domingo, 11 de octubre de 2015

Un Hombre más grande

He estado meditando profundamente en las características que hacen a un hombre grande, porque he visto varios anuncios publicitarios en los que promocionan pastillas para la impotencia sexual o el aumento en su frecuencia. Y me parece totalmente ilógico, irracional y... superficial que midan la grandeza de un hombre de acuerdo al tamaño de su pene o de acuerdo a su calvicie.
Personalmente, pienso que a un hombre no lo hace más grande el tamaño de su pene, ni su estatura ni su belleza. Tampoco cuánto presuma de ser fuerte, ni la popularidad que pueda tener. No lo hace más viril el número de mujeres que haya llevado a su cama, ni tampoco lo hace más firme el hecho de que predomine sobre su mujer. A un hombre no lo hace grande ni su billetera, ni su coche, ni las mansiones o posesiones que pueda tener.
La grandeza de un hombre está en lo inmenso de su corazón y en la pureza de sus sentimientos. En la fuerza interna, que a diario encuentra, para luchar por ser mejor con él mismo y con los demás. En la integridad con que realiza las cosas que hace. En el empeño que pone para darle lo mejor a su familia, amigos y seres queridos. Lo hace grande la sabiduría que aplica para tomar las mejores decisiones, y la inteligencia que posee para saber discernir lo bueno de lo malo. Lo hace grande el trabajo que ejerce, sin importar cuál sea, y el sacrificio que entrega muchas veces por amor.

Noches efímeras

En esta madrugada tan densa pienso en las vidas que hoy están pasándola complicada. ¿Qué efecto tiene la oscuridad en nosotros? ¿Por qué la asociamos con dificultades? La noche “alarga el tiempo”, se vuelve eterna y trae consigo todos los temores propios de la incertidumbre de ser privados de la visión. En esa condición de ceguera, el oído se agudiza y amplifica cualquier ruido que la mente lo emparenta con nuestros más profundos temores. El crujido de las ramas, los sonidos inesperados… se disfrazan de maldad y alimentan la angustia. La noche es hora de incertidumbres… y en este contexto leo Isaías 9:1. Sin embargo, este tiempo de oscuridad y de desesperación no durará para siempre.
Quizá solo se deba interpretar como un detalle sin gran trascendencia, pero me alienta saber que hay un  límite para la oscuridad y la desesperación.
En la Antártida, como en el Ártico, hay noches que duran seis meses…, pero llega el día 181 y uno sabe que le queda poco a esa oscuridad que parece eterna. La noche más larga tiene fecha de vencimiento. En algún momento viene el día. “No habrá siempre oscuridad” dice la versión RVR 60.
Isaías está viendo la venida del Mesías a la tierra que entonces está siendo angustiada. Pasarán siglos pero un día se mudará a sus riberas el Hijo de Dios, y “el pueblo sumido en oscuridad verá una gran luz” Isaías 9;2. Serán siglos de transformación, siglos de sumisión, pasarán imperios, pero la oscuridad no durará para siempre.
Qué bueno es saber lo que declara el Salmo 30:5. El llanto puede durar toda la noche, pero a la mañana vendrá el grito de alegría.
El reloj de la oscuridad está en cuenta regresiva. Hay un momento en que el dolor se va, que la prueba termina, que la tentación amaina, que el llanto se seca y que el sol sale. En la noche todos ellos parecen ser interminables… pero no habrá oscuridad para siempre.
Hoy le doy una orden a mi alma de que se aliente en esta verdad, luego… viene la respuesta a mi oración, viene la promesa demorada, viene el sueño no concretado, viene lo esperado durante tanto tiempo.
Centinela, ¿cuánto queda de la noche? Centinela, ¿cuánto falta para que amanezca?(Isaías 21:11).

