cuántas ofrendas generosas para planes de la iglesia a favor de otros, podríamos dar si solo pensáramos dos veces antes de comprar cosas, que sencillamente o no nos hacen falta o ya las tenemos.

Viviendo en Comunion con Dios

Hace varios años un médico le preguntó a una anciana cristiana: —Si yo le pidiera dinero a Dios, ¿me lo daría?
La anciana le respondió con otra pregunta: —Si a usted le presentaran al presidente de la nación, ¿se animaría a pedirle dinero inmediatamente?
—No, esperaría a conocerlo mejor, contestó el médico.
—Bueno, concluyó la mujer, tendrá usted que conocer a Dios mucho mejor antes de esperar que Él le dé su petición.
Una vez escuché el siguiente comentario en cuanto a este incidente: “Muchas personas son presumidas y le piden cosas a Dios sin ser sus amigos, sino simples conocidos.” Es muy cierto.
La oración es como dos amigos conversando, y La Biblia es el turno de Dios para hablar. Cuando leo las Escrituras, a menudo descubro que estoy susurrando una oración. Cuando oro, la Palabra de Dios viene a mi mente. Cuando escucho Su Palabra, mi alma se inclina en adoración.
En la Biblia Dios nos habla a nosotros. En la oración nosotros le hablamos a Dios. La lectura de la Biblia y la oración son como hilos trenzados que forman el cordón de la íntima comunión entre Dios y nosotros.
Es aconsejable leer las grandes oraciones de Moisés, Nehemías, Esdras y Daniel. En sus peticiones, le hablaron a Dios con las mismas palabras de Dios, según se hallan en la Escritura. Este es el idioma de la oración que Dios se deleita en contestar. Cuando ore, permita que Dios traiga Escrituras a su mente. Y luego use esas palabras para hablarle a Dios.
Antes de pasar tiempo leyendo y estudiando la Biblia cada día, pida a Dios que su corazón sea sensible a Su Palabra. Martín Lutero dijo: “Haber orado bien es haber estudiado bien.” No podemos tener lo uno sin lo otro.

Antes que clames, yo responderé

Solemos creer que Dios no nos escucha, pues no contesta tal como nosotros creemos que debería, pero…
Esta es la historia de un médico que trabajó en África, contada en 1ª persona.
Una noche trabajé duro con una madre en su parto, pero a pesar de todos nuestros esfuerzos, ella falleció dejándonos un pequeño y prematuro bebé, y una niña de dos años que lloraba desconsoladamente. Tuvimos grandes problemas para mantener vivo al bebé, de hecho no teníamos incubadora ni electricidad para hacer funcionar una. Tampoco teníamos alimentos especiales para estos casos. Y aunque estábamos sobre la línea del Ecuador, a menudo las noches eran frías con peligrosos vientos.
Una estudiante que me ayudaba, fue a buscar una manta de lana que teníamos para los bebés. 

Otra fue a atizar el fuego y a traer una bolsa con agua caliente. Ésta volvió casi de inmediato, muy preocupada, para decirme que la bolsa se rompió al llenarla (las bolsas de agua caliente se rompen fácilmente en climas tropicales). ¡Y era nuestra última bolsa!, exclamó.
Como se acostumbra en Occidente, no hay por qué llorar por la leche derramada, de modo que en África central se puede considerar igualmente, no llorar por bolsas de agua caliente rotas. Aunque éstas no crecen en los árboles, y no hay farmacias en los bosques donde comprarlas.
“Muy bien” dije, “pon al bebé lo más cerca posible del fuego y acuéstate entre el bebé y la puerta para evitar las corrientes de aire frío. Tu trabajo es mantener con calor al bebé.”
Al mediodía, como hacía todos los días, fui a orar con los chicos del orfanato que querrían reunirse conmigo. Les hacía sugerencias sobre cosas por las cuales orar, y también les conté acerca del pequeño bebé. Les expliqué nuestro problema de mantener al bebé con calor suficiente, la bolsa de agua caliente que se había roto, y que el bebé podía morir fácilmente si se enfriaba. También les conté de su hermana de 2 años, que lloraba porque su madre había muerto.
Mientras orábamos, una de las niñas, de nombre Ruth, hizo la habitual sincera oración que los niños hacen en África. “Dios, por favor, envíanos una bolsa de agua caliente hoy, mañana será demasiado tarde porque el bebé habrá fallecido. Por favor envíala esta tarde”.

 Mientras trataba de contenerme por la "gracia" de su oración, ella añadió: “y también ¿podrías, por favor, enviarnos una muñeca de juguete para la niña? Así ella puede ver que Tú realmente la amas."
Como sucede a menudo con las oraciones de los niños, yo fui sacudido por ella. ¿Podría yo decir amén honestamente? ¡Yo no creía que Dios pudiera hacer esto!


 Oh sí, yo sé que Él puede hacer todo; la Biblia lo dice así. Pero hay límites, ¿no es cierto? La única forma en que Dios podía contestar esta oración en particular, sería si alguien enviaba una en un paquete postal desde el exterior. Hacía ya casi 4 años que estaba en África y nunca había recibido un paquete así. 

Y si alguien enviaba uno ¿incluiría una bolsa de agua caliente? ¡Yo vivía sobre el Ecuador!

¡Arrojo la toalla…no puedo más!

Esforzaos y sed valientes; no temáis, ni tengáis miedo de ellos; porque Jehová tu Dios es el que va contigo; no te dejará ni te desamparará. (Deuteronomio 31: 6)
Durante diez años, Tomás Edison intentó construir una batería de almacenamiento de cargas eléctricas. Sus esfuerzos acabaron en gran medida con sus finanzas.
Cuentan sus biógrafos que en Diciembre de 1914, cuando Tomás ya no era precisamente un joven, se produjo un incendio espontáneo en su estudio. En unos minutos todos los compuestos empaquetados, discos, cintas y otras sustancias inflamables, ardieron en llamas.
Y aunque los bomberos vinieron de ocho pueblos circundantes, el intenso calor y la poca presión de agua, hicieron inútil el intento de apagar las llamas.
Todo quedó destruido. El daño sobrepasaba los dos millones de dólares; los edificios de cemento, considerados como construidos a prueba de fuego, estaban asegurados apenas por la décima parte de esa cantidad.
Charles, el hijo del referido inventor, buscó con desesperación a su padre de sesenta años,  temeroso de que la confusión, el desaliento o la depresión dañaran su ánimo. Sin embargo, lo encontró contemplando el fuego con una pasmosa y admirable serenidad.
A la mañana siguiente, Tomás Edison, mientras observaba las ruinas, exclamó: “Se puede sacar algo valioso de este desastre, pues significa que ardieron todos nuestros errores, y que gracias a Dios, podemos comenzar de nuevo”.
Según se sabe, tres semanas después del incendio, Tomas Edison se las ingenió para inventar el primer fonógrafo.
Querido amigo/a, en la vida cotidiana, ante las tragedias o los sufrimientos, cunde en nosotros el desánimo dispuesto a acabar con nuestros sueños.