lunes, 9 de noviembre de 2015

Ya No Tengo Tiempo

Al llegar a mis sesenta y... tantos años, leyendo la Biblia tropecé con este verso:
¡Setenta son los años que se nos conceden! Algunos incluso llegan a ochenta.
 Pero hasta los mejores años se llenan de dolor y de problemas; pronto desaparecen, y volamos. Salmos 90:10 Medité… reflexioné, y me dí cuenta que ya no tengo mucho tiempo. Ese mismo día me encontré con este escrito:
“Conté mis años, y descubrí que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante que el que viví hasta ahora…
Me siento como aquel chico que ganó un paquete de golosinas: las primeras las comió con agrado, deprisa, sin ninguna preocupación, pero cuando percibió que quedaban pocas, comenzó a saborearlas profundamente.
Ya no tengo tiempo para reuniones interminables, en las que se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada.
Ya no tengo tiempo para soportar a personas absurdas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido.
Ya no tengo tiempo para lidiar con mediocridades.
 No quiero estar en reuniones donde desfilan egos inflados.
 No tolero a manipuladores y ventajistas.
Me molestan los envidiosos que tratan de desacreditar a los más capaces, para apropiarse de sus lugares, talentos y logros.
Detesto, si soy testigo, de los defectos que genera la lucha por un majestuoso cargo.
 Las personas no discuten contenidos, solo los títulos.
Mi tiempo es escaso como para discutir títulos.

El agradecimiento en tiempos difíciles

El día que le dijeron a Donna Lott que entregara las llaves de su coche, su vida cambió para siempre. Siendo ciega, ya no podía ir al supermercado, ni al colegio de sus hijos ni a las casas de sus amigos, a menos que su esposo u otra persona la llevaran. Tenía solamente 35 años.
Mi amiga Donna, una activa madre y esposa, había estado perdiendo gradualmente la vista por la enfermedad llamada retinitis pigmentaria (RP). Mientras luchaba por aceptar lo que significaba su diagnóstico, comenzó a tener dificultades para cocinar y limpiar, arreglarse el cabello y maquillarse, y finalmente, para identificar los rostros de sus hijos. Hoy, la iluminación en muchos ambientes, ya sea de un restaurante, de una tienda, o de la iglesia, es para ella un problema. Programas especiales de informática la ayudan a leer, incluidos correos electrónicos, a escribir, a estudiar, pero los ojos se le fatigan rápidamente.

El resultado, verdaderamente sorprendente de su experiencia, es que a medida que la visión de Donna se volvía más débil y más distorsionada, su agudeza espiritual se acentuó. Su tiempo con el Señor se volvió más significativo al clamar a Él y comenzar a percibir su amor con más claridad, sintiendo su propósito al permitir que sufriera de esa manera. Hasta en los días que no podía imaginar cuál podía ser el propósito, le daba gracias por lo que estaba sucediendo.
-¿Quieres decir, en ese mismo momento?
Sí, la Biblia nos manda dar gracias siempre. 

“Bendeciré al Señor en todo tiempo”, escribió el salmista (Salmos 34.1). Y el apóstol Pablo se hizo eco de ese sentimiento en su primera carta a los Tesalonicenses, cuando dice: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5.18). Por difícil que esto pueda ser de aceptar, “en todo” significa en los momentos buenos y malos, incluso cuando no tengamos ganas de hacerlo. Es fácil dar gracias cuando se tiene un matrimonio sólido, buenos hijos y dinero en el banco. Pero, ¿qué pasa cuando el matrimonio se desploma, cuando los hijos se vuelven rebeldes o escasea el dinero?
Cuando vienen tiempos difíciles, podemos elegir dar la espalda a Dios. Pero el endurecimiento de nuestro corazón hacia Él por la ira o el rechazo, afectará a nuestra capacidad para afrontar el sufrimiento de una manera provechosa, lo que hará difícil escuchar su voz y recibir consuelo y fortaleza. La gratitud es la puerta que tenemos que atravesar para ser, cada vez más, conscientes de la bondad del Padre celestial en medio de nuestras circunstancias difíciles. Tenemos que practicar la disciplina de dar gracias, aún más en los momentos difíciles, porque al hacer esto Dios no solo transforma al sufrimiento, sino que también nos transforma a nosotros.

