jueves, 29 de octubre de 2015

El gozo de tu presencia

Porque grande es el Señor, y digno de suprema alabanza; temible sobre todos los dioses (Salmo 96:4).

Inline image 1La finalidad principal del ser humano es glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre, expresa el Catecismo de Westminster. Gran parte de las Escrituras invitan a dar gracias y adorar abundante y alegremente al Dios vivo. Cuando honramos al Señor, estamos celebrando que Él es la fuente de donde fluye toda bondad.

Cuando alabamos al Señor de corazón, con gozo, experimentamos la condición para la que fuimos creados. Tal como un hermoso atardecer o un pacífico paisaje pastoral apuntan a la majestad del Creador, así también, la adoración profundiza nuestra comunión espiritual con Él. El salmista declaró: Grande es el Señor, y digno de suprema alabanza (…). Cercano está el Señor a todos los que lo invocan (Salmo 145:3, 18).


Alabanza coherente

"No toquéis a mis ungidos, ni hagáis mal a mis profetas." (Salmo 105:15)

El salmista hace un balance de la historia de Israel en este salmo, y alaba al Señor por ello. Es importante e imprescindible alabar al Altísimo por lo que nos ha permitido vivir, no como un ejercicio de añoranza sino de agradecimiento; dice el refrán castellano que "es de bien nacidos ser agradecidos".
Ahora bien, la alabanza no es un acto espiritual en una vida carnal, sino que es la consecuencia de una trayectoria de vida espiritual. ¡Con qué poco podemos difamar a un siervo del Señor! ¡Qué sencillo es tocar a un ungido del Señor y luego seguir como si nada hubiese ocurrido!. Un creyente que habla mal de un siervo de Dios es un cristiano que tiene asegurada que su alabanza será escuchada por él mismo y por los que le aplauden, pero tiene la misma seguridad en que el Señor no le escuchará sino que le castigará.
Tomar de los símbolos del pan y el vino no es solamente una evidencia de que somos bautizados en Cristo, sino la exteriorización de que nuestra lengua está controlada por el poder del Espíritu Santo, y esa fuerza divina nos impide "tocar", aunque sea "cristianamente", a aquellos que están sirviendo al Señor completa o parcialmente.
Es realmente interesante, que el capítulo bíblico usa con frecuencia el pasado pero la frase está en tiempo presente. ¡Cuidado!, no nos fiemos de lo que sucedió tiempo atrás y nos olvidemos del momento presente.

Si una persona es realmente ungida y atentamos de alguna forma contra ella, tengamos por cierto que el Señor recuerda perfectamente toda palabra que sale de nuestra boca. Si la persona no es realmente ungida, dejemos que sea el Altísimo quien le juzgue y no nosotros; de esa manera dejaremos que el Señor cumpla sus sentencias y nuestra paciencia crecerá.


La casa de los mil espejos

En un pueblo de un país lejano había una casa abandonada por muchísimo tiempo, tanto, que ninguno de sus habitantes afirmaría que al nacer, la casa no estaba. En cierta oportunidad, un perrito, al ver que podía entrar a su interior, decidió refugiarse del fuerte sol implacable que castigaba a la aldea. Se sorprendió mucho cuando se encontró con mil perritos que, como él, movían la cola. Ladró, y los mil perritos también ladraron, dio un salto y los otros también saltaron. Se acercó un poco levantando las orejas, y ellos hacían lo mismo. Todo le causaba mucha gracia, ladró alegremente y los mil perritos hicieron lo mismo, hasta que decidió regresar con su amo. 
Lo pasé súper bien con ellos, voy a volver otro día para jugar, dijo. A los pocos días, otro perrito se las arregló para entrar, y al verse rodeado de tantos perritos iguales a él, ladró frenéticamente mostrando sus dientes, y los demás hicieron lo mismo. Quiso abalanzarse sobre uno de ellos, gruñendo y mostrando en su cara lo malo que era, y no le quedó más remedio que salir huyendo porque todos juntos hicieron lo mismo, provocándole terror. Al salir, dijo: -Nunca más volveré a entrar ahí, con esos perros es mejor no tratar. En el frontis de la casa había un letrero que decía, “La casa de los mil espejos”.

El malo, por la altivez de su rostro, no busca a Dios; no hay Dios en ninguno de sus pensamientos. Salmos 10:4. El corazón alegre hermosea el rostro; mas por el dolor del corazón el espíritu se abate. Proverbios 15:13.

Le agrada a Dios

¿Qué espera Dios que hagamos con los adultos mayores? A Dios le agrada que seamos responsables, que correspondamos a nuestros padres y abuelos cuidándolos y ayudándolos a vivir decentemente.

La señora López, de setenta años, vivía entre la basura, en un terreno que no le pertenecía, con sus treinta perros y veinte gatos. Había vivido así durante años y así quería seguir. Únicamente se mudaría si la aceptaban con todas sus mascotas.

Esa señora enfermó de soledad, según el médico. En su tristeza, sacó de la calle uno por uno, a aquellos perros y gatos, animales que vivían en un ambiente sucio, desordenado, lleno de pulgas y malos olores.

Algunas personas mayores, cuando sienten soledad, guardan cosas inservibles o animales como sus únicas posesiones. El esposo de aquella señora había fallecido y sus hijos la habían abandonado. Uno de ellos le quitó la casa y la vendió; a los otros, hacía tiempo que no los veía. El señor Martínez, un vecino, ante esta situación, le había dado permiso de vivir en su terreno. Ahora, ya hacía tres meses que el buen señor Martínez había fallecido y su familia quería el terreno. ¿Adónde iría a vivir la señora López?

Eso es precisamente lo que nunca debería suceder con los ancianos de tu familia, ¿no te parece? Con las viudas, tampoco. Seguramente ahora no podrías mantener a tus padres, abuelos o algún ancianito que conoces, pero sí puedes aprender la lección para ayudarlos en algo que necesiten. Sostén su brazo al bajar las escaleras, acércales un vaso de agua, regálales un chocolate o algo que ellos disfruten, escríbeles una nota y ora por su salud al lado de su cama...

Tú conoces a Dios y sabes lo que le agrada. Ayuda a algún anciano o viuda que conozcas. No tienen por qué estar tristes si tú estás cerca de ellos.
Si una viuda tiene hijos o nietos, ellos son quienes primero deben aprender a cumplir sus obligaciones con los de su propia familia y a corresponder al amor de sus padres, porque esto agrada a Dios (1 Timoteo 5:4)