miércoles, 10 de junio de 2015

Nada es tan malo como parece

"Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo. Porque él me esconderá en su tabernáculo en el día del mal; me ocultará en lo reservado de su morada; sobre una roca me pondrá en alto". Salmo 27:4-5
Desgraciadamente, vivimos en una época donde a cada momento nos enteramos de una nueva mala noticia; tensiones entre países, conflictos civiles, crisis en la economía, en la salud, en la enseñanza, desastres naturales, problemas medio ambientales, etc. etc. Este gran desorden mantiene al mundo al borde del colapso total. Son tiempos de angustia que directa o indirectamente, pueden afectarnos también a los creyentes. Pero aunque resulte difícil de creer, para nosotros no es tan malo como parece. Veamos como es usando como ejemplo una pequeña historia que me contó un amigo.

"Un vaquero se dirigía en su vehículo por una árida carretera del Oeste Americano. Llevaba de acompañante a su fiel amigo, un viejo perro labradory detrás, en el remolque, a su caballo. Pero, al tomar una curva peligrosa, perdió el control de la camioneta y tuvo un tremendo accidente.

Un rato más tarde, un policía del estado llegó a la escena. El hombre, gran amante de los animales, fijó la vista primero en la figura del caballollegó hasta él, y después de descubrir la gravedad de sus heridas, sacó la pistola de su cintura y puso fin al sufrimiento del animal. Luego halló al perro, quien se veía peor que el anterior, y sin dudarlo, con su mano en el corazón, finalizó también la agonía del can.

Segundos después, el oficial vio al vaquero; su condición era muy malahabía sufrido varias fracturas y apenas podía respirar. Entonces le preguntó "¿Amigo, se encuentra bien?" El vaquero dio una ligera mirada a la mano del policía donde colgaba la pistola aún humeante, y respondió rápidamente con una energía inesperada, "¡Claro que sí, Nunca me he sentido mejor!"

Somos peregrinos en un camino peligroso, viajeros de un mundo que a veces nos parece muy difícil de transitar, pero a pesar de ello, contamos con la promesa de Dios.  "....él es nuestro amparo y fortaleza" (Salmo 46:1). Por eso, no debemos temer a nada pues nuestra vida está con El Señor, y pase lo que pase saldremos vencedores. Así que recuerda esto... cuando el mundo se te acerque con una pistola humeante y lista para terminar con tu sufrimiento, ya sabes que podrás encontrar dentro de ti una fuerza sobrenatural y podrás decir con firmeza "¡Nunca me he sentido mejor!"


Elijo el gozo

“Estad siempre gozosos” (1 Tesalonicenses 5:16).
“Mirad a los cristianos. Siguen a un resucitado pero sus caras son de muertos. ¿Cómo voy a creer a estos cristianos que, siguiendo a un salvador, no tienen cara de redimidos?” Ciento treinta años después de que Nietzche escribiera esto en su libro Así habló Zaratustra, nos preguntamos si aquellos que no creen en Dios en la actualidad, ven también ahora en nosotros esa clase de personas que no reflejan lo que predican. Somos redimidos, pero… ¿tenemos cara de redimidos? El finado escritor anglicano John Stott decía que los cristianos tenemos que arrepentirnos del pesimismo. Posiblemente tenga mucha razón.
Cuando el apóstol Pablo conceptualizó el reino de Dios para sus receptores, los romanos, escribió: “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17). De eso trata la vida de Dios en nosotros, y no de experimentar esto como algo extraordinario en nuestra cotidianidad; es algo que repercutirá más allá de nosotros. No podremos alcanzar al mundo con el mensaje del Evangelio, si nosotros no reflejamos plenamente ese Evangelio. Las palabras cobran vida cuando quien las dice posee su misma esencia. No podemos hablar del gozo de ser salvos, si perdimos esta virtud teologal en algún recodo del camino.
¿Es el gozo algo permanente en nosotros, o es una experiencia frágil y circunstancial en nuestro vivir? ¿Somos redimidos y vivimos con miradas oscas y rostros ceñudos, o vivimos gozosos sea cual sea nuestra suerte? ¿Estamos pletóricos de alegría a causa de nuestro Dios, al cual servimos, o estamos imbuidos en un pesimismo visceral? Como el médico que entrevista al paciente para saber su mal y curarle, debemos preguntarnos si somos juiciosos. Debemos ser sinceros con nosotros mismos si queremos vivir plenamente en Cristo.

En abundancia y en escasez

Debemos tener la particular disposición de dar gracias siempre por lo que uno ha recibido.
Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús. 1ª Tesalonicenses 5:18
Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. Filipenses 4.13
No cabe duda de que este versículo presenta un principio general de la vida espiritual, pero resulta mucho más interesante pensar en el significado que tiene dentro del contexto que estaba escribiendo el apóstol Pablo. 
El tema que viene tratando este segmento del capítulo 4 es, precisamente, la respuesta del cristiano frente a diferentes estados económicos. La iglesia de Filipo había enviado al apóstol una ofrenda, acción que le produjo gran alegría. Mas Pablo aclara inmediatamente que su alegría no es tanto por la ofrenda en sí, sino porque significa la oportunidad de dar a aquellos que andan nuevos en vida. En lo que a él se refería, señala que su gozo ante la ofrenda no es …porque tenga escasez, pues ha aprendido a contentarse, "cualquiera que sea mi situación".
Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad (4.11 y 12). Y luego agrega: Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.