Caminando por la cuerda floja

“No temas, porque no serás avergonzada. No te turbes, porque no serás humillada. Olvidarás la vergüenza de tu juventud, y no recordarás más el oprobio de tu viudez. Porque el que te hizo es tu esposo; su nombre es el Señor Todopoderoso. Tu Redentor es el Santo de Israel; ¡Dios de toda la tierra es su nombre!”
(Isaías 54: 4-5 NVI)
Después de algún tiempo de amistad, 7 años y medio de un buen noviazgo y otros siete años y medio de un mal matrimonio, había sido inscrita en la asociación de suicidas frustrados, a causa de una decepción amorosa que abatía mi alma. Mi necedad y su pecado, llevaban al abismo los sueños mutuos construidos dentro de nuestro proyecto de vida como pareja y como familia.
Después de cuatro infidelidades comprobadas, faltas de respeto continuas, y la muerte sistemática y progresiva del amor que un día nos había unido, fortalecida en mi Dios, me declaraba sobreviviente del divorcio, anhelando otra oportunidad para retomar mi sueño de ser esposa y mamá, dentro del plan divino de Dios.
En un estado de soledad, profunda tristeza, humillada, despreciada y rechazada, con el corazón partido en mil pedazos y sin esperanza, me encontraba hace 11 años esperando que un milagro ocurriera en mi vida.
Recibí a mi Señor, y supe a través de la promesa contenida en Isaías 54, que jamás estaría sola, que mi anhelo de ser esposa era una realidad, porque allí estaba Él, ofreciéndome felicidad a cambio de depender únicamente de Él y no de un simple mortal.
El Señor prometió que no sería humillada ni avergonzada, y que habría de ser llamada a sentir su profundo amor y su compasión. Antes le había fallado a Dios, mi desobediencia y auto-bendición, hicieron que ignorara que sus planes eran más altos que los míos. Se habían generado eslabones de maldición para mí y mis hijas, a causa de mis actos faltos de sabiduría.
El  caso es que con el divorcio había quedado devastada, mi reflejo en el espejo era el de una mujer amargada, y totalmente hundida por el dolor. Aunque mis hijas, eran mi acicate, mi motivo para levantarme y nadar en contra de la corriente, hubo algo que jamás pensé iba a tener que vivir, pero que me dejó el mejor regalo que alguien haya podido dar, mi Amigo, mi Confidente fiel, mi Compañero de vida, Aquel que me dijo que nunca volvería a apartar su mirada de mí y que con su amor, restauraría mi existencia para que yo pudiera experimentar el amor verdadero, siendo salvada y rescatada de las tinieblas.

Gozo inefable

Jesús… por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Hebreos 12:2.
“Estas cosas os he hablado, dijo Cristo, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido”. Juan 15:11.

Cristo tenía siempre presente el resultado de su misión. Su vida terrenal, cargada de penas y sacrificios, era alegrada por el pensamiento de que su trabajo no sería inútil; dando su vida por la vida de los hombres, iba a restaurar en la humanidad la imagen de Dios. Iba a levantarnos del polvo, a reformar nuestro carácter conforme al suyo y embellecerlo con su gloria.
Cristo vio “del trabajo de su alma” y fue “saciado”. Tuvo en cuenta lo dilatado de la eternidad, y vio, de antemano, la felicidad de aquellos que por medio de su humillación recibirían perdón y vida eterna. Fue herido por sus transgresiones y quebrantado por sus iniquidades. El castigo que les daría paz, fue sobre Él, y por sus heridas, fueron sanados. Él oyó el júbilo de los rescatados, que entonaban el canto de Moisés y del Cordero. Aunque había de recibir primero el bautismo de sangre, aunque los pecados del mundo iban a pesar sobre su alma inocente y la sombra de un indecible dolor se cernía sobre Él, por el gozo que le fue propuesto, escogió sufrir la cruz y menospreció la vergüenza.

Transportado de dicha, (Adán) contemplaba los árboles que una vez fueron su delicia, los mismos árboles cuyos frutos recogiera en los días de su dicha e inocencia. Veía las vides que sus manos cultivaron, las mismas flores que se gozaba en cuidar en otros tiempos. Y entonces, su espíritu abarca toda la escena; comprende que en verdad, este es el Edén restaurado, y que es mucho más hermoso ahora que cuando él fue expulsado.

Al fin “verán su rostro y su nombre estará en sus frentes”. Apocalipsis 22:4. ¿Qué es la felicidad del cielo si no es ver a Dios? ¿Qué mayor gozo puede obtener el pecador, salvado por la gracia de Cristo, que el de mirar el rostro de Dios y conocerle como Padre?