viernes, 6 de noviembre de 2015

La Confirmación de la gracia de Dios

“He aquí vienen días, dice Jehová, en que yo confirmaré la buena palabra que he hablado a la casa de Israel y a la casa de Judá.” Jeremías 33:14
En medio de la deportación, la situación personal de cada israelita era caótica. Estaban viviendo como esclavos en otro país, eran obligados a servir contra su voluntad a otros amos y no entendían el idioma. Y para colmo, sabiendo que todo lo que estaban sufriendo era consecuencia de sus malas decisiones. Ellos no podían echarle la culpa a nadie de sus problemas.
Era una situación muy angustiosa y complicada, y no tenían esperanza de solucionarla en un corto plazo. Es angustioso padecer una realidad triste sin solución, desanima, nos hace bajar los brazos, nos quita las ganas de vivir. Deprime pensar en vivir cada día con semejante peso sobre los hombros.
Quizá nunca te pasó, pero si lo padeciste, tal vez puedas comprender como se sentían aquellos israelitas en el exilio; desmotivados, agotados y vencidos. Si sufriste o estás sufriendo una situación similar y tu realidad cotidiana es triste o devastadora, Jeremías tiene para nosotros un gran alivio de parte de Dios.
Los israelitas no merecían la bendición de Dios sino su castigo. Al igual que nosotros, sus actos y pecados los habían alejado de la comunión con Dios, y su orgullo los había hecho caer por la pendiente de sus propios caminos. Sin embargo, la Gracia de Dios se seguía manifestando. Y para ellos, Jeremías les confirma que Dios es justo y que es amor, les garantiza la restauración.

La Fe de Un Niño

Un domingo escuché a Miguel hablar acerca de su relación con sus dos padres, el que lo crío cuando era niño y su Padre en el cielo.
Primero describió su confianza, como niño hacia su padre terrenal, como “sencilla y sin complicaciones”. Esperaba que su papá arreglara lo que se había roto y le diera consejos. Sin embargo, le aterraba la idea de no complacerle, porque a menudo olvidaba que el amor y el perdón siempre venían a continuación.
Miguel continuó: “Hace algunos años causé todo un enredo y herí a muchas personas. Por mi culpa, acabé con una relación feliz y sencilla con mi padre celestial. Olvidé que podía pedirle que arreglara lo que yo había roto y buscar su consejo”.
Pasaron los años. Finalmente, Miguel tuvo una necesidad desesperada de Dios, pero se preguntaba qué hacer. Su pastor simplemente dijo: “Dile a Dios que lo lamentas, ¡y hazlo en serio!”
En vez de ello, Miguel hizo preguntas complicadas, como: “¿Cómo funciona esto?” “¿qué pasaría si…?”
Finalmente, su pastor oró: ” Dios, por favor, ¡dale a Miguel la fe de un niño!” Más tarde, Miguel dio un testimonio gozoso: “¡El Señor lo hizo!”
Miguel encontró la intimidad con su Padre celestial. La clave para él y para nosotros es practicar la fe sencilla y sin complicaciones de un niño. Porque,...
... La fe brilla con mayor fulgor en un corazón de niño.
De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Mateo 18:3

Cristiano, ¿quién eres?

“ÉL FORMÓ EL CORAZÓN DE TODOS ELLOS…” (Salmo 33:15)

La probabilidad de que alguien exista o haya existido con las mismas características genéticas que las tuyas es cero, a menos que seas uno de dos gemelos totalmente idénticos. No eres simplemente un ladrillo más en un muro u otro clavo más en la caja de herramientas de un carpintero. Dios te formó y te hizo (Isaías 43:7). Eres el único “tú” que Él creó, de manera que si fracasas siendo quien eres, su reino no se beneficiará de tu aportación personal. No eres tus padres, ni tu tío Juan, ni tu tía Manuela ni nadie que hayas intentado imitar. Está bien aprender de los demás, pero siempre debes ser lo que el Señor te llamó a ser. La Biblia dice: “…cada uno someta a prueba su propia obra…, porque cada uno cargará con su propia responsabilidad” (Gálatas 6:4-5).

La cuestión es: ¿Quién eres? Antes de responder, debes preguntarte a ti mismo lo siguiente: ¿Cuáles son mis cualidades? ¿Me gusta trabajar con ordenadores, con coches, o con animales? O quizá seas un experto en dirigir a las personas, o mañoso, o bueno con las finanzas. Pablo dijo: “…somos hechura suya…” (Efesios 2:10). Hay ciertas tareas que te son fáciles y te preguntas por qué otros no son capaces de hacerlas. Si es así, esto revela tus cualidades personales y la misión que Dios te ha dado en la vida. Él dijo de Bezaleel: “…lo he llenado… en sabiduría… para inventar diseños, para trabajar en oro, en plata y en bronce, para labrar piedras y engastarlas, tallar madera…” (Éxodo 31:3-5). Una vez que hayas identificado lo que da brillo a tus ojos y lo que hace que tu pulso se acelere, ¡ve a por ello! “Que tus ojos miren lo recto y que tus párpados se abran a lo que tienes delante” (Proverbios 4:25-27).

Solía ser

Sus vecinos y los que lo habían visto pedir limosna decían: ¿No es éste el que se sienta a mendigar? Juan 9.8 
Hermosa historia en la que encontramos a alguien que tuvo una experiencia que le cambió la vida con la presencia de Jesús. Antes de estar cara a cara con Él era de una manera, pero después de estarlo fue de otra. Como él.....nosotros “solíamos” ser aquello y ahora somos esto otro. Hay un gran significado envuelto en esa palabra “solía.” Describe la acción o la relación de sucesos que eran hechos repetidamente, o que existieron por un tiempo en el pasado. 
Lo que estaba en el pasado. El hombre de esta historia, en su ceguera solía sentarse a mendigar, y ahora... ya no es ni ciego ni mendigo. Ahora y después, en el futuro, él puede contarle a la gente lo que solía ser y hacer antes de estar cara a cara con Jesús, y puede contarle a la gente cómo Jesús cambió su vida y cómo ve las cosas ahora, en el presente. Una vez que la gente escuche las historias sobre su pasado, podrán ver las obvias diferencias con el presente. Será visto como un hombre cambiado.
Todos tenemos un pasado lleno de cosas que hicimos, además de lo que fuimos, cosas que no son ni buenas ni saludables. Y es normal que nos preguntemos cómo contaremos esas historias y las palabras que usaremos para contarlas. Es una interrogante cómo ve la gente nuestro pasado en comparación a nuestro presente. ¿Cómo expresamos nuestras historias? Podemos decir, “solía emborracharme y pelear”, o “solía acostarme con cualquiera” o “solía herir a los demás por mi egoísmo”. Pero no podemos usar la palabra “solía” para las cosas negativas de nuestro pasado, cuando esas cosas aún nos están aconteciendo.