miércoles, 2 de septiembre de 2015

Grado de implicación real del cristiano en su Iglesia

La vida cristiana es una tremenda y dulce experiencia. Es un crecimiento continuo. Dios quiere que crezcamos, que nuestra vida cristiana no pare de crecer. Para ello debemos tener muy en cuenta, es fundamental, que no debemos ser únicamente oidores de la dulce y maravillosa Palabra de Dios, sino hacedores de la misma. 
Si alguno es oidor de la palabra de Dios pero no hacedor de ella, es semejante al hombre que considera su rostro, natural en un espejo; él se considera a sí mismo como natural y se va, y pronto olvida cómo era. Pero el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace. Santiago 1:23-25 
La vida cristiana no es un evento sino una evolución continua, un proceso. Vemos que en ella hay tres niveles de crecimiento cristiano. Se va avanzando en ellos según el grado de implicación del cristiano mismo. Vemos, a modo de demostración, en Lucas 5, que Inicialmente, el Señor ministró a orillas del lago de Genesaret. 

-1º nivel: Todos comenzamos en la orilla y le conocemos a Jesús. Es en la orilla donde Dios toca nuestra vida. Pero Dios no quiere que sigamos siempre en la orilla. Las cosas importantes suceden más allá de la misma. La Biblia dice que había mucha gente alrededor de Él. Jesús estaba predicando y la gente, en este 1º nivel, simplemente oía. Estaban ahí para, simplemente, entretenerse y olvidarse de todos los problemas. Por lo tanto, aún no había ningún compromiso, incluso había cierta desidia, cierta falta de interés en lo que Dios decía. El poco interés que había, era por el beneficio personal en que Cristo hiciera un milagro por ellos, lo que solo demuestra el egoísmo personal de cierta gente. Pero eso no es todo en la vida cristiana. 

-2º nivel: La Biblia dice que, después, Él entró en una barca y se retiró un poco más alejado de la orilla y comenzó a enseñar. Ya no estaba predicando, ahora estaba enseñando. En la predicación se necesitan oyentes, mas en la enseñanza se precisan discípulos, y un discípulo necesita practicar lo que se le instruye, tiene algo que hacer en la Obra de Dios. En este nivel hacemos, o sentimos más o menos habitualmente, la lectura de la Palabra de Dios, la oración, el tiempo devocional con Dios y la comunión (congregación) con nuestros hermanos en Cristo. Los discípulos, en este 2º nivel, estaban atareados limpiando las redes pero se sentían frustrados. Habían estado pescando toda la noche pero no habían atrapado nada. En la vida actual, es como si trabajamos con denuedo y no vemos el fruto de nuestro trabajo. Así se sentían los discípulos. Y en medio de ese ambiente el Señor les invitó a ir al 3º nivel. Es en este nivel donde algo grande sucede.

La victoria es nuestra

Nuestro mayor enemigo es la muerte, conlleva un cierto temor. La Biblia dice que “el aguijón de la muerte es el pecado,” y desde el día en que la primera pareja puso a su hijo en una tumba, la gente ha temido a la muerte. Es como un gran monstruo misterioso cuyos largos dedos helados hacen que muchos se estremezcan aterrorizados.
La historia atestigua, de forma unánime, que la muerte es inevitable. Las generaciones van y vienen, y cada generación ha puesto sus muertos en la tumba.
La Biblia relaciona la muerte con el pecado, dice que “como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” Romanos 5:12
Por nuestra parte, procuramos mejorar la vida mediante fórmulas químicas en los laboratorios de todo el mundo. Pero hasta que la ciencia no encuentre una solución definitiva para el problema de la muerte, aunque los científicos descubrieran un secreto que prolongara la vida terrenal, solo se conseguiría extender más nuestro tiempo de tristeza y aflicción.
Cientos de filósofos de todas las épocas han procurado escudriñar más allá del velo de la muerte. Sus especulaciones llenan volúmenes y volúmenes respecto a las posibilidades de vida más allá de la tumba.
Pero la muerte alcanza a los ricos y pobres, a los instruidos e ignorantes. No hace distinción de raza, color ni credo. Sus sombras nos acechan día y noche. Nunca sabemos cuándo llegará el momento temido. Procuramos disimular el desastre adoptando un seguro de vida, incluso hemos inventado otros mecanismos para hacer más cómodos nuestros últimos días; pero siempre está presente la dura realidad de la muerte.
Muchos nos preguntamos: ¿Hay alguna esperanza? ¿Hay alguna puerta de escape? ¿Hay alguna posibilidad para la inmortalidad?
No vamos a ir a un laboratorio científico, ni al aula de un filósofo ni a la oficina de un psicólogo. En su lugar, vamos a ir a la tumba vacía de José de Arimatea. María, madre de Jacobo, María Magdalena y Salomé habían ido a la tumba para ungir el cuerpo del Cristo crucificado. Pero ellas se sorprendieron al ver la tumba vacía. Un ángel se puso a un lado del sepulcro y les dijo: “Buscáis a Jesús nazareno.” Luego añadió: “Ha resucitado, no está aqui.”
Esa fue la mayor noticia que el mundo haya oído. ¡Jesucristo había resucitado de entre los muertos, como lo había prometido!
La resurrección de Jesucristo es la verdad principal de la fe cristiana. Ésta descansa en la raíz misma del evangelio. Sin fe en la resurrección no puede haber salvación personal. La Biblia dice: “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.” Romanos 10.9 Tenemos que creer esto, o nunca podremos ser salvos.

