martes, 9 de febrero de 2016

Solo en DIOS está la felicidad

“Hazme andar por el camino de tus mandatos, porque allí es donde encuentro mi felicidad.”
Salmos 119:35 (NTV).
La plenitud de cualquier persona se encuentra en DIOS. Jesucristo es la pieza que falta en el alma del ser humano, por lo que aquel que finalmente la tiene no debe buscar en nada ni en nadie más su felicidad. Nuestro Señor lo describió de esta manera:
“Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.” Juan 4:14.
Mientras Jesucristo more en el corazón del creyente, éste será saciado por DIOS mismo. No obstante, a menudo los creyentes permiten que los afanes y cargas que "vivir" trae consigo mermen su felicidad, enfocándose en lo que no se tiene. Pero cuando uno enfoca el corazón en lo más importante, en DIOS y en sus planes, las cargas y afanes son consumidos y se puede de nuevo ser feliz. El afán y la amargura son pesados, hacen pesada la vida, opacan la vista espiritual impidiendo ver a DIOS y sus bendiciones. Por lo que para encontrar de nuevo la felicidad uno tiene que pedir perdón por esos "desvíos" al SEÑOR y trabajar en tener un arrepentimiento auténtico. Cada vez que el creyente confiesa sus pecados a DIOS, encuentra alegría al estar a cuentas con el Altísimo por medio de Jesucristo, pues se le ha perdonado todo y es libre de culpa (Romanos 4:7).

Una Visita inesperada

La vida espiritual no se desarrolla en el plano de lo extraordinario, sino en el de lo ordinario.
Sin duda, la aparición del ángel de Jehová a Zacarías nos entusiasma mucho más que el testimonio sobre él y su esposa, que señala que eran intachables ante Dios. Ser intachable es poseer un carácter sin mácula, aplaudido por todos, pero dado que el camino para alcanzarlo es demasiado lento y trabajoso, no nos sentimos impulsados a recorrerlo. Influenciados por una cultura adicta a la adrenalina, y deseosos de sobrevivir, nos sentimos en la necesidad de sustentar nuestra devoción con dramáticas experiencias espirituales. 
Queremos sentir que Él nos ha tocado, que se ha movido en medio de nosotros o que hemos sido testigos de algún espectacular milagro. Para los que creen que de esto se trata la vida espiritual, recibir la visita de un ángel significaría, sin duda, "tocar el cielo con las manos".
Visita inesperadaMas el discípulo sabio convertirá en propia, la oración del salmista: Señor, mi corazón no es soberbio, ni mis ojos altivos; no ando tras las grandezas... Salmos 131;1

La experiencia de Zacarías, sin embargo, nos deja al menos tres importantes advertencias. En primer lugar, ocurrió mientras Zacarías ejercía su ministerio sacerdotal delante de Dios. Precisamente el contexto es lo que nos produce tantas dificultades, pues el "mientras" es aburrido. No obstante, ser fieles en la tarea que se nos ha confiado es una condición indispensable para acceder a proyectos mayores. En ocasiones esta fidelidad debe ser probada, como en el caso de Elizabeth y Zacarías, a lo largo de toda una vida. No está en nosotros acceder o no a proyectos mayores, sino que es una decisión exclusiva de Aquel en cuyas manos está nuestra vida.

Una segunda advertencia la encontramos en la reacción de Zacarías: se turbó, y el temor se apoderó de él. La aparición del ángel no resultó una experiencia agradable, tal como la imaginamos si nos ocurriera algo similar a nosotros. De hecho, un recorrido por las Escrituras revelará que esta reacción de temor es común en todas las personas que recibieron una visita celestial. Cada una de ellas, sintió un profundo miedo ante algo que cae radicalmente, fuera del ámbito de nuestra existencia cotidiana. La verdad es que no poseemos la capacidad de movernos con naturalidad dentro de este plano, porque la fragilidad de nuestra condición humana no puede soportar más que la más tenue manifestación de lo Alto.

¿Qué se necesita para que todo salga bien?

La clave de la victoria para todo hombre es la Palabra de Dios. Debemos observar cuidadosamente, que Dios tenía que preparar espiritualmente a Josué no solo para que conquistara Canaán, sino para que además fuera ejemplo para las futuras generaciones que vivirían en la tierra prometida. Cuando analizamos esto, observamos una clara indicación de necesidad. Queridos hermanos, tenemos necesidad de que Dios nos ayude a que todo nos salga bien, a pesar de las pruebas y dificultades que tenemos en el diario vivir. Dios quiere decirnos algo en estas circunstancias, y es que todo se logra en base a la Palabra, y con Dios lo lograremos.
A. Se necesita no apartar la Palabra de nuestra boca. (Deuteronomio 30:14)
Debo repetirla (Deuteronomio 6:6-7)
Debo declararla siempre (Salmos 119:130)
Muchas veces tenemos temor de hablar de Dios a otras personas.
a) Temor al que dirán.
b) Temor a perder el empleo y las amistades.

Vivir cada día con Dios

Cuando venimos a Cristo, la barrera entre nosotros y Dios se cae, y Dios mismo vive en nosotros por medio de Su Espíritu Santo. En otras palabras, entonces conocemos a Dios y Él a nosotros. Consideremos esto: ¡Tenemos una relación personal con el Dios del universo!
Pero al igual que cualquier otro tipo de relación, tiene que ser alimentada y fortalecida. Si no es así, se enfriará y se acabará; Dios nos parecerá lejano, y ya no pensaremos en Él como nuestro amigo. Podríamos incluso ir a la deriva con comportamientos que no LE honran y nos llevan a la destrucción. La Biblia advierte: “No amen al mundo ni nada de lo que hay en él. Si alguien ama al mundo, no tiene el amor del Padre” (1 Juan 2:15).
Desechemos valores mundanos como la avaricia, la lujuria y la obsesión por el estatus de cada uno, y abracemos valores divinos que incluyen servir y amar a los demás, la humildad....
¿Cómo podemos aprender a hacer la voluntad de Dios, a caminar con Él todos los días? Pensemos en una amistad humana: ¿Cómo nos acercamos a alguien en este nivel humano? Pasando tiempo con esa persona, hablando, escuchando, compartiendo inquietudes y ofreciendo una mano cuando él/ ella necesita ayuda.
Pues lo mismo es cierto con Dios. Cuando leemos o escuchamos Su Palabra, la Biblia, Él nos habla. Cuando oramos, hablamos con Él. Y cuando lo adoramos y obedecemos, estamos haciendo su voluntad y participando en su obra.