La abundancia trae consigo, el particular desafío de no ceder frente a la soberbia que pueden producir las riquezas.
Tomemos nota de este contexto. Hay muchos desafíos que enfrentan al discípulo de Cristo que requieren tener un compromiso con Dios para ser sobrellevados victoriosamente. De todos ellos, sin embargo, ninguno pone al cristiano frente a un peligro tan grande como el tema del dinero. En otra carta, Pablo había declarado categóricamente: porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores (1 Timoteo 6.10). No hay nada que posea mayor capacidad para robar el corazón del hijo de Dios que los asuntos relacionados con el dinero.
¿A qué peligro, exactamente, se está refiriendo el apóstol en este pasaje? Al reto de vivir en la abundancia o en la escasez. La abundancia trae consigo, el particular desafío de no ceder frente a la soberbia que pueden producir las riquezas, confiando más en los tesoros de este mundo que en el Señor. La pobreza, por otro lado, nos desafía a no creer que el dinero es la solución a todos los problemas de la vida. El pobre es acosado por su necesidad a cada momento y puede llegar, desde una forma muy diferente al rico, a estar obsesionado también por el dinero.

¿Estás desesperado?

Aquella mañana me había levantado muy temprano tratando de cumplir con todo lo que tenía que hacer: el trabajo, mi hogar, el ministerio personal que Dios entrega a diario en mis manos, y tantas cosas más... ¡Me sentía ahogada!
Fui a mi trabajo y cumplí con mis deberes durante una hora. Luego solicité permiso para ir a última hora a hacer algo por Dios en su obra. Me fui unos veinte minutos antes, tiempo suficiente para llegar a la hora al lugar previsto. Pero al llegar a la avenida que me llevaría al lugar, noté demasiada congestión de tráfico.
A medida que el minutero de mi reloj avanzaba, también crecía la desesperación en mí. Traté de ver desde una parte alta lo que estaba sucediendo, y no pude vislumbrar con exactitud la situación. Pero sí estuve segura de que iba a estar en ese embotellamiento unos cuantos minutos, incluso horas.
Me sentía muy tensa conduciendo mi automóvil. Solo logré en cinco minutos avanzar unos pocos metros. ¡Ya solo quedaban cinco minutos para llegar al lugar!, y pensé en todo lo peor. Iba a llegar tarde y no podía avisar de la razón de mi tardanza. Sencillamente, ¡no podía hacer nada! En ese momento, a mi lado, se deslizó lentamente un autobús de color blanco. ¡Mis ojos no podían creer lo que veían! En el cristal trasero de ese autobús, había un gran letrero que decía; “No temas, porque yo estoy contigo” (Isaías 43:5)

El Avaro de Marsella

La ciudad de Marsella, en el sur de Francia, es famosa por sus hermosos jardines, pero no fue siempre así, tiempo atrás fue un lugar seco y árido. 
Hace muchos años vivía en aquella ciudad un señor llamado Guizón. Era un hombre que trabajaba duro para ganar y ahorrar su dinero. Siempre llevaba puesta ropa muy gastada y comía lo más barato y sencillo. Se negaba no solamente los lujos de esta vida sino también las comodidades más simples. Lo conocieron en Marsella como un avaro. A pesar de ser sumamente honrado en todas sus transacciones y cumplir fielmente todos sus quehaceres, todo el mundo lo despreciaba. Cada vez que lo veían pasar mal vestido por la calle, los muchachos gritaban:
– ¡Miren al viejo tacaño!
Pero él seguía su camino sin hacerles caso. Si alguien le hablaba, siempre contestaba cortés y suavemente. 
ancianoPasaron los años y por fin, con su cuerpo encorvado por los arduos trabajos y su cabello blanco como la nieve, Guizón murió a la edad de más de 80 años. Fue entonces, cuando descubrieron que había ahorrado una gran fortuna en plata y oro, y entre sus papeles encontraron su testamento que contenía lo siguiente:
-Hace muchos años yo era pobre y me di cuenta que los habitantes de Marsella sufrían mucho por la escasez de agua pura. Sin familia, he dedicado toda mi vida a ahorrar suficiente dinero para poder construir un acueducto, con el fin de proveer agua para todos los pobres de esta ciudad, para que aún la persona más necesitada no la echara en falta.
Sin amigos, y muy solo durante el transcurso de su vida, Guizón vivió con el fin de poder realizar esta loable meta de beneficiar a todos, incluso a los que no lo entendieron y lo trataron mal. Desgraciadamente, murió sin oír ni una sola palabra de agradecimiento.
En un país oriental hace muchos años, vivió otro hombre, mal entendido, “despreciado y desechado entre los hombres.” Él también escogió una vida de pobreza. No tenía donde recostar su cabeza. “Por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”, (2 Corintios 8:9). Sin embargo, tan grande fue la malevolencia contra este hombre “manso y humilde de corazón,” que la gente pidió a gritos su muerte:
-¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!
Fue colgado sobre una cruz donde todos los que lo vieron lo escarnecieron. Lo menospreciaban en gran manera, y todo lo sufrió por nosotros. “Fue entregado por nuestras transgresiones, resucitado para nuestra justificación”, (Romanos 4:25).