Domina tu Lengua. Una pequeña chispa puede causar un gran incendio

Días atrás, charlando con mi hermano vía Skipe, divagábamos sobre algunos temas sin importancia, y quizá por aburrimiento u ocio, y sin darnos cuenta, comenzamos a hablar de ciertas personas, cercanas a nuestra familia, que no se han comportado muy bien últimamente. Al comienzo eran pequeñas críticas, parecía algo inofensivo, pero más adelante nuestra conversación se llenó de comentarios negativos hacia ellos. Con el correr de los minutos algunas palabras crueles se pusieron de manifiesto. Inmediatamente después de haberme despedido de mi hermano, me di cuenta que mi ánimo comenzó a caer a plomo.
Siempre supe que este tipo de charlas no son buenas. Y la voz de mi conciencia comenzó a recordármelo. Hasta que no pude esperar más, así que tomé el teléfono y llamé a mi hermano para pedirle disculpas por permitir que la conversación hubiera tomado ese rumbo. Él me confesó que se estaba sintiendo tan mal como yo. Nos pusimos de acuerdo en que descuidamos algunos comentarios y se hizo una pequeña llama, y que esos comentarios se extendieron a otros, hasta que nos incendiamos nosotros mismos con una cierta
 indignación. Rememoramos algo que nuestro padre nos enseñó cuando éramos pequeños. Nos dijo que si algún día nuestra ropa se prendía fuego, deberíamos detenernos, tirarnos al suelo y rodar, pues de esta forma el fuego se extinguiría. Entonces, mi hermano me sugirió que en adelante intentáramos hacer algo similar en nuestras conversaciones. Si vemos que se inicia un pequeño fuego... detenernos, tirarnos al suelo (arrodillarnos) y orar. Esta analogía nos hizo soltar una risa, pero desde ese momento decidimos, caso de ser necesario, aplicar la sugerencia a nuestras charlas.

Tú decides

¿Qué pasó ayer? Concretamente, ¿qué sucedió anoche? ¿Por qué se ha ido la sonrisa de tu rostro? ¿Por qué tienes esa cara? ¿Hay algo que sacudió tu vida ayer, anteayer, o en días pasados? ¿Qué te pasa? Toma aire profunda y tranquilamente, mantén un momento el aliento y mientras Dios te habla, siente como desde el primer cabello de tu cabeza hasta el dedo más pequeño de tus pies, un aire especial recorre todo tu ser.
Nos levantamos cada mañana, de cada precioso e inspirador día, con el sol tocando nuestras mejillas, calentando nuestro cuerpo, y dándole gracias a Dios por permitirnos vivir un día más a su lado; después organizamos todo y salimos a vivir lo inesperado, anhelando las grandes y maravillosas sorpresas de Dios. Muchas cosas pueden pasar en un solo día, cosas grandiosas, cosas inimaginables, cosas edificantes, cosas espectaculares...; pero también pueden pasar cosas que golpean nuestro ser, torrentes de viento helado que nos agobian y congelan nuestra alma, caídas....
Caer no es nada chistoso, y aún más, porque cuando caemos no miramos al cielo. Sentimos como si hubiera pasado un huracán sobre nosotros, y ni hablar sobre lo que siente nuestro espíritu del cual solo salen lágrimas, puños al aire, ira, frustración, y el sentimiento del más doloroso fracaso que podamos tener en la vida, fallarle a Él.
Todos hemos sentido lo que es fallarle a Dios. No podemos decir que nadie le haya fallado a Dios y tampoco le vamos a dar aleluya y pandereta, porque todos, en su momento, le hemos fallado a nuestro Padre Celestial y hemos sentido el sabor amargo de lo que, pensamos, es una “derrota”. Hoy, quizá hoy, vienes por ese motivo, porque sientes que le has fallado a Dios, porque tuviste una caída o una recaída bastante dolorosa de la cual sientes que no podrás volver a levantarte; hoy, quizá hoy, vienes a Dios con la vergüenza a flor de piel y con tu corazón en la mano, sin palabras, ni ganas ni fuerzas; quizá hoy, vienes con una vida destrozada por lo que ha pasado, y de lo que creíste ya habías vencido. Yo mismo sé lo que es sentirse de esa manera y sé que no es nada bueno, al contrario, sé que duele más, mucho más de lo que dolería cualquier otra cosa en esta tierra. Sentir que le has fallado al Rey de Reyes es sentir que tu mundo se ha derrumbado, que nada podrá acercarte de nuevo a Él, cuando le habías prometido que no volvería a suceder. Estoy contigo, de verdad yo sé lo que es eso, sé cuánto duele. Jesús sintió toda clase de dolor, y Él más que nadie entiende cuánto nos duele fallarle a Dios.