“…Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo, Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras…” Jeremías 17:9-10
Cuando era un joven no cristiano, escuchaba una canción que decía que amigo solo había uno, y se llamaba “corazón”. Después de mucho tiempo, al leer este pasaje me doy cuenta que el autor de esa canción estaba equivocado. No es amigo, es engañoso y perverso. ¿Por qué? Porque nuestro corazón siempre está inclinado hacia el pecado.
No nací en un hogar cristiano, nadie en mi familia era cristiano, de hecho, nunca se oyó la palabra de Dios en casa. Lo que aprendí fue de la Universidad del mundo, guardé todo lo que el mundo me ofrecía en el corazón, y siempre creí que el corazón nunca me iba a fallar. Años después, veo que el que nunca me falló fue Jesús a pesar de mi condición.
Oigo decir de la gente “yo confío en mi corazón” o “hago lo que mi corazón dice”, y nunca han tenido un destino prometedor. El pueblo de Israel, el pueblo de Dios, el cual un día Dios lo sacó de la servidumbre, se apartaba más y más de su redentor. Israel se caracterizó por ser un pueblo rebelde y duro de cerviz, que siempre caía en la rutina de olvidar y abandonar a Dios.
Oigo decir de la gente “yo confío en mi corazón” o “hago lo que mi corazón dice”, y nunca han tenido un destino prometedor. El pueblo de Israel, el pueblo de Dios, el cual un día Dios lo sacó de la servidumbre, se apartaba más y más de su redentor. Israel se caracterizó por ser un pueblo rebelde y duro de cerviz, que siempre caía en la rutina de olvidar y abandonar a Dios.