El agradecimiento en tiempos difíciles

El día que le dijeron a Donna Lott que entregara las llaves de su coche, su vida cambió para siempre. Al haber sido declarada ciega, ya no podía ir al supermercado, ni al colegio de sus hijos, ni a las casas de sus amigos, a menos que su esposo u otra persona la llevaran. Tenía solamente 35 años.
Mi amiga Donna, una activa madre y esposa, había estado perdiendo gradualmente la vista por la enfermedad llamada retinitis pigmentaria (RP). Mientras luchaba por aceptar lo que significaba su diagnóstico, comenzó a tener dificultades para cocinar y limpiar, arreglarse el cabello y maquillarse, y finalmente, para identificar los rostros de sus hijos. Hoy, la iluminación en muchos ambientes, ya sea de un restaurante, de una tienda, o de la iglesia, es para ella un problema. Programas especiales de informática la ayudan a leer, incluidos correos electrónicos, a escribir, a estudiar, pero los ojos se le fatigan rápidamente.
El resultado, verdaderamente sorprendente, de su experiencia, es que a medida que la visión de Donna se volvía más débil y más distorsionada, su agudeza espiritual se acentuó. Su tiempo con el Señor se volvió más significativo al clamar a Él, y comenzar a percibir su amor con más claridad, sintiendo su propósito al permitir que sufriera de esa manera. Aun en los días que no podía imaginar cuál podía ser el propósito, le daba gracias por lo que estaba sucediendo.
-¿Quieres decir, en ese mismo momento?
Sí, la Biblia nos manda dar gracias siempre. “Bendeciré al Señor en todo tiempo”, escribió el salmista (Salmos 34.1). Y el apóstol Pablo se hizo eco de ese sentimiento en su primera carta a los Tesalonicenses, cuando dice: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5.18). Por difícil que esto pueda ser de aceptar, “en todo” significa en los momentos buenos y malos, incluso cuando no tengamos ganas de hacerlo. Es fácil dar gracias cuando se tiene un matrimonio sólido, buenos hijos y dinero en el banco. Pero, ¿qué pasa cuando el matrimonio se desploma, cuando los hijos se vuelven rebeldes o escasea el dinero?
Cuando vienen tiempos difíciles, podemos elegir dar la espalda a Dios. Pero el endurecimiento de nuestro corazón hacia Él por la ira o el rechazo, afectará a nuestra capacidad para afrontar el sufrimiento de una manera provechosa, lo que hará difícil escuchar su voz y recibir consuelo y fortaleza. La gratitud es la puerta que tenemos que atravesar para ser, cada vez más, conscientes de la bondad del Padre celestial en medio de nuestras circunstancias difíciles. Tenemos que practicar en la disciplina de dar gracias, aún más en los momentos difíciles, porque al hacer esto Dios no solo transforma al sufrimiento, sino que también nos transforma a nosotros.

Carácter cristiano

“La ley del Señor es perfecta: infunde nuevo aliento. El mandato del Señor es digno de confianza: da sabiduría al sencillo. Los preceptos del Señor son rectos: traen alegría al corazón.” Salmo 19:7-8
Desde que el hombre existe, ha diseñado leyes o normas para poder vivir en sociedad. Cada grupo humano, tribu, pueblo o nación ha determinado cuales eran sus reglas de conducta social para poder tener cierto orden. Podrían o no estar de acuerdo con ellas, pero debían ser respetadas. Pero cuando las leyes las dicta alguien sin moral, la consecuencia es una ley sin moral.
Por eso la gran virtud que trajo el siglo veinte, fue la imposición de representantes del pueblo en la determinación de las leyes. Antes de eso, eran los reyes o monarcas o los nobles quienes definían las normas. Y solo les servían a ellos. Como desconocían o no les interesaba la realidad de las personas del pueblo, las ordenanzas siempre eran subjetivas.
En definitiva, las leyes hablan del carácter de quien las escribe. Y al releer este salmo, pude recordar el porqué de tantos mandamientos de la Biblia. Hay quienes piensan que ser cristiano es aburrido porque se vive con múltiples prohibiciones. Y que las leyes de Dios son coercitivas para la libertad individual, como si se viviera en un continuo “no se puede, está prohibido, no lo hagas”, cuando todos los demás seres humanos se divierten, y disfrutan de la vida.